¿A qué le tiras cuando (no) lees, mexicano?
Víctor García Vázquez
Quien desea y no actúa
engendra la plaga.
William Blake
Un hogar sin libros
es como un cuerpo sin alma.
Cicerón
Advertencia
La honestidad y el deber moral me obligan a
realizar la siguiente advertencia: para algunos, estos comentarios sobre los
libros y la lectura pueden resultar aburridos, estresantes, repetitivos y
vacíos. No es mi propósito que así sea; antes al contrario, espero que algunos
se sientan motivados con las reflexiones que aquí planteo. A pesar de no tener
esa intención, estoy convencido de que frecuentemente ese es el resultado de
este tipo de textos. Las razones son múltiples; entre otras puedo destacar el
hecho de que somos una sociedad producto de los medios masivos de comunicación.
Ellos nos han sembrado la idea de que nuestros temas de interés se deben
reducir a 4. Los mencionaré en el orden de importancia, según mi propia
experiencia: el fútbol; las telenovelas y
todo lo que derive de la farándula; la política en su acepción más pobre
y partidaria; y los problemas familiares, sobre todo los que atienden a la
economía, problemas de los hijos, entre otros.
De
las conversaciones entre amigos, compañeros de trabajo, las pláticas que se dan
en el café, en los jardines públicos, en el transporte colectivo, en la
escuela, en la oficina y cualquier otro espacio, prácticamente han desaparecido
temas relacionados con la cultura, el arte, la filosofía y por supuesto: los
libros.
Por
eso insisto: este ensayo puede resultar obsoleto; y aun sin proponérselo atenta
contra lo in, lo fashion, lo que está de moda.
Redacté este trabajo con el firme
propósito de crear conciencia de una práctica, que entre más antigua, más
rejuvenece. Me refiero a la lectura. Sobretodo, espero generar en quien lo lea
no sólo la convicción, sino también la conversión. Es importante convencerse de
que la falta del hábito de la lectura en nuestro país trae como consecuencia un
sinfín de problemas sociales, culturales, económicos, políticos, de salud,
etcétera. Pero lo más importante no es convencerse sino convertirse. Si ya
logré entender que viviendo en una sociedad alectora, tendré múltiples
problemas, entonces mi propósito será revertir esa tendencia de la única manera
que debe hacerse: leyendo.
El maestro, el padre, el hermano
mayor, el sacerdote y el amigo pueden persuadirme de que leer buenos libros me
servirá para toda la vida, pero si ellos no lo hacen, entonces yo nunca podré sentirme realmente motivado,
ni moralmente obligado.
Ocuparé también esta advertencia
para apelar a la honestidad de los lectores. Nunca se atrevan a obligar a
alguien a que realice algo que ustedes nunca hacen. Frecuentemente me encuentro
en los pasillos de la universidad donde trabajo compañeros maestros que dicen
sentirse satisfechos de las lecturas impuestas a sus alumnos, pero ellos sólo
las han realizado parcialmente; o en el peor de los casos ni siquiera han leído
el libro que recomiendan . El colmo ha sido conocer individuos que se atreven a
hablar del problema de la lectura, dictan conferencias y se dicen especialistas
del tema, cuando su índice de lectura se compara con el de cualquier analfabeta
funcional. Sus argumentos pecan de inteligentes; a pregunta expresa de por qué
hablan de lectura si ellos no leen, responden: “bueno, si yo puedo motivar en
alguien la lectura, me siento plenamente satisfecho; aunque claro, a mí me
gustaría tener más tiempo para leer; pero a mi edad ya estoy más allá del bien
y del mal.” Pensar que se puede motivar algo de lo que uno carece es una mezcla
de ingenuidad y avaricia. Para hablar de la lectura, habrá que empezar por
leer.
Leer por gusto es
algo que se contagia, como todos los gustos, viendo a los entusiastas
sumergidos en un libro, o escuchando el relato de sus aventuras.
Tradicionalmente en México, muy pocos adquirían ese gusto en casa. Para la
mayoría, el foco de contagio era la escuela: sus maestros, compañeros y amigos.
Así como no abundaban los médicos hijos de médicos, pocos grandes lectores eran
hijos de grandes lectores. Pero las aulas presagiaban que, en el futuro, se
multiplicarían. (Sheridan: 2006)
Hecha la advertencia, describiré
someramente el contenido. En primer lugar me interesa reseñar sucintamente la
historia del libro: sus materiales, su proceso de elaboración, la escritura y
sobre su producción moderna.
En seguida me ocuparé de la
lectura. Mi instrumento metodológico responde más a la informalidad del ensayo
literario que a la rigidez del análisis académico.
Discúlpenme si al tono discursivo
de la plática se suma un tono dialógico que frecuentemente intervendrá con
carácter irónico; lo hago con la certeza de que, si empezamos por burlarnos de
nosotros mismos, sin sentirnos mal; terminaremos por cambiar aquellos hábitos
que no nos gustan. Sólo auto ironizando, aprendemos a superar nuestros
complejos.
Historia del libro
Una de las herramientas más
importantes para el desarrollo de la cultura, la sociedad y la historia del
hombre es sin duda el libro. Gracias a la invención de la escritura, las
diversas sociedades pudieron comunicarse más allá de su tiempo y su espacio
geográfico. La palabra escrita, lo sabemos todos, es el mejor instrumento de
comunicación. Desde los orígenes de la humanidad, el hombre sintió la necesidad
de conocer otras sociedades, y asimismo dar a conocer su entorno. El primer
paso fue la invención del lenguaje; el segundo, la invención de la escritura.
Diversos materiales sirvieron como soporte para registrar los signos y símbolos
que contenían información importante para la cultura del pueblo que lo
realizaba.
De esta forma, los orígenes del libro se
remontan hasta la época en que los escribanos copiaban su escritura en
tablillas enceradas, en rollos de papiro y trozos de pergamino. Así, la
evolución de la escritura es paralela a los diversos experimentos que se
realizaban para encontrar el material adecuado para plasmar la memoria de la
palabra. Durante varios siglos el libro manuscrito pasó por distintas etapas; pero
dos descubrimientos cambiarían completamente su curso. Primero el papel, usado por
los chinos desde el siglo I de nuestra era; en occidente su uso no se extendería
sino hasta el siglo XV; el segundo descubrimiento importante fue la imprenta.
