domingo, 29 de octubre de 2017

¿A qué le tiras cuando (no) lees, mexicano?

Víctor García Vázquez
                                                 
Quien desea y no actúa engendra la plaga.
                                   William Blake

Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.
Cicerón


Advertencia

La honestidad y el deber moral me obligan a realizar la siguiente advertencia: para algunos, estos comentarios sobre los libros y la lectura pueden resultar aburridos, estresantes, repetitivos y vacíos. No es mi propósito que así sea; antes al contrario, espero que algunos se sientan motivados con las reflexiones que aquí planteo. A pesar de no tener esa intención, estoy convencido de que frecuentemente ese es el resultado de este tipo de textos. Las razones son múltiples; entre otras puedo destacar el hecho de que somos una sociedad producto de los medios masivos de comunicación. Ellos nos han sembrado la idea de que nuestros temas de interés se deben reducir a 4. Los mencionaré en el orden de importancia, según mi propia experiencia: el fútbol; las telenovelas y  todo lo que derive de la farándula; la política en su acepción más pobre y partidaria; y los problemas familiares, sobre todo los que atienden a la economía, problemas de los hijos, entre otros.
            De las conversaciones entre amigos, compañeros de trabajo, las pláticas que se dan en el café, en los jardines públicos, en el transporte colectivo, en la escuela, en la oficina y cualquier otro espacio, prácticamente han desaparecido temas relacionados con la cultura, el arte, la filosofía y por supuesto: los libros.
            Por eso insisto: este ensayo puede resultar obsoleto; y aun sin proponérselo atenta contra lo in, lo fashion, lo que está de moda. 
Redacté este trabajo con el firme propósito de crear conciencia de una práctica, que entre más antigua, más rejuvenece. Me refiero a la lectura. Sobretodo, espero generar en quien lo lea no sólo la convicción, sino también la conversión. Es importante convencerse de que la falta del hábito de la lectura en nuestro país trae como consecuencia un sinfín de problemas sociales, culturales, económicos, políticos, de salud, etcétera. Pero lo más importante no es convencerse sino convertirse. Si ya logré entender que viviendo en una sociedad alectora, tendré múltiples problemas, entonces mi propósito será revertir esa tendencia de la única manera que debe hacerse: leyendo.
El maestro, el padre, el hermano mayor, el sacerdote y el amigo pueden persuadirme de que leer buenos libros me servirá para toda la vida, pero si ellos no lo hacen, entonces  yo nunca podré sentirme realmente motivado, ni moralmente obligado.
Ocuparé también esta advertencia para apelar a la honestidad de los lectores. Nunca se atrevan a obligar a alguien a que realice algo que ustedes nunca hacen. Frecuentemente me encuentro en los pasillos de la universidad donde trabajo compañeros maestros que dicen sentirse satisfechos de las lecturas impuestas a sus alumnos, pero ellos sólo las han realizado parcialmente; o en el peor de los casos ni siquiera han leído el libro que recomiendan . El colmo ha sido conocer individuos que se atreven a hablar del problema de la lectura, dictan conferencias y se dicen especialistas del tema, cuando su índice de lectura se compara con el de cualquier analfabeta funcional. Sus argumentos pecan de inteligentes; a pregunta expresa de por qué hablan de lectura si ellos no leen, responden: “bueno, si yo puedo motivar en alguien la lectura, me siento plenamente satisfecho; aunque claro, a mí me gustaría tener más tiempo para leer; pero a mi edad ya estoy más allá del bien y del mal.” Pensar que se puede motivar algo de lo que uno carece es una mezcla de ingenuidad y avaricia. Para hablar de la lectura, habrá que empezar por leer.

Leer por gusto es algo que se contagia, como todos los gustos, viendo a los entusiastas sumergidos en un libro, o escuchando el relato de sus aventuras. Tradicionalmente en México, muy pocos adquirían ese gusto en casa. Para la mayoría, el foco de contagio era la escuela: sus maestros, compañeros y amigos. Así como no abundaban los médicos hijos de médicos, pocos grandes lectores eran hijos de grandes lectores. Pero las aulas presagiaban que, en el futuro, se multiplicarían. (Sheridan: 2006)

Hecha la advertencia, describiré someramente el contenido. En primer lugar me interesa reseñar sucintamente la historia del libro: sus materiales, su proceso de elaboración, la escritura y sobre su producción moderna. 
En seguida me ocuparé de la lectura. Mi instrumento metodológico responde más a la informalidad del ensayo literario que a la rigidez del análisis académico.
Discúlpenme si al tono discursivo de la plática se suma un tono dialógico que frecuentemente intervendrá con carácter irónico; lo hago con la certeza de que, si empezamos por burlarnos de nosotros mismos, sin sentirnos mal; terminaremos por cambiar aquellos hábitos que no nos gustan. Sólo auto ironizando, aprendemos a superar nuestros complejos.

Historia del libro

Una de las herramientas más importantes para el desarrollo de la cultura, la sociedad y la historia del hombre es sin duda el libro. Gracias a la invención de la escritura, las diversas sociedades pudieron comunicarse más allá de su tiempo y su espacio geográfico. La palabra escrita, lo sabemos todos, es el mejor instrumento de comunicación. Desde los orígenes de la humanidad, el hombre sintió la necesidad de conocer otras sociedades, y asimismo dar a conocer su entorno. El primer paso fue la invención del lenguaje; el segundo, la invención de la escritura. Diversos materiales sirvieron como soporte para registrar los signos y símbolos que contenían información importante para la cultura del pueblo que lo realizaba.
 De esta forma, los orígenes del libro se remontan hasta la época en que los escribanos copiaban su escritura en tablillas enceradas, en rollos de papiro y trozos de pergamino. Así, la evolución de la escritura es paralela a los diversos experimentos que se realizaban para encontrar el material adecuado para plasmar la memoria de la palabra. Durante varios siglos el libro manuscrito pasó por distintas etapas; pero dos descubrimientos cambiarían completamente su curso. Primero el papel, usado por los chinos desde el siglo I de nuestra era; en occidente su uso no se extendería sino hasta el siglo XV; el segundo descubrimiento importante fue la imprenta. El libro deja atrás su etapa artesanal donde el número de ejemplares era muy limitado, por obvias razones, y pasa a su nueva etapa donde la fabricación se hace más rápida y, por lo tanto, la producción aumenta.
            En seguida presento un brevísimo resumen de los materiales que se utilizaban en la antigüedad para la confección del libro.


