El Saber
como medio de Autoafirmación y Elección de la Libertad
Por:
Juan Carlos Pérez Castro
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Fuente de imagen:
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¿Qué podemos esperar de nuestro tiempo?
Zygmunt Bauman habla de una modernidad
líquida caracterizada por una falta de responsabilidad en cuanto a las
cuestiones sociales, éticas y sentimentales. Sí, ciertamente vivimos en un
mundo donde las relaciones
interpersonales están dadas para ser desechables, donde, hombres y mujeres,
presumen de tener una mayor cantidad de relaciones y de jugar con los
sentimientos del otro, donde nadie se hace responsable por el significado de la
relación con el “otro”.
Pero no nos engañemos, esto
no es un acto nuevo. Las relaciones matrimoniales siempre se dieron en el marco
de una ganancia, sólo en un pasado cercano podemos observar que esto cambió de
alguna manera, claro está. El sentido humano primario (que no el
primordial) se da desde la esfera del
egoísmo, así, la “voluntad de vida” schopenhaueriana muestra una de las formas
más crueles de la existencia del hombre. Este hombre “inconsciente” de su
sufrimiento, pero que claramente lo intuye, debe
buscar desesperadamente una barrera que le permita salvaguardar su ego,
para que, de esta manera pueda autoafirmarse sin el peligro de ser rebasado por
el sufrimiento que le es inmanente. El grave problema de esto radica en dos
cuestiones, a saber: en primera instancia, esto significa vivir en el “velo de
maya”, es decir, en el mundo de la
apariencia. Éste es un mundo de autoengaño, el cual le promete que el algún
momento podrá encontrar la autosatisfacción, la realización de sus deseos de
ser feliz, cuando esto es completamente imposible, pues no es consciente de sí
mismo, por lo cual no puede llegar a la autosatisfacción plena (si es que ésta
puede darse), tampoco conoce sus deseos, pues estos han sido implantados por
“otros”, y, por tanto, la felicidad sería una simple apariencia en este marco;
en segunda, una persona bajo estas características no puede hacer un ejercicio
verdadero de su responsabilidad y, por tanto, de su libertad. Un individuo subsumido a la puerilidad reinante
de nuestra época, enajenado de su condición real de existencia y alienado
de los “otros” por sí mismo por la falsa ilusión de individualidad, es un
sujeto que se encuentra sometido a la constante repetición de los agentes
privativos de humanización tan característicos de nuestra época, en pocas
palabras, sólo será un títere o, a lo más, un espejo destinado a reproducir los
deseos de otros. Entonces, el reconocimiento de un carácter esencial en
nosotros, es decir, de un saber que nos permita tomar una clara consciencia de
lo que somos, nos puede permitir desembarazarnos de este “velo de maya”, para
lograr captar la realidad con la que nos enfrentamos día a día.
En efecto, esta
consideración se vuelve más difícil en el momento en que nos damos cuenta de
que esto significa responsabilizarnos por nuestros actos pasados, presentes y
futuros, así como de las decisiones que tomamos a cada momento, ya que nuestra libertad está dada, de manera
inmediata, en la condición de la elección. Debemos ser conscientes de que,
por medio del saber, es decir, un conocimiento cimentado en las bases de la
reflexión, del pensamiento profundo y crítico, podemos lograr un cambio a las
condiciones sociohistóricas en que vivimos.
En este sentido, se vuelve
cada vez más necesario un saber que nos permita buscar una autonomía, una
determinación de nuestras propias leyes con el propósito de encararnos en las mejores
circunstancias ante nuestro semejante y nuestra sociedad, pues este saber, dado
desde las mejores condiciones, podrá darnos las herramientas necesarias para tomar las mejores decisiones posibles,
ya que ésta nos habrá dado la condición de ser autorreflexivos, y no dejarnos
abandonar por un deseo egoísta, pero, ¿cómo se puede lograr esto? Por supuesto,
no es un ejercicio sencillo, tampoco es algo que se dé únicamente en el marco
de las dinámicas educativas. Ésta es
una aspiración que se funda en el sentido de que podemos ser mejores personas.