El libro deja atrás su etapa artesanal donde el número de ejemplares era muy
limitado, por obvias razones, y pasa a su nueva etapa donde la fabricación se
hace más rápida y, por lo tanto, la producción aumenta.
En seguida presento un brevísimo
resumen de los materiales que se utilizaban en la antigüedad para la confección
del libro.
Sobre las materias
escriptorias, instrumentos gráficos y tintas utilizadas en la antigüedad
grecorromana y en la edad media.
En
los orígenes del libro se conocerán tres principales materiales para la
fijación de la escritura: el papiro, el pergamino y el papel. Sin embargo,
también se usaron las tablillas enceradas, que sirvieron en Grecia y Roma para
fines literarios: hacer apuntes, borradores, testamentos, cartas, entre otras
cosas. Las tablillas tenían forma rectangular, en medio se las ahondaba y se
cubrían con cera, sobre la cual escribían. Generalmente se agrupaban en dos. En
el margen izquierdo se les hacía un orificio y se unían con unos anillos o
cordones. Aunque era más común el uso de tablillas en grupo de dos, o dípticos,
también se utilizaron en trípticos y polípticos, cuatro o más tablillas juntas.
Más tarde, la madera se sustituyó por el mármol. Se usaban en la iglesia y
entre personas distinguidas. Un aspecto importante de las tablillas enceradas
es que su forma y disposición inspiraron las del códice que posteriormente
sustituyó al rollo de papiro.
El papiro se extraía de una planta delgada de cuya sección
triangular se extraían filamentos pegajosos. Éstos se tejían y se prensaban.
Así se obtenía la materia escriptoria que se divide en dos clases, según su
tamaño y su aptitud para recibir la escritura. La de mayor extensión recibió el
nombre de hierática o Augusta. La más pequeña se conocía como charta
emporetica. Las hojas de pergamino se cortaban en tiras similares, se pegaban
de izquierda a derecha por el lado más ancho. La página se dividía en dos
columnas; tenía cada página la altura del tallo de la planta. El largo del
rollo era más arbitrario. Cada rollo podía contener de 70 a 100 columnas de
escritura. Las columnas eran de diversa anchura, según los tiempos y lugares.
En algunas ocasiones se utilizaba una varilla para enrollar sobre ella el
libro. El reverso se cubría con cedrus,
aceite o exudación resinosa del enebro común. Un trozo de pergamino se unía al
rollo y llevaba escrito con tinta roja el título. Para llevar a cabo la lectura
del rollo de papiro, se tomaba con la derecha y desenvolvía con la izquierda.
El papiro griego más antiguo data del siglo IV antes de nuestra era. El papiro
fue utilizado por todos los pueblos ribereños del Mediterráneo: Egipto, que fue
su principal productor, Grecia, Italia, etc. Muchas obras clásicas se
conservaron gracias a este material.
El pergamino es una denominación no usada antes del siglo
IV. Este es un material escriptorio hecho a base de piel de carnero, cabra o
ternera. Su fabricación sólo se hacía en monasterios hasta antes del siglo
XIII. A partir de entonces su elaboración se seculariza y se crearon gremios en
todas las principales ciudades. Se preparaba de la siguiente forma: después de
macerar la piel en cal durante unos días, se la despojaba del pelo, y se la
raspaba luego con un instrumento muy afilado; se pulimentaban luego sus dos
caras con la piedra pómez hasta obtener una superficie lisa y uniforme.
Posteriormente se
conocerá el papel. Elaborado con trapos o substancias vegetales, fue
introducido a Europa por los árabes en el siglo VIII; éstos aprendieron de los
chinos, quienes ya lo conocían desde el siglo I.
En España el papel sólo lo usaban los musulmanes; los
cristianos no lo usaron sino hasta los siglos XIII-XIV. Un siglo más tarde su
uso se extendió en toda Europa.
El primitivo papel elaborado por los musulmanes era una
pasta homogénea producto de la trituración o molturación de trapos de lino o
cuerdas de cáñamo; éstos se reducían a láminas delgadas por medio de la
presión, luego se desecaban. Para rellenar los huecos, uniformar las
irregularidades de su contextura y satinar bien su superficie se recubría la
pasta con una ligera capa glutinosa. Más tarde se perfeccionó su elaboración:
triturados los trapos en agua de jabón, cuidadosamente dosificada, se obtenía
una pasta más o menos espesa que se introducía en un cubo lleno de agua, a una temperatura
determinada. En este cubo se sumergía la forma,
marco de madera que tenía por fondo una tela de hilos de latón, que dejaba
escurrir el agua y sólo retenía la pasta. Luego se le sacudía para darle
uniformidad. Después de desecarla, la hoja se retiraba de la forma y se ponía
sobre un fieltro, destinado a absorber el agua. Hojas y fieltros se colocaban
unos sobre otros, y se los sometía a la acción de una prensa para quitarle
totalmente el líquido. Esta operación generalmente se repetía. Después de secar
las hojas al aire libre en el tendedero, era necesario cubrirlas con una cola
que les daba un aspecto liso, pues de lo contrario embebían la tinta. Así se
obtenía el papel en las diversas fábricas, de ahí pasaba a mano de los
consumidores.
En cuanto a los instrumentos gráficos tenemos noticia del
estilo: instrumento de hueso, bronce, hierro, plata o marfil, puntiagudo por un
extremo y plano por el otro, con el fin de poder borrar, ya que se utilizaba
para escribir sobre las tablillas enceradas.
El cálamo se empleó antiguamente para la escritura con
tinta. Era un instrumento de caña tallado en punta. A imitación de los calami se fabricaron desde muy antiguo
verdaderas plumas metálicas; las plumas de ave no fueron utilizadas en la Antigüedad Clásica.
Para borrar lo escrito se usaba una esponja, si era papiro;
y el cuchillo o raspador en el caso del pergamino. Se usaba un punzón o compás
para marcar los puntos y los intervalos de las líneas. La regla servía para
trazar las líneas.
Para escribir en el papiro se empleaba la tinta negra,
compuesta de humo negro mezclado con goma. Para escribir en el pergamino se usó
la tinta de base metálica (cobre). La tinta roja sólo se usaba para la
escritura de iniciales y de títulos.