Sobre las materias escriptorias, instrumentos gráficos y tintas utilizadas en la antigüedad grecorromana y en la edad media.

En los orígenes del libro se conocerán tres principales materiales para la fijación de la escritura: el papiro, el pergamino y el papel. Sin embargo, también se usaron las tablillas enceradas, que sirvieron en Grecia y Roma para fines literarios: hacer apuntes, borradores, testamentos, cartas, entre otras cosas. Las tablillas tenían forma rectangular, en medio se las ahondaba y se cubrían con cera, sobre la cual escribían. Generalmente se agrupaban en dos. En el margen izquierdo se les hacía un orificio y se unían con unos anillos o cordones. Aunque era más común el uso de tablillas en grupo de dos, o dípticos, también se utilizaron en trípticos y polípticos, cuatro o más tablillas juntas. Más tarde, la madera se sustituyó por el mármol. Se usaban en la iglesia y entre personas distinguidas. Un aspecto importante de las tablillas enceradas es que su forma y disposición inspiraron las del códice que posteriormente sustituyó al rollo de papiro.
El papiro se extraía de una planta delgada de cuya sección triangular se extraían filamentos pegajosos. Éstos se tejían y se prensaban. Así se obtenía la materia escriptoria que se divide en dos clases, según su tamaño y su aptitud para recibir la escritura. La de mayor extensión recibió el nombre de hierática o Augusta. La más pequeña se conocía como charta emporetica. Las hojas de pergamino se cortaban en tiras similares, se pegaban de izquierda a derecha por el lado más ancho. La página se dividía en dos columnas; tenía cada página la altura del tallo de la planta. El largo del rollo era más arbitrario. Cada rollo podía contener de 70 a 100 columnas de escritura. Las columnas eran de diversa anchura, según los tiempos y lugares. En algunas ocasiones se utilizaba una varilla para enrollar sobre ella el libro. El reverso se cubría con cedrus, aceite o exudación resinosa del enebro común. Un trozo de pergamino se unía al rollo y llevaba escrito con tinta roja el título. Para llevar a cabo la lectura del rollo de papiro, se tomaba con la derecha y desenvolvía con la izquierda. El papiro griego más antiguo data del siglo IV antes de nuestra era. El papiro fue utilizado por todos los pueblos ribereños del Mediterráneo: Egipto, que fue su principal productor, Grecia, Italia, etc. Muchas obras clásicas se conservaron gracias a este material.
El pergamino es una denominación no usada antes del siglo IV. Este es un material escriptorio hecho a base de piel de carnero, cabra o ternera. Su fabricación sólo se hacía en monasterios hasta antes del siglo XIII. A partir de entonces su elaboración se seculariza y se crearon gremios en todas las principales ciudades. Se preparaba de la siguiente forma: después de macerar la piel en cal durante unos días, se la despojaba del pelo, y se la raspaba luego con un instrumento muy afilado; se pulimentaban luego sus dos caras con la piedra pómez hasta obtener una superficie lisa y uniforme.
Posteriormente  se conocerá el papel. Elaborado con trapos o substancias vegetales, fue introducido a Europa por los árabes en el siglo VIII; éstos aprendieron de los chinos, quienes ya lo conocían desde el siglo I.
En España el papel sólo lo usaban los musulmanes; los cristianos no lo usaron sino hasta los siglos XIII-XIV. Un siglo más tarde su uso se extendió en toda Europa.
El primitivo papel elaborado por los musulmanes era una pasta homogénea producto de la trituración o molturación de trapos de lino o cuerdas de cáñamo; éstos se reducían a láminas delgadas por medio de la presión, luego se desecaban. Para rellenar los huecos, uniformar las irregularidades de su contextura y satinar bien su superficie se recubría la pasta con una ligera capa glutinosa. Más tarde se perfeccionó su elaboración: triturados los trapos en agua de jabón, cuidadosamente dosificada, se obtenía una pasta más o menos espesa que se introducía en un cubo lleno de agua, a una temperatura determinada. En este cubo se sumergía la forma, marco de madera que tenía por fondo una tela de hilos de latón, que dejaba escurrir el agua y sólo retenía la pasta. Luego se le sacudía para darle uniformidad. Después de desecarla, la hoja se retiraba de la forma y se ponía sobre un fieltro, destinado a absorber el agua. Hojas y fieltros se colocaban unos sobre otros, y se los sometía a la acción de una prensa para quitarle totalmente el líquido. Esta operación generalmente se repetía. Después de secar las hojas al aire libre en el tendedero, era necesario cubrirlas con una cola que les daba un aspecto liso, pues de lo contrario embebían la tinta. Así se obtenía el papel en las diversas fábricas, de ahí pasaba a mano de los consumidores.
En cuanto a los instrumentos gráficos tenemos noticia del estilo: instrumento de hueso, bronce, hierro, plata o marfil, puntiagudo por un extremo y plano por el otro, con el fin de poder borrar, ya que se utilizaba para escribir sobre las tablillas enceradas.
El cálamo se empleó antiguamente para la escritura con tinta. Era un instrumento de caña tallado en punta. A imitación de los calami se fabricaron desde muy antiguo verdaderas plumas metálicas; las plumas de ave no fueron utilizadas en la Antigüedad Clásica.
Para borrar lo escrito se usaba una esponja, si era papiro; y el cuchillo o raspador en el caso del pergamino. Se usaba un punzón o compás para marcar los puntos y los intervalos de las líneas. La regla servía para trazar las líneas.
Para escribir en el papiro se empleaba la tinta negra, compuesta de humo negro mezclado con goma. Para escribir en el pergamino se usó la tinta de base metálica (cobre). La tinta roja sólo se usaba para la escritura de iniciales y de títulos.

