Clank Clank dijo la Bambi
Sergei Ramírez
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Título: Gato Obra gráfica de Esmeralda Ruiz |
Me quiero casar dijo la Bambi , quiero hacerme rica
con mi esposo, saltarme los condimentos sociales y largarme muy lejos hacia el
caribe u otro lugar en común con las modas neoyorquinas. Quiero verte desde
arriba, papá, pero desde lejos, desde algún punto en donde no me alcance el
aire, ni siquiera para respirar. Don Juan tirando balazos como palabras no le reprochó
el intento, le quedaba un cuartito del Morro, tequila blanco. Bambi, cásate! Pero
pronto, deja esta maldita casa para después de la merienda, vuela y vive como rica
en los congales franchutes, dignifica a tu familia, sáltate y pisotea porque tengo dinero para pagarte la boda, hasta el
último rechiflido que echen los de la banda. Pero Bambi, como era apoyada en
revés y en derecho, decidió por rebeldía pagar su casorio, con vino de honor,
una banda enorme de veintiún integrantes, platillos gurmet y demás escamoles
cogidos en las cercanías.
Mija, si quieres yo canto en la boda -dijo Don
Juan-, si quieres yo te pongo el billete de más valor en tu velo de novia, pero
en cuanto a ese degenerado ruco y panzón de Don jacinto Putramente le dejo mis
condolientes saludos y garantías de que aquí, en esta casa, no tendrá ningún
dote ni relevancia. Y mientras que en Don Juan se acumulaban los recelos y una
larga letanía a su madre, la Bambi
posaba en los periódicos, justo al lado de la clínica hosmeoplatica en
construcción. Se casaba, era inevitable.
Cuando la fiesta se prolongó tres horas más de lo previsto, Don Juan fue a su
casa, hizo sumas entorpecidas por el Morro y cayó en seco sentón sobre una
silla de la sala. Murmuraba perplejo, viendo cuatro manecillas en un solo
reloj. -Es hora-, dijo. El regalo para el matrimonio se desmodorró de un sueño
atenazgado, cascabeleó su cencerro y se puso en pie; Don Juan, con los ojos entre
las manos, lluviosos, pensaba ya en las palabras que diría trepado en la tarima
de los músicos cansados por el vals de media hora. Clank! Un chiflido y la
risa. Clank! Clank! La vaca y el pueblo enardecidos. Mijaaa!! Aquí tiene su
regalo mija, con ubres de plomo, de transito pesado, para que si a usté se le
acaba, acá tenga de dónde sacar más leche para el mocoso que trae ya entre las
tripas. El micrófono chisporroteó sin sentido. El universo parecía reírse en
las narices de la humanidad, la vaca mugiendo se sentía fuera de lugar. La bambi
desconsolada lloraba entre la panza de
su ahora marido Jacinto Putramente. Pero mija, mira qué buen talante y hasta le
puse un moño. Clank! el cencerro. Don Juan subió a la tarima para tratar de
calmar a la jerga bailante en risas y murmullos. Mija! Yo a usté la quiero
mucho, la vaca es el legado que nuestra familia le da con agrado y
benevolencia. Mija no sea usté ciega, esa vaca la va a sacar de pobre, sienta
sus carnes, son limpias, blancas, es un símbolo de nuestra familia, de nuestro
país y hasta de la virgencita santa que está en las serranías. El acto y las
palabras de Don Juan ya casi no tenían gracia, la banda revolvió sus narices y
comenzó a tocar. Don Juan, sin ningún ojo que lo viera, camuflado por el sonido
del trombón, sacó su billetera analizando cada una de sus tarjetas y se sintió
calumniado, él tenía un regalo envidiable para cualquiera que se jactara de
estrambótico liberal, pero lástima que era sólo un ranchero. La vaca prestoza,
sonaba con su cascabel en la garganta y la música pasaba a través de los
clarines. Se fueron al monte, muy lejos de la fiesta la música de la banda no
lograba ahogar los mugidos quejosos del animal. Llegaron hasta lo más alto,
hasta donde él, hacia veintitantos años había puesto una cruz de cemento,
símbolo del progreso y la comunidad del pueblo, la vaca mugió terriblemente y
al parecer cayó dormida. Se recostó sobre las ubres del animal. Pero no despertó.
No hubo necesidad de que el médico rural se hiciera presente para comparecer
que la cabeza le había explotado debido a una fuerte exhalación de leche
caliente a presión, el cuerpo de Don Juan tampoco tenía quemaduras severas, mientras
que las ubres de la vaca estuvieron donde mismo y no distendidas por todas
partes, sin disecarse para avivar el crecimiento
de los maíces sembrados junto al monolito de cemento, regalo que Don Juan había hecho al pueblo con sus propias manos, ahora
despegantes hacia la aurora.
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