Sobre los palimpsestos, la confección y publicación del libro
Una categoría especial muy importante de manuscritos
membranáceos está formada por los códices
rescripti o “palimpsestos”. La
costumbre de utilizar ejemplares ya escritos, después de lavarlos o de
rasparlos, fue común a Occidente y a Oriente. Se practicó generalmente en
monasterios, ya que existía la dificultad para aprovisionarse del pergamino
necesario. Comúnmente se escribían textos eclesiásticos; pero también se
escribían textos clásicos sobre eclesiásticos.
La técnica más apropiada para poder leer los textos
contenidos en los palimpsestos es aplicar sulfhidrato de amoniaco y los rayos
ultravioletas filtrados.
En la
Antigüedad Clásica los libros estaban bastante extendidos:
sobre todo en Grecia antes de las postrimerías del siglo V a C. No se tiene
conocimiento sobre cómo se comercializaba, cómo se reproducía, cuáles eran las
regalías, etc. En Roma desde la época de Cicerón había un comercio de libros
bien organizado. El autor vendía su libro a un editor, quien pagaba a veces por
cada libro vendido, o bien por la edición entera. De algunas ediciones se
tiraba un millar de ejemplares. Los manuscritos del autor se dictaban a los librarii, esclavos amanuenses, quienes
cometían muchos errores, por lo tanto las copias eran malas. La reproducción de
los libros también se hacía copiando directamente de otro texto, prueba de ello
son las representaciones de los manuscritos griegos, latinos u orientales, que
muestran al amanuense escribiendo con su modelo delante.
La propiedad
intelectual, como la conocemos en nuestros días, no existió entre los antiguos.
Otro procedimiento para la difusión de las obras literarias fue su recitación
en público.
Durante la
Alta Edad Media la copia de los libros constituyó una de las
principales ocupaciones de los monjes, sobre todo de los benedictinos. El siglo
XIII señala un momento de capital importancia en la historia del libro
manuscrito, cuando éste deja de ser patrimonio exclusivo de los grandes centros
eclesiásticos, para desplazarse hacia los medios laicos: los universitarios,
las cortes reales y las casas de los adinerados.
En los códices medioevales se encontraban las signaturas
que servían para indicar el orden de los cuadernos. Se colocaban en el margen
superior o inferior izquierdo. La práctica de numerar el final de los cuadernos
data del siglo XIV. La foliación casi no se encuentra antes del XIII. La
paginación de los libros sólo se generalizó hasta el siglo XV.
Sobre la imprenta
“De los diversos instrumentos
inventados por el hombre, /el más asombroso es el libro; / todos los demás son
extensiones de su cuerpo…/Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la
memoria.”
Jorge Luis Borges
Como
todos sabemos, el invento que vino a revolucionar la fabricación de los libros
fue la imprenta. En 1450 Juan Gutenberg
inventó un sistema de impresión a base de tipos móviles; aunque
actualmente se sabe que el primero en usar los tipos móviles en madera fue el
holandés Laurens Costers (s XIV), este descubrimiento se le atribuye a
Gutenberg por haber utilizado el plomo, un material mucho más eficaz y
duradero, para fundir tipos móviles más resistentes. Así nace entonces el libro
impreso, el fenómeno más importante de todos los tiempos y qué más ha
contribuido para la modernización, el conocimiento y la imaginación de la
sociedad. En 1447, Gutenberg consiguió imprimir un pequeño calendario y en 1451
una gramática del latín, pero su obra cumbre sería una Biblia. Este invento se extendió paulatinamente por todo
el mundo, y permaneció prácticamente inalterable hasta principios del siglo XX.
Por supuesto las técnicas se fueron mejorando cada día con el afán de hacer más
rápido y eficiente el trabajo. Así, la imprenta ha pasado por diversas etapas,
entre otras: la litografía, la hectografía, la autotipia, la linotipia y el
offset automático.
En nuestros días la edición de libros es algo relativamente
fácil, gracias a la computadora. Mediante el uso de este invento podemos llegar
a la autoedición. Desde la propia casa, la oficina o la universidad podemos
escribir, diseñar e imprimir nuestros libros. La incorporación de las
computadoras a las múltiples facetas y etapas de la edición ha supuesto una
revolución de consecuencias impredecibles en este campo. Actualmente imprimir
un libro ya no representa ningún problema; la dificultad radica en encontrar a
personas dispuestas a leer. Después de enseñarnos tanto durante muchos siglos,
los libros están recibiendo el mismo pago que los ancianos venerables: el
ninguneo.
El libro en los tiempos del ipod
Como
hemos visto, la humanidad no ha descansado en la búsqueda por mejorar la
confección del libro, tanto para hacer su uso más práctico como para darle una
mejor presentación. Esto último es muy importante ya que el lector aparte de
exigir un libro con un contenido que le aporte ideas y conocimientos
trascendentales, también desea tener en sus manos un objeto artístico. El
placer y el goce estético de la lectura debe encontrase en el proceso, no sólo
en el fin.
La revolución tecnológica provocada
por la invención y desarrollo de la cibernética nos ha expuesto una nueva etapa
del libro: la era del libro electrónico, digital o digitalizado. La escritura
sobre papel ahora se sustituye por la imagen visual proyectada en las pantallas
de computadoras. Para las nuevas generaciones es indudable que esta nueva
presentación del libro traerá algunas ventajas, como el hecho de poseer una
inmensa biblioteca virtual en un espacio reducido. Un solo disco compacto tiene
la capacidad de almacenar cientos o hasta miles de libros. Como todo invento, el
libro electrónico no sólo tiene ventajas sino también posee grandes desventajas
con respecto al libro impreso: el tiempo es un factor más decisivo en la
electrónica que en el papel. Un libro impreso con los cuidados necesarios y el
buen uso puede durar muchos siglos; el libro electrónico tiene una existencia
efímera. Así, frente a los dilemas que nos presenta la tecnología, los lectores
tendremos la oportunidad de decidir entre la practicidad del libro electrónico
o el insustituible goce estético del libro impreso, la sensación indescriptible
de rozar el papel de los interiores y observar el diseño de las cubiertas.
Debo señalar además que, contra todo lo dicho
por la propaganda consumista y globalizante, el libro es el elemento de la
sociedad más joven y más lleno de vida. Su existencia está garantizada por la
necesidad de conocer y enseñar. Pensar que el libro digital puede sustituir un día al libro impreso, es tanto
como pensar que el body painting
pueda sustituir un día al uso de la ropa.