 Sobre los palimpsestos, la confección y publicación del libro

 Una categoría especial muy importante de manuscritos membranáceos está formada por los códices rescripti o “palimpsestos”. La costumbre de utilizar ejemplares ya escritos, después de lavarlos o de rasparlos, fue común a Occidente y a Oriente. Se practicó generalmente en monasterios, ya que existía la dificultad para aprovisionarse del pergamino necesario. Comúnmente se escribían textos eclesiásticos; pero también se escribían textos clásicos sobre eclesiásticos.
La técnica más apropiada para poder leer los textos contenidos en los palimpsestos es aplicar sulfhidrato de amoniaco y los rayos ultravioletas filtrados.
En la Antigüedad Clásica los libros estaban bastante extendidos: sobre todo en Grecia antes de las postrimerías del siglo V a C. No se tiene conocimiento sobre cómo se comercializaba, cómo se reproducía, cuáles eran las regalías, etc. En Roma desde la época de Cicerón había un comercio de libros bien organizado. El autor vendía su libro a un editor, quien pagaba a veces por cada libro vendido, o bien por la edición entera. De algunas ediciones se tiraba un millar de ejemplares. Los manuscritos del autor se dictaban a los librarii, esclavos amanuenses, quienes cometían muchos errores, por lo tanto las copias eran malas. La reproducción de los libros también se hacía copiando directamente de otro texto, prueba de ello son las representaciones de los manuscritos griegos, latinos u orientales, que muestran al amanuense escribiendo con su modelo delante.
La propiedad intelectual, como la conocemos en nuestros días, no existió entre los antiguos. Otro procedimiento para la difusión de las obras literarias fue su recitación en público.
Durante la Alta Edad Media la copia de los libros constituyó una de las principales ocupaciones de los monjes, sobre todo de los benedictinos. El siglo XIII señala un momento de capital importancia en la historia del libro manuscrito, cuando éste deja de ser patrimonio exclusivo de los grandes centros eclesiásticos, para desplazarse hacia los medios laicos: los universitarios, las cortes reales y las casas de los adinerados.
En los códices medioevales se encontraban las signaturas que servían para indicar el orden de los cuadernos. Se colocaban en el margen superior o inferior izquierdo. La práctica de numerar el final de los cuadernos data del siglo XIV. La foliación casi no se encuentra antes del XIII. La paginación de los libros sólo se generalizó hasta el siglo XV.


Sobre  la imprenta

“De los diversos instrumentos inventados por el hombre, /el más asombroso es el libro; / todos los demás son extensiones de su cuerpo…/Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria.”
Jorge Luis Borges

Como todos sabemos, el invento que vino a revolucionar la fabricación de los libros fue la imprenta. En 1450 Juan Gutenberg  inventó un sistema de impresión a base de tipos móviles; aunque actualmente se sabe que el primero en usar los tipos móviles en madera fue el holandés Laurens Costers (s XIV), este descubrimiento se le atribuye a Gutenberg por haber utilizado el plomo, un material mucho más eficaz y duradero, para fundir tipos móviles más resistentes. Así nace entonces el libro impreso, el fenómeno más importante de todos los tiempos y qué más ha contribuido para la modernización, el conocimiento y la imaginación de la sociedad. En 1447, Gutenberg consiguió imprimir un pequeño calendario y en 1451 una gramática del latín, pero su obra cumbre sería una Biblia. Este  invento se extendió paulatinamente por todo el mundo, y permaneció prácticamente inalterable hasta principios del siglo XX. Por supuesto las técnicas se fueron mejorando cada día con el afán de hacer más rápido y eficiente el trabajo. Así, la imprenta ha pasado por diversas etapas, entre otras: la litografía, la hectografía, la autotipia, la linotipia y el offset automático.
En nuestros días la edición de libros es algo relativamente fácil, gracias a la computadora. Mediante el uso de este invento podemos llegar a la autoedición. Desde la propia casa, la oficina o la universidad podemos escribir, diseñar e imprimir nuestros libros. La incorporación de las computadoras a las múltiples facetas y etapas de la edición ha supuesto una revolución de consecuencias impredecibles en este campo. Actualmente imprimir un libro ya no representa ningún problema; la dificultad radica en encontrar a personas dispuestas a leer. Después de enseñarnos tanto durante muchos siglos, los libros están recibiendo el mismo pago que los ancianos venerables: el ninguneo.

 El libro en los tiempos del ipod

Como hemos visto, la humanidad no ha descansado en la búsqueda por mejorar la confección del libro, tanto para hacer su uso más práctico como para darle una mejor presentación. Esto último es muy importante ya que el lector aparte de exigir un libro con un contenido que le aporte ideas y conocimientos trascendentales, también desea tener en sus manos un objeto artístico. El placer y el goce estético de la lectura debe encontrase en el proceso, no sólo en el fin.
            La revolución tecnológica provocada por la invención y desarrollo de la cibernética nos ha expuesto una nueva etapa del libro: la era del libro electrónico, digital o digitalizado. La escritura sobre papel ahora se sustituye por la imagen visual proyectada en las pantallas de computadoras. Para las nuevas generaciones es indudable que esta nueva presentación del libro traerá algunas ventajas, como el hecho de poseer una inmensa biblioteca virtual en un espacio reducido. Un solo disco compacto tiene la capacidad de almacenar cientos o hasta miles de libros. Como todo invento, el libro electrónico no sólo tiene ventajas sino también posee grandes desventajas con respecto al libro impreso: el tiempo es un factor más decisivo en la electrónica que en el papel. Un libro impreso con los cuidados necesarios y el buen uso puede durar muchos siglos; el libro electrónico tiene una existencia efímera. Así, frente a los dilemas que nos presenta la tecnología, los lectores tendremos la oportunidad de decidir entre la practicidad del libro electrónico o el insustituible goce estético del libro impreso, la sensación indescriptible de rozar el papel de los interiores y observar el diseño de las cubiertas.
             Debo señalar además que, contra todo lo dicho por la propaganda consumista y globalizante, el libro es el elemento de la sociedad más joven y más lleno de vida. Su existencia está garantizada por la necesidad de conocer y enseñar. Pensar que el libro digital puede  sustituir un día al libro impreso, es tanto como pensar que el body painting pueda sustituir un día al uso de la ropa.