Por su puesto, la universidad funge un papel decisivo en esta circunstancia. Si
bien es cierto que los procesos educativos anteriores (estoy pensando en los
niveles educativos básico, medio y medio-superior) deben servir para asentar
las bases del conocimiento y de las normas de conducta, apoyados en todo
momento por la educación moral y ética que se debiera recibir en casa, es, a mi
entender, la formación profesional la que va a encausar de manera sustancial el
modo de ver, sentir y sufrir la vida real de la persona (esto pensando en que,
uno de los fines de la universidad, no es sólo el de preparar para el desempeño
de un conocimiento específico, también debería ser un lugar donde la
preparación de las conductas éticas, y de la manera de observar la vida se
tendría que dar en un marco de crítica y reflexión).
Se
dice que la universidad debe preparar
para la vida, y preparar para la vida no significa enfocarse en el desarrollo
y aplicación de un conocimiento tecnocientífico, pues la vida no se puede
reducir únicamente al campo laboral o experimental. Preparar para la vida
significa dar herramientas de comprensión para el desenvolvimiento pleno de la
libertad y responsabilidad de manera óptima, apelando a una formación ética y
humanista que pueda brindar las mejores condiciones de decisión en los actos
que realizamos día a día.
Sin embargo, observamos en
nuestros días cómo estas materias (ética y las implicadas en humanidades), son
vistas solamente como materias de relleno, las cuales están sólo para ser
presentadas y que no aportan un conocimiento concreto a determinadas áreas de
estudio, nos damos cuenta cómo el estudio de las humanidades se han vuelto a
cada momento más chocante, más tedioso, y se piensan como materias inservibles
y que deberían ser desechadas de los planes de estudio. ¿Qué nos significa el
hecho de que los conocimientos éticos, morales y humanistas sean vistos con
desprecio? Bien, por una parte, que, al parecer, los estudiantes de hoy piensan
que los estudios humanistas y éticos son innecesarios, ya que “seguramente” los
tienen bien cimentados y por ello es absurdo pensarlos o repensarlos. Por
supuesto, la anterior respuesta es un tanto irónica, pero esa ironía nos sirve
para reflexionar una nueva dimensión del problema, ésta es: ¿hasta dónde
podemos estar seguros de que nuestros pensamientos y conductas morales y éticas
son los correctos? Bien, para proceder en orden cronológico, responderé a la
primera cuestión, para posteriormente atender a esta pregunta.
Bien,
que las humanidades (para resumir) sean vistas con desdén, muy probablemente
obedezca a la falta de responsabilidad existencial en que vivimos. Me explico:
todo ejercicio de libertad se da desde la condición de la responsabilidad, si
no me hago responsable de mis decisiones, no soy libre, sólo me remito a
reproducir lo que otros esperan de mí, entonces, todo acto de libertad es un
acto de elección, pero sólo cuando me hago plenamente responsable de esta
elección y de sus consecuencias.
Nuestro tiempo se
caracteriza por haber olvidado la responsabilidad, por menospreciar la
responsabilidad de nuestras acciones en pos de una vida que permita los mayores
placeres lo más rápido posible; en pocas palabras, estamos aconteciendo la
época de la infantilización de la
sociedad, del endiosamiento de la juventud, y esto trae como consecuencia
directa la incapacidad por el ejercicio del poder propio. Ser autónomo
significa tener una autorregulación que permita obrar de la mejor forma en
sociedad, buscando como fin el bienestar propio y común, pero para ser
autónomo, primeramente, hay que ser libres, y para ser verdaderamente libres,
debemos de ser responsables. Sin responsabilidad, no hay libertad, si no hay libertad,
se pierden los fundamentos propios y de la sociedad, lo que resulta en una
especie de nihilismo donde todo está permitido. Esto nos conlleva a pensar de
manera crítica sobre los temas humanos, para que nuestra reflexión se encuentre
en el marco de la mejor toma de decisión que pueda permitir un bienestar
social.