¿A qué le tiras cuando (no)
lees, mexicano?
Cada
23 de abril se celebra el día mundial del libro, un festejo que se da en el
marco del aniversario luctuoso de Miguel de Cervantes Saavedra y William
Shakespeare. En muchos países se llevan
a cabo lecturas al aire libre, mesas redondas sobre los libros, el
fomento a la cultura y la protección de la propiedad intelectual; también se
obsequian libros en las calles, en los transportes públicos, en el metro, etc.
Para muchas personas en el mundo, desde que la
UNESCO aprobó el 23 de abril como el "Día
Internacional del Libro y del Derecho de Autor" en 1995, atendiendo a
la propuesta presentada por la Unión Internacional
de Editores, es un acierto que exista un día para celebrar el elemento más
importante, el detonador de los grandes movimientos sociales. ¿Pero en nuestro
país qué celebramos? ¿Cuántos estamos enterados de que el libro tiene un
festejo mundial y otro nacional?
En 1979, el presidente de la
república decretó el “Día Nacional del libro”, que cada año se celebra el 12 de
noviembre, en el marco del natalicio de Sor Juana Inés de la Cruz.
No obstante, no es sólo el público medio el único que no se
entera, tampoco lo hacen los profesionistas, pues las propias instituciones de
educación y las secretarías de cultura no se ocupan en promover el tema de la
lectura; qué esperamos, entonces, del común de las personas. Sabemos que existe
el día de las madres, porque todos tenemos una; sabemos que existe un día del
niño, porque los escuelas se llenan de globos y serpentinas; sabemos que existe
un día de los reyes magos porque las calles se llenan de niños estrenando
bicicletas y botes de basura rebosando cajas de cartón y empaques de juguetes;
sabemos que existe un día del amor y la amistad, porque aunque no lo tengamos,
lo fingimos. No sabemos que existe un día del libro por la sencilla razón que
no leemos. En nuestra sociedad, el libro es una especie en peligro de
extinción. Lo que diré no sólo es una verdad evidente sino ya es un lugar
común: los mexicanos ocupamos uno de los últimos lugares de lectura en todo el
mundo. Nuestras estadísticas de lectura son realmente lamentables. Dice
Guillermo Sheridan en un artículo de la revista Letras Libres:
“Las estadísticas
avasallan. Demuestran con alevosía y ventaja, sin mostrar forma alguna de
clemencia ni resquicio para el anhelado error metodológico, que al mexicano (el
99.99 por ciento) no le gusta leer. Es más, no sólo no le gusta leer, no le
gustan los libros ni siquiera en calidad de cosa, ni para no leerlos ni para
nada, vamos, ni para prótesis de la cama que se rompió una pata. Años de
esfuerzo educativo, de aventar dinero a raudales en bibliotecas, centros
culturales, publicidad, cursos, campañas y ferias, premios y becas, ofertas y
descuentos, clubes y talleres, mesas redondas y presentaciones… Todo para
merecer la sincera respuesta: No, no queremos leer. Que no nos interesa. Que
no. Que no queremos. Que no haya libros y ya. Punto. No. ¡Que no! Ene, o = NO.”
Cada año se hacen encuestas y se presentan los resultados,
y cada año nos sumergimos más en el
profundo abismo de la ignorancia y la indiferencia. Según datos de la OCDE , México ocupa el lugar 107 de lectura de un
total de 108 países. Pero lo que a mí personalmente me preocupa no es solamente
nuestro nivel de lectura, sino el franco desinterés de los mexicanos en el
tema. Cuando en la televisión, en los periódicos o en la Internet se publican estas
estadísticas, nadie se truena los dedos, ni se da golpes en el pecho, ni se
cuestiona el por qué de nuestra indiferencia ante los libros. Antes bien,
cambiamos de canal para seguir viendo el fútbol, o conectamos el X-box para perdernos en una
realidad virtual de violencia e ignorar esta realidad que resulta francamente
aburrida.
Si los simples mortales no nos preocupamos y ocupamos en el
tema, qué decir de nuestros sapientísimos políticos, nuestros inmaculados
líderes religiosos y de nuestros mesiánicos medios de comunicación; al
contrario, a ellos les preocupa que la gente lea, pues la lectura es un factor
indispensable para el desarrollo humano. Leer implica tener la capacidad de
decodificar un texto, interpretar el significado de las palabras y estructuras
gramaticales, poder reflexionar sobre los propósitos del autor y comprender el
contexto en que se sitúa la obra. En suma, la capacidad lectora consiste en la
comprensión, el empleo y la reflexión a partir de textos escritos y virtuales,
con el fin de alcanzar las metas propias, desarrollar el conocimiento y el
potencial personal y participar en la sociedad. Un individuo lector es un arma
cargada de futuro, de esperanzas y posibilidades; y eso es lo que le preocupa a
nuestros dirigentes; por eso buscan la manera de mantenernos pegados a las
telenovelas, al fútbol, a los programas de espectáculo y a los programas de
concurso. “Discúlpeme, maestro, no terminé de leer el cuento “La continuidad de
los parques”, porque estaba informándome de la golpiza que le dieron a
Faviruchis”.
Algunas encuestas dicen que cada mexicano lee 2.8 libros al
año; otras que 1.2 y otras, quizá más realistas, sostienen que cada mexicano
lee sólo 0.4 libros al año; es decir, menos de medio libro. Siendo severos, no
hay discrepancia entre una y otra encuesta; un libro más o medio libro menos,
realmente no establece una diferencia sustancial. Si el paciente está obeso o
anoréxico, el peso específico es ya un problema secundario. Lo diré de otra
manera que no suene tan taxativa: el problema real no es cuántos libros leemos
los mexicanos; sino, cuántos mexicanos leemos libros, pues según la UNESCO , sólo el 2% de los
habitantes de este país cuenta con hábitos permanentes de lectura.