¿A qué le tiras cuando (no) lees, mexicano?

Cada 23 de abril se celebra el día mundial del libro, un festejo que se da en el marco del aniversario luctuoso de Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. En muchos países se llevan  a cabo lecturas al aire libre, mesas redondas sobre los libros, el fomento a la cultura y la protección de la propiedad intelectual; también se obsequian libros en las calles, en los transportes públicos, en el metro, etc. Para muchas personas en el mundo, desde que la  UNESCO aprobó el 23 de abril como el "Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor" en 1995, atendiendo a la  propuesta presentada por la Unión Internacional de Editores, es un acierto que exista un día para celebrar el elemento más importante, el detonador de los grandes movimientos sociales. ¿Pero en nuestro país qué celebramos? ¿Cuántos estamos enterados de que el libro tiene un festejo mundial y otro nacional?
            En 1979, el presidente de la república decretó el “Día Nacional del libro”, que cada año se celebra el 12 de noviembre, en el marco del natalicio de Sor Juana Inés de la Cruz.  
No obstante, no es sólo el público medio el único que no se entera, tampoco lo hacen los profesionistas, pues las propias instituciones de educación y las secretarías de cultura no se ocupan en promover el tema de la lectura; qué esperamos, entonces, del común de las personas. Sabemos que existe el día de las madres, porque todos tenemos una; sabemos que existe un día del niño, porque los escuelas se llenan de globos y serpentinas; sabemos que existe un día de los reyes magos porque las calles se llenan de niños estrenando bicicletas y botes de basura rebosando cajas de cartón y empaques de juguetes; sabemos que existe un día del amor y la amistad, porque aunque no lo tengamos, lo fingimos. No sabemos que existe un día del libro por la sencilla razón que no leemos. En nuestra sociedad, el libro es una especie en peligro de extinción. Lo que diré no sólo es una verdad evidente sino ya es un lugar común: los mexicanos ocupamos uno de los últimos lugares de lectura en todo el mundo. Nuestras estadísticas de lectura son realmente lamentables. Dice Guillermo Sheridan en un artículo de la revista Letras Libres:

“Las estadísticas avasallan. Demuestran con alevosía y ventaja, sin mostrar forma alguna de clemencia ni resquicio para el anhelado error metodológico, que al mexicano (el 99.99 por ciento) no le gusta leer. Es más, no sólo no le gusta leer, no le gustan los libros ni siquiera en calidad de cosa, ni para no leerlos ni para nada, vamos, ni para prótesis de la cama que se rompió una pata. Años de esfuerzo educativo, de aventar dinero a raudales en bibliotecas, centros culturales, publicidad, cursos, campañas y ferias, premios y becas, ofertas y descuentos, clubes y talleres, mesas redondas y presentaciones… Todo para merecer la sincera respuesta: No, no queremos leer. Que no nos interesa. Que no. Que no queremos. Que no haya libros y ya. Punto. No. ¡Que no! Ene, o = NO.”

Cada año se hacen encuestas y se presentan los resultados, y cada año  nos sumergimos más en el profundo abismo de la ignorancia y la indiferencia. Según datos de la OCDE,  México ocupa el lugar 107 de lectura de un total de 108 países. Pero lo que a mí personalmente me preocupa no es solamente nuestro nivel de lectura, sino el franco desinterés de los mexicanos en el tema. Cuando en la televisión, en los periódicos o en la Internet se publican estas estadísticas, nadie se truena los dedos, ni se da golpes en el pecho, ni se cuestiona el por qué de nuestra indiferencia ante los libros. Antes bien, cambiamos de canal para seguir viendo el fútbol, o  conectamos el X-box para perdernos en una realidad virtual de violencia e ignorar esta realidad que resulta francamente aburrida.
Si los simples mortales no nos preocupamos y ocupamos en el tema, qué decir de nuestros sapientísimos políticos, nuestros inmaculados líderes religiosos y de nuestros mesiánicos medios de comunicación; al contrario, a ellos les preocupa que la gente lea, pues la lectura es un factor indispensable para el desarrollo humano. Leer implica tener la capacidad de decodificar un texto, interpretar el significado de las palabras y estructuras gramaticales, poder reflexionar sobre los propósitos del autor y comprender el contexto en que se sitúa la obra. En suma, la capacidad lectora consiste en la comprensión, el empleo y la reflexión a partir de textos escritos y virtuales, con el fin de alcanzar las metas propias, desarrollar el conocimiento y el potencial personal y participar en la sociedad. Un individuo lector es un arma cargada de futuro, de esperanzas y posibilidades; y eso es lo que le preocupa a nuestros dirigentes; por eso buscan la manera de mantenernos pegados a las telenovelas, al fútbol, a los programas de espectáculo y a los programas de concurso. “Discúlpeme, maestro, no terminé de leer el cuento “La continuidad de los parques”, porque estaba informándome de la golpiza que le dieron a Faviruchis”.
Algunas encuestas dicen que cada mexicano lee 2.8 libros al año; otras que 1.2 y otras, quizá más realistas, sostienen que cada mexicano lee sólo 0.4 libros al año; es decir, menos de medio libro. Siendo severos, no hay discrepancia entre una y otra encuesta; un libro más o medio libro menos, realmente no establece una diferencia sustancial. Si el paciente está obeso o anoréxico, el peso específico es ya un problema secundario. Lo diré de otra manera que no suene tan taxativa: el problema real no es cuántos libros leemos los mexicanos; sino, cuántos mexicanos leemos libros, pues según la UNESCO, sólo el 2% de los habitantes de este país cuenta con hábitos permanentes de lectura.
Gabriel Zaid, uno de los escritores mexicanos más enterados y ocupados en el tema, nos ofrece el siguiente análisis de la Encuesta Nacional de Lectura realizada por CONACULTA:

“… según la Encuesta nacional de lectura del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, dos de cada tres entrevistados declaran leer lo mismo o menos que antes, a fines del 2005. Sólo el 30% declaró leer más. El 13% dice que jamás ha leído un libro. Y cuando se pregunta a los que no están en ese caso cuál fue el último libro que leyó, la mitad dice que no recuerda. El 40% dice que ahora lee menos. También un 40% dice que nunca ha estado en una librería. Dos años antes, en la Encuesta nacional de prácticas y consumo culturales, también de Conaculta, el 37% dijo que nunca había estado en una librería.
     Al 40% que dijo leer menos se le preguntó a qué edad leía más. El 83% (del 40%) dijo que de los 6 a los 22 años, o sea la edad escolar. Si de los entrevistados se escoge a los que tienen de 23 a 45 años (o sea los beneficiarios del gran impulso educativo), los números empeoran. El 45% (en vez del 40%) declara leer menos, de los cuales casi todos (90% en vez de 83%) dicen que leían más cuando tenían de 6 a 22 años. Queda claro que leían libros de texto, y que no aprendieron a leer por gusto.
     Los entrevistados que no leen dan varias explicaciones, la primera de las cuales (69%) es que no tienen tiempo. Pero el conjunto de los entrevistados considera que la gente no lee, en primer lugar, por falta de interés o flojera. Sólo el 9% dice que por falta de tiempo.
     Los entrevistados que han hecho estudios universitarios o de posgrado dieron respuestas todavía más notables. Según la ENIGH 2004, hay 8.8 millones de mexicanos en esa situación privilegiada (incluye a los 2.8 millones de universitarios que no terminaron sus estudios). Pero el 18% (1.6 millones) dice que nunca ha ido a una librería; el 35% (3 millones), que no lee literatura en general; el 23% (2 millones), que no lee libros de ningún tipo; el 40% (3.5 millones), que no lee periódicos; el 48% (4.2 millones), que no lee revistas y el 7% (más de medio millón) que no lee nada: ni libros, ni periódicos, ni revistas. El 30% (2.6 millones) dice que no gasta en libros, el 16% (1.4 millones) que gasta menos de $300 al año. O sea que la mitad de los universitarios (cuatro millones) prácticamente no compra libros. (Estos números confirman y acentúan lo que encontró la encuesta nacional sobre la cultura en México, realizada por la Universidad de Colima a fines de 1993: el 22.1% de los entrevistados con licenciatura o más no había comprado libros en los últimos doce meses.) Sin embargo, el 66% dice que compra la mayor parte de los libros que lee. Como dice leer en promedio cinco libros al año, esto implica que compra tres. El 77% dice que tiene su propia biblioteca, pero en el 68% de estas bibliotecas personales hay menos de 50 libros. Y ésta es la crema y nata del país.”

El análisis realizado por Zaid nos demuestra algo importante, aparte de no ser lectores, los mexicanos somos muy mentirosos. Si bien somos indiferentes frente al libro y la lectura, pues ni el libro está in, ni leer es fashion, frente a un encuestador o un reportero sentimos vergüenza de decir la verdad y damos una cifra alterada, que  no sólo maquilla, sino además agrava el problema. Las máscaras son bonitas y espectaculares en la lucha libre, pero usarlas en un problema tan importante es cometer una grave imprudencia. Si el adicto a las drogas quiere solucionar su problema, no debe mentir frente al médico en cuanto a la dosis que acostumbra ingerir, pues seguramente ni el medicamento suministrado ni las terapias corresponderán con el problema real.


Mexicanos al grito de chivas, el escudo aprestad y el  balón.

A pregunta expresa de por qué no leemos, los mexicanos esgrimimos el argumento de la economía. “Yo no leo porque no me alcanza para comprar un libro”, decimos frecuentemente; sin embargo, la realidad nos contradice. México no está ubicado en las últimas economías a nivel mundial. Nuestros salarios y nuestro poder adquisitivo no están muy por debajo de otros países en desarrollo. Por lo tanto, el argumento del precio del libro no es válido para justificar los índices de lectura. Países con una economía por debajo de la nuestra tienen notoriamente un mejor nivel de lectura que el nuestro. Para muestra señalaré las siguientes estadísticas: en Alemania y Argentina existe una librería por cada 15 000 habitante; en España una por cada 12 000; en Colombia una por cada 25 000; en Costa Rica una por cada 27 000; mientras que en México contamos con una librería por cada 250 000 habitantes. Aunque bueno, si bien es cierto que salimos perdiendo en estas estadísticas, debemos consolarnos con el hecho de que en antros, cantinas e iglesias les ganamos con un marcador mucho más abultado.
Soy adicto al ocio irónico; discúlpenme, pues, si lo uso en este momento. En la ciudad de Puebla, una de las más importantes y pobladas de la República Mexicana, existen más agencias de automóviles nuevos que librerías. Si contáramos las agencias de autos usados y los tianguis, tendríamos que aceptar que ganan por default. Lo mismo sucede con otro tipo de negocios. La sociedad cambia a la par de los sonidos y los fonemas. (Quise regalarte un separador, pero me quedaba más cerca la Sex Shop, por eso te traigo un vibrador. ¿Dijiste que nos veríamos en la librería? Yo escuché  pizzería. Mi maestro me pidió que fuera a la biblioteca, pero me quedaba más cerca Play city. La literatura clásica ahora se samplea al ritmo de la mercadotecnia) Decía William Blake:

La senda del exceso lleva al palacio de la sabiduría.