Lo
anterior por supuesto abre la respuesta a la segunda pregunta planteada con
anterioridad: no podemos saber en ningún momento que nuestras acciones son las
mejores posibles, por ello se exige a cada momento una crítica profunda a
nuestras acciones y a nuestros pensamientos, esto con el fin de que, por medio
de la reflexión, podamos hacernos conscientes de las consecuencias de nuestros
actos y podamos, entonces, obrar de la mejor manera posible. Si no
reflexionamos sobre nuestras acciones, podemos dejarnos engañar por las
ilusiones exteriores que nos prometen únicamente el placer sin consecuencia,
así dirá Nietzsche: “Pero el hombre mismo tiene una invencible propensión a
dejarse engañar y está como encantado de dicha cuando el rapsoda le narra
cuentos épicos como verdaderos o cuando el actor en el teatro representa con
mayor realeza al rey que como lo muestra la realidad”.
Entonces,
la reflexión sobre estos temas nos sirve para tener una mirada más atenta a
nuestros actos, y si bien es cierto que siempre no podremos actuar de la mejor
manera posible (recordemos que el ser humano es falible, pero que el
reconocimiento de sus fallas le pueden implicar una mejoría), al menos nos
puede alejar lo más que se pueda de la mentira, es decir, de la falsa noción de
que aquello que me agrada y me apetece, me significa un bien y que debo
renunciar al sufrimiento porque ahí es donde se encuentra lo que me puede
perjudicar. Sin embargo, el reconocimiento y la consciencia de que somos seres
sufrientes nos puede permitir establecer puentes de comprensión, puentes de
comunidad y de reconocimiento del otro, pero, ¿cómo lograr esta consciencia?
Bien,
la vida ascética nos promete despertarnos del “velo de maya”, profunda agonía,
desesperación y deseo del cual somos partícipes, pues es nuestra
representación, nuestro “mundo”. Sin embargo, esto se contrasta con la realidad
concreta del ser humano, a saber: que es un ser intersubjetivo, determinado y
confinado a este “mundo” cerrado, pero expuesto al vacío y lo insondable de lo
infinito, y así observamos, nuevamente, una de las antinomias kantianas, que se
resuelve en la síntesis de “ser”-“no-ser”. Entonces, el sentido de las ascesis
se convierte en un problema fundamental, pues, siempre estamos sometidos a la
deriva del mundo “comunal”. Aquí se observa claramente una posible
identificación entre el pensamiento schopenhaueriano y sartriano, pues, para el
francés “el infierno son los otros”, y para el pensamiento del alemán, influido
profundamente por el budismo, el deseo es el origen de todo sufrimiento, y lo
que deseamos con mayor fuerza es “el otro”. Por supuesto, una superación
posible se da en el marco de la compasión, ya que ésta nos muestra la crudeza
del sufrimiento ajeno y nos permite tender un puente de comprensión hacia el otro,
lo que nos mostraría que, si bien uno de los caminos puede ser el de la
ascesis, el otro puede ser el de la compasión.
A
manera de conclusión, puedo decir que este “saber” debe ser identificado de
manera más cercana a la toma de consciencia, que a un saber erudito, sin
embargo, en el fondo encubre ambas consideraciones. Este saber “dual”, por llamarlo
de alguna manera, puede ser un camino que nos aproxime a la autonomía y la
autoafirmación de mí existir, lo que indudablemente me lleva a plantear las condiciones
de mi libertad en el marco de un mundo intersubjetivo. Es un posible acceso a
la autoconsciencia que me recuerda a cada momento que no vivo en un mundo dado
para el cumplimiento de mis deseos o caprichos egoístas, sino que me planta en
la base de una consideración hacia el otro como responsabilidad existencial
concreta. Como diría Sartre, es cierto, yo no elegí libremente esa libertad de
la cual hago ejercicio todos los días, pero debo hacerme responsable de las
decisiones que tomo, pues esas decisiones son mi marco referencial en el cual
me desenvuelvo dentro de mi sociedad, y, si en todo caso no se puede comprender
que este mundo no está sujeto a mis deseos, al menos se puede seguir la máxima
kantiana del imperativo categórico: “Obra de tal modo que uses a la humanidad,
tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo
tiempo como fin y nunca simplemente como medio”.