Gabriel Zaid, uno de los escritores mexicanos más enterados
y ocupados en el tema, nos ofrece el siguiente análisis de la Encuesta Nacional
de Lectura realizada por CONACULTA:
“… según la Encuesta nacional de
lectura del Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, dos de cada tres entrevistados declaran
leer lo mismo o menos que antes, a fines del 2005. Sólo el 30% declaró leer
más. El 13% dice que jamás ha leído un libro. Y cuando se pregunta a los que no
están en ese caso cuál fue el último libro que leyó, la mitad dice que no
recuerda. El 40% dice que ahora lee menos. También un 40% dice que nunca ha
estado en una librería. Dos años antes, en la Encuesta nacional de
prácticas y consumo culturales, también de Conaculta, el 37% dijo que nunca
había estado en una librería.
Al 40% que dijo leer menos se le preguntó
a qué edad leía más. El 83% (del 40%) dijo que de los 6 a los 22 años, o sea la edad
escolar. Si de los entrevistados se escoge a los que tienen de 23 a 45 años (o sea los
beneficiarios del gran impulso educativo), los números empeoran. El 45% (en vez
del 40%) declara leer menos, de los cuales casi todos (90% en vez de 83%) dicen
que leían más cuando tenían de 6
a 22 años. Queda claro que leían libros de texto, y que
no aprendieron a leer por gusto.
Los entrevistados que no leen dan varias
explicaciones, la primera de las cuales (69%) es que no tienen tiempo. Pero el
conjunto de los entrevistados considera que la gente no lee, en primer lugar,
por falta de interés o flojera. Sólo el 9% dice que por falta de tiempo.
Los entrevistados que han hecho estudios
universitarios o de posgrado dieron respuestas todavía más notables. Según la ENIGH 2004, hay 8.8 millones
de mexicanos en esa situación privilegiada (incluye a los 2.8 millones de
universitarios que no terminaron sus estudios). Pero el 18% (1.6 millones) dice
que nunca ha ido a una librería; el 35% (3 millones), que no lee literatura en
general; el 23% (2 millones), que no lee libros de ningún tipo; el 40% (3.5
millones), que no lee periódicos; el 48% (4.2 millones), que no lee revistas y
el 7% (más de medio millón) que no lee nada: ni libros, ni periódicos, ni
revistas. El 30% (2.6 millones) dice que no gasta en libros, el 16% (1.4
millones) que gasta menos de $300 al año. O sea que la mitad de los
universitarios (cuatro millones) prácticamente no compra libros. (Estos números
confirman y acentúan lo que encontró la encuesta nacional sobre la cultura en
México, realizada por la
Universidad de Colima a fines de 1993: el 22.1% de los entrevistados
con licenciatura o más no había comprado libros en los últimos doce meses.) Sin
embargo, el 66% dice que compra la mayor parte de los libros que lee. Como dice
leer en promedio cinco libros al año, esto implica que compra tres. El 77% dice
que tiene su propia biblioteca, pero en el 68% de estas bibliotecas personales
hay menos de 50 libros. Y ésta es la crema y nata del país.”
El análisis realizado por Zaid nos demuestra algo
importante, aparte de no ser lectores, los mexicanos somos muy mentirosos. Si
bien somos indiferentes frente al libro y la lectura, pues ni el libro está in, ni leer es fashion, frente a un encuestador o un reportero sentimos vergüenza
de decir la verdad y damos una cifra alterada, que no sólo maquilla, sino además agrava el
problema. Las máscaras son bonitas y espectaculares en la lucha libre, pero
usarlas en un problema tan importante es cometer una grave imprudencia. Si el
adicto a las drogas quiere solucionar su problema, no debe mentir frente al
médico en cuanto a la dosis que acostumbra ingerir, pues seguramente ni el
medicamento suministrado ni las terapias corresponderán con el problema real.
Mexicanos al grito de chivas,
el escudo aprestad y el balón.
A pregunta expresa
de por qué no leemos, los mexicanos esgrimimos el argumento de la economía. “Yo
no leo porque no me alcanza para comprar un libro”, decimos frecuentemente; sin
embargo, la realidad nos contradice. México no está ubicado en las últimas economías
a nivel mundial. Nuestros salarios y nuestro poder adquisitivo no están muy por
debajo de otros países en desarrollo. Por lo tanto, el argumento del precio del
libro no es válido para justificar los índices de lectura. Países con una
economía por debajo de la nuestra tienen notoriamente un mejor nivel de lectura
que el nuestro. Para muestra señalaré las siguientes estadísticas: en Alemania
y Argentina existe una librería por cada 15 000 habitante; en España una por
cada 12 000; en Colombia una por cada 25 000; en Costa Rica una por cada 27
000; mientras que en México contamos con una librería por cada 250 000
habitantes. Aunque bueno, si bien es cierto que salimos perdiendo en estas
estadísticas, debemos consolarnos con el hecho de que en antros, cantinas e
iglesias les ganamos con un marcador mucho más abultado.
Soy adicto al ocio irónico; discúlpenme, pues, si lo uso en
este momento. En la ciudad de Puebla, una de las más importantes y pobladas de la República Mexicana ,
existen más agencias de automóviles nuevos que librerías. Si contáramos las
agencias de autos usados y los tianguis, tendríamos que aceptar que ganan por
default. Lo mismo sucede con otro tipo de negocios. La sociedad cambia a la par
de los sonidos y los fonemas. (Quise regalarte un separador, pero me quedaba
más cerca la Sex Shop ,
por eso te traigo un vibrador. ¿Dijiste que nos veríamos en la librería? Yo
escuché pizzería. Mi maestro me pidió
que fuera a la biblioteca, pero me quedaba más cerca Play city. La literatura
clásica ahora se samplea al ritmo de la mercadotecnia) Decía William Blake:
La senda del exceso
lleva al palacio de la sabiduría.
Ahora, los individuos
vanguardistas dicen:
La celda de los
complejos lleva al Palacio de Hierro.
Todos tenemos una
partícula/ de odio. // Y nuestros corazones/ que fueron hechos para albergar
amor/ retuercen hoy sus músculos/ bombean/ los jugos desesperados de la ira.
En cambio, las familias modernas repiten.
Todos tenemos un
Jetta, al menos en la cabeza. Visite a su concesionario Volskwagen.
Actualmente, más del 80 % de la población estudiantil de
nivel medio y superior en México cuenta con un teléfono celular; en promedio,
cada usuario gasta alrededor de $1000 al año en consumo de tarjetas. El libro,
en otros tiempos el mejor amigo del hombre, hoy ha perdido la amistad del
mexicano porque éste prefiere la fidelidad de su amigo telcel. Por otra parte, es importante señalar que en aquellos
tiempos en que no había tantos medios de comunicación, había un mejor
entendimiento entre las personas. Se practicaba la conversación, el diálogo, la
discusión. Hoy en día la cantidad de amigos y novias que tengo es directamente
proporcional al saldo de mi celular.