Ahora, los individuos  vanguardistas dicen:

La celda de los complejos lleva al Palacio de Hierro.

La Mancha, el lugar donde vivía el Quijote, ya no existe en el imaginario colectivo de los mexicanos, pero en su lugar queda Angelópolis. ¿Comala no queda cerca de Palmas Plaza? Óscar Wilde no me suena, quizá quisiste decir Óscar de la Renta. Los viejitos trasnochados, repitiendo un poema de Mario Bojórquez, dicen:

Todos tenemos una partícula/ de odio. // Y nuestros corazones/ que fueron hechos para albergar amor/ retuercen hoy sus músculos/ bombean/ los jugos desesperados de la ira.

En cambio, las familias modernas repiten.
Todos tenemos un Jetta, al menos en la cabeza. Visite a su concesionario Volskwagen.

Actualmente, más del 80 % de la población estudiantil de nivel medio y superior en México cuenta con un teléfono celular; en promedio, cada usuario gasta alrededor de $1000 al año en consumo de tarjetas. El libro, en otros tiempos el mejor amigo del hombre, hoy ha perdido la amistad del mexicano porque éste prefiere la fidelidad de su amigo telcel. Por otra parte, es importante señalar que en aquellos tiempos en que no había tantos medios de comunicación, había un mejor entendimiento entre las personas. Se practicaba la conversación, el diálogo, la discusión. Hoy en día la cantidad de amigos y novias que tengo es directamente proporcional al saldo de mi celular.

    “Según la encuesta, los mexicanos destinan casi el 2% del presupuesto familiar a la compra de libros: $220 pesos anuales. La mayoría (55%) dice que no gasta ni un centavo, pero muchos estiman que gastan el cinco o el diez por ciento. La estimación está infladísima. Según la ENIGH 2004, el gasto corriente monetario en libros, revistas y periódicos fue el 0.4% del gasto familiar. Los libros representan cuando mucho la mitad, digamos 0.2%: diez veces menos que lo declarado en la encuesta.
     Según la encuesta, los mexicanos de 12 años o más leen en promedio 2.9 libros al año: 45.7% comprados, 20.1% prestados por un amigo o un familiar, 17.9% regalados, 10.2% prestados por una biblioteca y 1.2% fotocopiados. Sumando los comprados y regalados (63.6%, o sea 1.8 ejemplares), se pueden calcular los ejemplares vendidos: 103.3 millones de habitantes en octubre del 2005 x 75.7% de 12 años o más x 2.9 libros al año x 63.6% vendidos = 144 millones de ejemplares vendidos en el país el año 2005, lo cual parece exagerado.
     En la ciudad de México (DF y zona metropolitana), según la encuesta, se leen 4.6 libros al año: 64.7% comprados, 16.5% prestados por un amigo o familiar, 10.2% regalados, 5.4% prestados por una biblioteca y 1% fotocopiados. Esto daría 18.5 millones de habitantes x 76% de 12 años o más x 4.6 libros al año por 74.9% comprados o regalados = 48 millones de ejemplares vendidos en la ciudad de México el año 2005, lo cual parece exagerado.
     En la sección amarilla del directorio telefónico 2005 de la ciudad de México, había unas 325 librerías. Si se les atribuye la venta de 48 millones de ejemplares, vendieron 150,000 ejemplares cada una, que es altísimo. Las 75 librerías de Educal, cuyo tamaño es superior al promedio, tenían como meta para el año 2004 vender 75,000 libros y artículos culturales en promedio.
     Y si la cifra de 48 millones de ejemplares para la ciudad de México es exagerada, la cifra nacional (144 millones) es una exageración mayor, porque implica que la ciudad de México no representa más que el 33% del país. Para muchos editores, representa el 80%. Pero suponiendo, conservadoramente, que sea el 50%, el total nacional daría el doble de la cifra (exagerada) de la ciudad de México: 96 millones, un ejemplar por habitante.
     Según Fernando Peñalosa (The Mexican book industry, 1957), había 150 librerías en el directorio telefónico de la ciudad de México de 1952. Si en el directorio de 2005 hay el doble (325), pero la población se ha sextuplicado (de 3.3 a 18.5 millones), en 53 años el número de librerías por millón de habitantes se ha reducido de 45 a 18. Otro indicador: desde 1950 (en todo el país, en todos los niveles) el número de maestros se ha multiplicado casi por veinte (Estadísticas históricas de México). Sin embargo, el número de lectores (a juzgar por el número de librerías de la ciudad de México), apenas se ha duplicado. (2006).”

Mientras ustedes están leyendo a un sujeto irónico y desenfadado, miles de personas están ganando una fortuna. Leer es emplear horas que puedo usar en algo más productivo. El tiempo es un factor que siempre estará en el bando de los rudos. Otra de las razones que dan los mexicanos para justificar la no lectura es la falta de tiempo. No podemos decir que no tienen razón, pues después de las 8 horas en el trabajo o en la escuela, a cada mexicano le esperan en su casa 8 ingratas horas frente a la televisión, la auténtica universidad de nuestros días. Ya podemos imaginarnos sus argumentos. 