“Según la encuesta, los mexicanos destinan
casi el 2% del presupuesto familiar a la compra de libros: $220 pesos anuales.
La mayoría (55%) dice que no gasta ni un centavo, pero muchos estiman que
gastan el cinco o el diez por ciento. La estimación está infladísima. Según la ENIGH 2004, el gasto
corriente monetario en libros, revistas y periódicos fue el 0.4% del gasto
familiar. Los libros representan cuando mucho la mitad, digamos 0.2%: diez
veces menos que lo declarado en la encuesta.
Según la encuesta, los mexicanos de 12
años o más leen en promedio 2.9 libros al año: 45.7% comprados, 20.1% prestados
por un amigo o un familiar, 17.9% regalados, 10.2% prestados por una biblioteca
y 1.2% fotocopiados. Sumando los comprados y regalados (63.6%, o sea 1.8
ejemplares), se pueden calcular los ejemplares vendidos: 103.3 millones de
habitantes en octubre del 2005 x 75.7% de 12 años o más x 2.9 libros al año x
63.6% vendidos = 144 millones de ejemplares vendidos en el país el año 2005, lo
cual parece exagerado.
En la ciudad de México (DF y zona
metropolitana), según la encuesta, se leen 4.6 libros al año: 64.7% comprados,
16.5% prestados por un amigo o familiar, 10.2% regalados, 5.4% prestados por
una biblioteca y 1% fotocopiados. Esto daría 18.5 millones de habitantes x 76% de
12 años o más x 4.6 libros al año por 74.9% comprados o regalados = 48 millones
de ejemplares vendidos en la ciudad de México el año 2005, lo cual parece
exagerado.
En la sección amarilla del directorio
telefónico 2005 de la ciudad de México, había unas 325 librerías. Si se les
atribuye la venta de 48 millones de ejemplares, vendieron 150,000 ejemplares
cada una, que es altísimo. Las 75 librerías de Educal, cuyo tamaño es superior
al promedio, tenían como meta para el año 2004 vender 75,000 libros y artículos
culturales en promedio.
Y si la cifra de 48 millones de ejemplares
para la ciudad de México es exagerada, la cifra nacional (144 millones) es una
exageración mayor, porque implica que la ciudad de México no representa más que
el 33% del país. Para muchos editores, representa el 80%. Pero suponiendo,
conservadoramente, que sea el 50%, el total nacional daría el doble de la cifra
(exagerada) de la ciudad de México: 96 millones, un ejemplar por habitante.
Según Fernando Peñalosa (The Mexican book
industry, 1957), había 150 librerías en el directorio telefónico de la ciudad
de México de 1952. Si en el directorio de 2005 hay el doble (325), pero la
población se ha sextuplicado (de 3.3
a 18.5 millones), en 53 años el número de librerías por
millón de habitantes se ha reducido de 45 a 18. Otro indicador: desde 1950 (en todo el
país, en todos los niveles) el número de maestros se ha multiplicado casi por
veinte (Estadísticas históricas de México). Sin embargo, el número de lectores
(a juzgar por el número de librerías de la ciudad de México), apenas se ha
duplicado. (2006).”
Mientras ustedes están leyendo a un sujeto irónico y
desenfadado, miles de personas están ganando una fortuna. Leer es emplear horas
que puedo usar en algo más productivo. El tiempo es un factor que siempre
estará en el bando de los rudos. Otra de las razones que dan los mexicanos para
justificar la no lectura es la falta de tiempo. No podemos decir que no tienen
razón, pues después de las 8 horas en el trabajo o en la escuela, a cada
mexicano le esperan en su casa 8 ingratas horas frente a la televisión, la
auténtica universidad de nuestros días. Ya podemos imaginarnos sus
argumentos.
You tube y yo somos uno mismo
Aparte de las horas dedicadas a la televisión habrá que
sumar las que se invierten en la
Internet. Acá seguramente algunos querrán recordarme que este
medio de comunicación es una útil herramienta didáctica y no sólo un medio de
diversión; y seré el primero en estar de acuerdo. La Internet es un auténtico
topus uranus, un medio donde podemos encontrar todo tipo de información; es
económico, rápido y nos ahorra muchas visitas a la biblioteca. Sin embargo,
apenas dé mi consentimiento, inmediatamente me apresuraré a dar unos datos que
nos revelen en qué medida se usa la
Internet como instrumento que apoye la educación y enriquezca
nuestra cultura.
Según datos de la revista PICNIC, obtenidos del Informe de
Digital Life de la UIT , en 2006 Internet superó los mil millones de
usuarios en todo el mundo, lo que equivale a casi 16% de la población mundial.
Hasta el mes de marzo del año pasado, el primer lugar de horas de consumo fue
el de los medios digitales superando a la televisión.
En México, el 16.2 %
de la población usa Internet, es decir: 16 492 454 usuarios. 2 318 243 ó
9% de los hogares cuentan con conexión a Internet. 48.6 % de los hogares
mexicanos cuentan con computadora. 54% de los usuarios tienen entre 12 y 24
años. 4 de cada 10 usuarios acuden a un sitio público para consultar
Internet. “Yo no compro libros porque
los descargo de alguna página -me han dicho varias personas- así no gasto mi
dinero y contribuyo a preservar la naturaleza, ¿te imaginas cuántos árboles he
evitado que se corten por cada libro digital?” Mi ángel consejero, con su
extraño aspecto de jipi, me aconseja que les crea incondicionalmente; pero al
momento siempre se presenta el diablo guardián con su fétido olor a azufre y su
aspecto de punk y me recomienda no creer hasta no investigar sobre la lectura
en la Internet.
Convoco en este momento a Monsivais para que él nos diga
qué sucede en este ámbito:
“La lectura en Internet está creciendo muy rápida y consistentemente.
Según Rey (2006), en el estudio Colombiano se encontraron cinco motivos de
lectura: el funcional (trabajo y estudio), el entretenimiento, el encuentro
(chat y correo), la actualización y la lectura de periódicos y la prensa
escrita están haciéndolo en Internet, posiblemente transformando los procesos y
modos de lectura tradicionales. Así, la lectura en Internet no se opone ni
desplaza a otras lecturas; más bien se trata de lecturas complementarias y
cruzadas. En el estudio citado, los que más leen libros, los que tienen más
libros, los que van más a bibliotecas son los que leen más en Internet.” (2007:
56)
Cuando leí estas estadísticas sobre la
lectura en Internet, personalmente me sentí como creo que se sienten quienes
ven jugar a la selección mexicana. Tuve la confianza en que íbamos a mejorar;
esperé nerviosamente, tronándome los dedos, y al final, como siempre, terminé
con un profundo sentimiento de derrota. Está claro, quien cuenta con el hábito
de la lectura, lo hará en cualquier medio, sobre cualquier tipo de soporte; el
papel o la pantalla es un pretexto. El objetivo es el texto. Habrá quienes,
como quien esto escribe, prefiere el libro impreso sobre el libro digital, pero
si este último es más barato, más accesible y nos permite conocer de forma
inmediata las novedades, nunca lo despreciaremos; antes bien, cuando un alumno
me dice no contar con recursos para comprar los libros para mi materia, yo
mismo le comparto el archivo. Claro, mi generosidad siempre será del tamaño de
la capacidad de mi USB.
Si no lo usan para bajar archivos de
lectura, entonces para qué usamos los mexicanos
la Internet.
Desde que la citada revista PICNIC publicó las búsquedas más
populares en Google hasta abril de 2006, me he interesado en conocer estos
datos y cuando menos cada dos meses practico el ocio de las estadísticas. Cito
aquella lista de las páginas buscadas:
1. Aamor en custodia
2. Ronaldinho
3. RBD
4. Daddy yankee
5. Telcel
6. Fantasmas
7. Smallville
8. Shakira
9. Rebelde
10. Tom welling
11. South park
12. Harry potter
13. Bob esponja
Somos modernos, somos inmortales; estamos siempre in, nunca out. La vanguardia es nuestro signo; nuestras necesidades caminan al
ritmo de los tiempos modernos.
Líneas arriba dije que la Internet era una
herramienta que apoya la educación y enriquece nuestra cultura; en este momento
ya no tengo la misma opinión. ¿Tan pronto me contradigo? Sí, me contradigo. Soy vasto: contengo multitudes.
Con todas estas obligaciones, sería ingenuo pensar que aún
nos puede quedar tiempo para leer. La
OCDE recomienda que cada persona debe leer cuando menos 25
libros al año; la mitad de lo que leen los canadienses, finlandeses y
japoneses. Pero para ellos seguramente los días son más largos, los años deben
tener cuando menos 100 semanas y tampoco hacen tantas cosas como nosotros. La
mejor sabiduría sobre el tiempo de los mexicanos la ha expresado la publicidad
de un banco:
No pierda más su
tiempo, en nuestro banco no tiene que hacer largas colas…
Yo soy un hombre práctico,
por eso no leo libros.
Debemos decir que no pasa nada si nunca leemos un libro en
toda nuestra vida; podríamos tener una vida normal, conseguir un empleo,
manejar un vehículo de lujo, hacer grandes negocios, conseguir muchos amigos,
novias y amantes, y todo ello sin tener nunca la necesidad de leer. Esto es
parcialmente cierto, por eso es que hemos sobrevivido como sociedad durante
tantos años sin darle la importancia al tema de la lectura. Pero si debemos ser
honestos, tenemos que aseverar que un profesionista, sea médico, abogado,
ingeniero, historiador, profesor, etc. sin el hábito de la lectura, causará daños
irreversibles a la sociedad; por ejemplo, falta de ética, falta de seriedad en
el trabajo; en pocas palabras: mediocridad. En ese sentido, siguen teniendo
razón las palabras del inglés Thomas Carlyle: “La verdadera universidad de
nuestros días es una buena colección de libros.” Debo aclarar: no sólo los
profesionistas y los estudiantes deben leer; deben hacerlo también los obreros,
los campesinos, los policías, los futbolistas, los meseros, las bailarinas
exóticas, los choferes del transporte público, los oficiales de tránsito, los
árbitros de fútbol, los gobernadores, los barman; deben leer, en fin, todos los
miembros de nuestra sociedad.
¿Para qué leer? Para alejarnos de la violencia, para
practicar la honestidad y la decencia, para alcanzar la libertad y la
felicidad, para vivir no sólo por y para el dinero; para enamorarnos
intensamente, para tener hijos con conciencia, para dormir tranquilos, para
despertar felices: leer para vivir. El libro y la lectura deben ser parte de
nuestra vida, como lo es la necesidad de comer, dormir, respirar y el deseo
sexual. Parafraseando a Dostoievski: los libros debieran ser nuestro aliento,
nuestra vida y nuestro futuro. “Si la humanidad perdiera sus bibliotecas, no
solamente sería despojada de ciertos tesoros artísticos, de ciertas riquezas
espirituales; más aún, perdería principalmente sus fórmulas para vivir”.
(Georges Duhamel).
En su Informe sobre la educación en el mundo,
señala la UNESCO :
“Los libros y el
acto de leer constituyen los pilares de la educación y la difusión del
conocimiento, la democratización de la cultura y la superación individual y
colectiva de los seres humanos. En esta perspectiva señala la UNESCO , los libros y la
lectura son y seguirán siendo con fundamentada razón, instrumentos
indispensables para conservar y transmitir el tesoro cultural de la humanidad,
pues al contribuir de tantas maneras al desarrollo, se convierten en agentes
activos del progreso. En esta visión, la UNESCO reconoce que saber leer y escribir
constituye una capacidad necesaria en sí misma, y es la base de otras aptitudes
vitales...” (2000:183)
La
mayoría de los mexicanos, cuando se les pregunta si no necesita leer, esgrime
la siguiente respuesta: “yo no leo libros porque soy un hombre práctico”. Me
gustaría hacer un comentario a esta respuesta, pero creo que soy demasiado
libresco para ello. Carezco de la practicidad del hombre contemporáneo. Ése que
desde joven elabora un proyecto de vida muy firme: casarse, tener hijos,
adquirir una casa y un coche, comprarse un perro para que sus hijos jueguen con
él y de él aprendan el valor de la amistad y la lealtad. Este hombre práctico
nunca deja que su hijo lo vea leyendo un libro, pues corre el riesgo de que a
éste le interese, se vuelva lector; se empiece a vestir y comportar como jipi y
lleve ideas raras a su casa. Por el solo
hecho de hacerse lector, ese hijo puede quedar desheredado. (Viendo la
inmensidad y contemplando sus propiedades, el padre llama al hijo y le dice con
tono solemne: “Hijo, algún día todo esto será tuyo”. El hijo, que aún no tiene
conciencia de los auténticos valores humanos, responde con una pregunta: “¿Y la Cheyenne , apá?” Moraleja:
hay cosas que se heredan; otras que se ganan.)
Los libros son los zapatos del pensamiento, sin ellos
difícilmente el hombre puede andar todos los caminos y atravesar veredas sin
tropezar. ¿Para qué queremos, entonces, vehículos motorizados, si bastan
nuestros dos pies para recorrer todas las distancias?
Tal parece que los auténticos filósofos de nuestra época
son los publicistas; de ellos asimilamos las ideas que rigen nuestras vidas. Detrás
de nuestros deseos, nuestros traumas y frustraciones, siempre hay un redactor
publicitario creando frases que nos
harán perder el sueño. Según el discurso publicitario: “Todo se compra:
el amor, el arte, el Planeta Tierra, ustedes y yo. (…) Todo es provisional y
todo se compra. El hombre es un producto como cualquier otro, con fecha de
caducidad”. (Beigbeder: 2002). Tradicionalmente, como lo señala Monsivais, “uno
se arma de fragmentos de lectura, de selecciones de la memoria bastante menos
caprichosas de lo que parece”. (:35). Ahora, aunque no nos guste, tenemos que
aceptar que nuestros fatales fractales de la memoria están formados por
fragmentos de muchas frases comerciales.
En buena medida la familia dejó de cumplir su función de
guía moral y espiritual. Le cedió ese importantísimo papel a la televisión y
ésta ha convertido a los hijos en reflejo de los personajes de sus telenovelas,
o de algún programa de comedia. Por eso, el aforismo de Heriberto Yépez es muy
razonado y muestra cuánto nos hemos vuelto dejados respecto a la formación de
las nuevas generaciones: “Cuando le preguntan a un niño cómo eran nuestros
antepasados, éste responde: En blanco y negro” (2002: 102).
Sálvame del olvido, sálvame
de la soledad; no me dejes caer jamás.
Siempre me hago esta pregunta retórica ¿A qué le tiramos
cuando no leemos, mexicanos? La respuesta, cada uno de nosotros debemos
ofrecerla, de acuerdo con el compromiso con la vida. Por mi parte, puedo
afirmar que una sociedad alectora tiende al caos, al consumismo irracional y a
la infelicidad. Y aquí, me gustaría detenerme antes de ofrecer la conclusión de
este trabajo.
El tema de la
lectura mucho tiene que ver con el tema de la in/felicidad. La mayoría de los
individuos contemporáneos nunca conocemos la felicidad porque no estamos
obligados a ser felices. La felicidad no es ni será nunca una materia escolar.
Nuestros padres poco nos estimulan la necesidad de ser felices. La felicidad
implica hacernos dueños de nuestra propia libertad; y la libertad es la
conciencia de la necesidad. Ser felices implica necesariamente ser libres. Pero
nosotros mismos nos negamos a ello, porque resulta más fácil ser como los
otros, pensar como los otros, vivir como los otros. Me compro un celular, in I-Pod
o cualquier otro aparato porque los demás lo hacen, no porque sea una necesidad
o una decisión personal. Ser diferente implica estar al margen; ser rechazado,
ninguneado; por lo tanto, vendo mi libertad al bajo precio de una falsa
amistad, la cual me lleva a un estado de angustia permanente. La falta de
felicidad, pues, es la consecuencia de mi miedo a la libertad.
No es diferente el caso de la lectura. Me niego
constantemente a leer porque eso implica ser diferente. Me niego, además, a la
posibilidad del goce estético que me produce el libro. Una persona que tiene el
hábito de la lectura, a partir de los autores que frecuenta, de la crítica que
realiza y de las experiencias que obtiene, logra elaborar sus propias
categorías morales, sociales y espirituales. Es decir, un lector es un sujeto
libre que piensa por sí mismo; porque para llegar a definir nuestro propio
pensamiento, primero hay que conocer el de los demás.
Más allá de que sea un trabajo de nuestro sistema
educativo, un estímulo de la familia, los maestros o los amigos, la necesidad
de leer es una decisión personal. El entorno es importante, porque como decía
el preclaro filósofo español José Ortega y Gasset: “El individuo es él y sus
circunstancias.” Pero más importante que el entorno es nuestra voluntad,
nuestra perspectiva de vida, nuestra cosmovisión. Reitero: el libro es la
puerta de entrada a la felicidad, pero no estamos obligados a ser felices.
No me debo terminar estas líneas afirmando neciamente
que sólo la lectura es un sano ejercicio
y que todo lo demás, ver televisión, consultar Internet y ser adicto a los
juegos electrónicos sea malo. No, no lo pienso de esa manera; sería demasiado
ingenuo y pecaría de anacrónico. La vida de las personas debe marchar al ritmo
de los tiempos, al avance de las tecnologías y debe armonizarse con la nueva
música. Sencillamente, creo que si subimos nuestro nivel de lectura, con
seguridad mejoraríamos nuestro desarrollo humano.
Además, y perdonen la ironía, me gustaría que las personas
que corean efusivamente las canciones de RBD, como aquel verso que dice: “Sálvame
del olvido, sálvame de la soledad; no me dejes caer jamás.” Tuvieran un poco
más de conciencia de la importancia de los libros; pues de esa manera se
enteraría que el romanticismo alemán perdura aún en el siglo XXI y sólo se ha adaptado
a nuestros nuevos códigos.
Sálvame, oh Borges, de esta soledad y obséquiame alguna de
tus partículas de sabiduría: “El libro es la gran memoria de los siglos… Si los
libros desaparecieran, desaparecería la historia y, seguramente, el hombre”.
BIBLIOGRAFÍA
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Frédéric, 13¨99 euros, España,
Anagrama, 2002.
Gutiérrez
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