You tube y yo somos uno mismo

Aparte de las horas dedicadas a la televisión habrá que sumar las que se invierten en la Internet. Acá seguramente algunos querrán recordarme que este medio de comunicación es una útil herramienta didáctica y no sólo un medio de diversión; y seré el primero en estar de acuerdo. La Internet es un auténtico topus uranus, un medio donde podemos encontrar todo tipo de información; es económico, rápido y nos ahorra muchas visitas a la biblioteca. Sin embargo, apenas dé mi consentimiento, inmediatamente me apresuraré a dar unos datos que nos revelen en qué medida se usa la Internet como instrumento que apoye la educación y enriquezca nuestra cultura.
Según datos de la revista PICNIC, obtenidos del Informe de Digital Life de la UIT,  en 2006 Internet superó los mil millones de usuarios en todo el mundo, lo que equivale a casi 16% de la población mundial. Hasta el mes de marzo del año pasado, el primer lugar de horas de consumo fue el de los medios digitales superando a la televisión.
En México, el 16.2 %  de la población usa Internet, es decir: 16 492 454 usuarios. 2 318 243 ó 9% de los hogares cuentan con conexión a Internet. 48.6 % de los hogares mexicanos cuentan con computadora. 54% de los usuarios tienen entre 12 y 24 años. 4 de cada 10 usuarios acuden a un sitio público para consultar Internet.  “Yo no compro libros porque los descargo de alguna página -me han dicho varias personas- así no gasto mi dinero y contribuyo a preservar la naturaleza, ¿te imaginas cuántos árboles he evitado que se corten por cada libro digital?” Mi ángel consejero, con su extraño aspecto de jipi, me aconseja que les crea incondicionalmente; pero al momento siempre se presenta el diablo guardián con su fétido olor a azufre y su aspecto de punk y me recomienda no creer hasta no investigar sobre la lectura en la Internet.
Convoco en este momento a Monsivais para que él nos diga qué sucede en este ámbito:
“La lectura en Internet está creciendo muy rápida y consistentemente. Según Rey (2006), en el estudio Colombiano se encontraron cinco motivos de lectura: el funcional (trabajo y estudio), el entretenimiento, el encuentro (chat y correo), la actualización y la lectura de periódicos y la prensa escrita están haciéndolo en Internet, posiblemente transformando los procesos y modos de lectura tradicionales. Así, la lectura en Internet no se opone ni desplaza a otras lecturas; más bien se trata de lecturas complementarias y cruzadas. En el estudio citado, los que más leen libros, los que tienen más libros, los que van más a bibliotecas son los que leen más en Internet.” (2007: 56)

Cuando leí estas estadísticas sobre la lectura en Internet, personalmente me sentí como creo que se sienten quienes ven jugar a la selección mexicana. Tuve la confianza en que íbamos a mejorar; esperé nerviosamente, tronándome los dedos, y al final, como siempre, terminé con un profundo sentimiento de derrota. Está claro, quien cuenta con el hábito de la lectura, lo hará en cualquier medio, sobre cualquier tipo de soporte; el papel o la pantalla es un pretexto. El objetivo es el texto. Habrá quienes, como quien esto escribe, prefiere el libro impreso sobre el libro digital, pero si este último es más barato, más accesible y nos permite conocer de forma inmediata las novedades, nunca lo despreciaremos; antes bien, cuando un alumno me dice no contar con recursos para comprar los libros para mi materia, yo mismo le comparto el archivo. Claro, mi generosidad siempre será del tamaño de la capacidad de mi USB.
Si no lo usan para bajar archivos de lectura, entonces para qué usamos los mexicanos  la Internet. Desde que la citada revista PICNIC publicó las búsquedas más populares en Google hasta abril de 2006, me he interesado en conocer estos datos y cuando menos cada dos meses practico el ocio de las estadísticas. Cito aquella lista de las páginas buscadas:
1.     Aamor en custodia
2.      Ronaldinho
3.      RBD
4.      Daddy yankee
5.      Telcel
6.      Fantasmas
7.      Smallville
8.      Shakira
9.      Rebelde
10.  Tom welling
11.  South park
12.  Harry potter
13.  Bob esponja

Somos modernos, somos inmortales; estamos siempre in, nunca out. La vanguardia es nuestro signo; nuestras necesidades caminan al ritmo de los tiempos modernos.
Líneas arriba dije que la Internet era una herramienta que apoya la educación y enriquece nuestra cultura; en este momento ya no tengo la misma opinión. ¿Tan pronto me contradigo? Sí, me contradigo. Soy vasto: contengo multitudes.
Con todas estas obligaciones, sería ingenuo pensar que aún nos puede quedar tiempo para leer. La OCDE recomienda que cada persona debe leer cuando menos 25 libros al año; la mitad de lo que leen los canadienses, finlandeses y japoneses. Pero para ellos seguramente los días son más largos, los años deben tener cuando menos 100 semanas y tampoco hacen tantas cosas como nosotros. La mejor sabiduría sobre el tiempo de los mexicanos la ha expresado la publicidad de un banco:
No pierda más su tiempo, en nuestro banco no tiene que hacer largas colas…


Yo soy un hombre práctico, por eso no leo libros.

Debemos decir que no pasa nada si nunca leemos un libro en toda nuestra vida; podríamos tener una vida normal, conseguir un empleo, manejar un vehículo de lujo, hacer grandes negocios, conseguir muchos amigos, novias y amantes, y todo ello sin tener nunca la necesidad de leer. Esto es parcialmente cierto, por eso es que hemos sobrevivido como sociedad durante tantos años sin darle la importancia al tema de la lectura. Pero si debemos ser honestos, tenemos que aseverar que un profesionista, sea médico, abogado, ingeniero, historiador, profesor, etc. sin el hábito de la lectura, causará daños irreversibles a la sociedad; por ejemplo, falta de ética, falta de seriedad en el trabajo; en pocas palabras: mediocridad. En ese sentido, siguen teniendo razón las palabras del inglés Thomas Carlyle: “La verdadera universidad de nuestros días es una buena colección de libros.” Debo aclarar: no sólo los profesionistas y los estudiantes deben leer; deben hacerlo también los obreros, los campesinos, los policías, los futbolistas, los meseros, las bailarinas exóticas, los choferes del transporte público, los oficiales de tránsito, los árbitros de fútbol, los gobernadores, los barman; deben leer, en fin, todos los miembros de nuestra sociedad.
¿Para qué leer? Para alejarnos de la violencia, para practicar la honestidad y la decencia, para alcanzar la libertad y la felicidad, para vivir no sólo por y para el dinero; para enamorarnos intensamente, para tener hijos con conciencia, para dormir tranquilos, para despertar felices: leer para vivir. El libro y la lectura deben ser parte de nuestra vida, como lo es la necesidad de comer, dormir, respirar y el deseo sexual. Parafraseando a Dostoievski: los libros debieran ser nuestro aliento, nuestra vida y nuestro futuro. “Si la humanidad perdiera sus bibliotecas, no solamente sería despojada de ciertos tesoros artísticos, de ciertas riquezas espirituales; más aún, perdería principalmente sus fórmulas para vivir”. (Georges Duhamel).
 En su Informe sobre la educación en el mundo, señala la UNESCO:

“Los libros y el acto de leer constituyen los pilares de la educación y la difusión del conocimiento, la democratización de la cultura y la superación individual y colectiva de los seres humanos. En esta perspectiva señala la UNESCO, los libros y la lectura son y seguirán siendo con fundamentada razón, instrumentos indispensables para conservar y transmitir el tesoro cultural de la humanidad, pues al contribuir de tantas maneras al desarrollo, se convierten en agentes activos del progreso. En esta visión, la UNESCO reconoce que saber leer y escribir constituye una capacidad necesaria en sí misma, y es la base de otras aptitudes vitales...”  (2000:183)

La mayoría de los mexicanos, cuando se les pregunta si no necesita leer, esgrime la siguiente respuesta: “yo no leo libros porque soy un hombre práctico”. Me gustaría hacer un comentario a esta respuesta, pero creo que soy demasiado libresco para ello. Carezco de la practicidad del hombre contemporáneo. Ése que desde joven elabora un proyecto de vida muy firme: casarse, tener hijos, adquirir una casa y un coche, comprarse un perro para que sus hijos jueguen con él y de él aprendan el valor de la amistad y la lealtad. Este hombre práctico nunca deja que su hijo lo vea leyendo un libro, pues corre el riesgo de que a éste le interese, se vuelva lector; se empiece a vestir y comportar como jipi y lleve ideas raras a su casa.  Por el solo hecho de hacerse lector, ese hijo puede quedar desheredado. (Viendo la inmensidad y contemplando sus propiedades, el padre llama al hijo y le dice con tono solemne: “Hijo, algún día todo esto será tuyo”. El hijo, que aún no tiene conciencia de los auténticos valores humanos, responde con una pregunta: “¿Y la Cheyenne, apá?” Moraleja: hay cosas que se heredan; otras que se ganan.)
Los libros son los zapatos del pensamiento, sin ellos difícilmente el hombre puede andar todos los caminos y atravesar veredas sin tropezar. ¿Para qué queremos, entonces, vehículos motorizados, si bastan nuestros dos pies para recorrer todas las distancias?
Tal parece que los auténticos filósofos de nuestra época son los publicistas; de ellos asimilamos las ideas que rigen nuestras vidas. Detrás de nuestros deseos, nuestros traumas y frustraciones, siempre hay un redactor publicitario creando frases que nos  harán perder el sueño. Según el discurso publicitario: “Todo se compra: el amor, el arte, el Planeta Tierra, ustedes y yo. (…) Todo es provisional y todo se compra. El hombre es un producto como cualquier otro, con fecha de caducidad”. (Beigbeder: 2002). Tradicionalmente, como lo señala Monsivais, “uno se arma de fragmentos de lectura, de selecciones de la memoria bastante menos caprichosas de lo que parece”. (:35). Ahora, aunque no nos guste, tenemos que aceptar que nuestros fatales fractales de la memoria están formados por fragmentos de muchas frases comerciales.
En buena medida la familia dejó de cumplir su función de guía moral y espiritual. Le cedió ese importantísimo papel a la televisión y ésta ha convertido a los hijos en reflejo de los personajes de sus telenovelas, o de algún programa de comedia. Por eso, el aforismo de Heriberto Yépez es muy razonado y muestra cuánto nos hemos vuelto dejados respecto a la formación de las nuevas generaciones: “Cuando le preguntan a un niño cómo eran nuestros antepasados, éste responde: En blanco y negro” (2002: 102).


Sálvame del olvido, sálvame de la soledad; no me dejes caer jamás.

Siempre me hago esta pregunta retórica ¿A qué le tiramos cuando no leemos, mexicanos? La respuesta, cada uno de nosotros debemos ofrecerla, de acuerdo con el compromiso con la vida. Por mi parte, puedo afirmar que una sociedad alectora tiende al caos, al consumismo irracional y a la infelicidad. Y aquí, me gustaría detenerme antes de ofrecer la conclusión de este trabajo.
 El tema de la lectura mucho tiene que ver con el tema de la in/felicidad. La mayoría de los individuos contemporáneos nunca conocemos la felicidad porque no estamos obligados a ser felices. La felicidad no es ni será nunca una materia escolar. Nuestros padres poco nos estimulan la necesidad de ser felices. La felicidad implica hacernos dueños de nuestra propia libertad; y la libertad es la conciencia de la necesidad. Ser felices implica necesariamente ser libres. Pero nosotros mismos nos negamos a ello, porque resulta más fácil ser como los otros, pensar como los otros, vivir como los otros. Me compro un celular, in I-Pod o cualquier otro aparato porque los demás lo hacen, no porque sea una necesidad o una decisión personal. Ser diferente implica estar al margen; ser rechazado, ninguneado; por lo tanto, vendo mi libertad al bajo precio de una falsa amistad, la cual me lleva a un estado de angustia permanente. La falta de felicidad, pues, es la consecuencia de mi miedo a la libertad.
No es diferente el caso de la lectura. Me niego constantemente a leer porque eso implica ser diferente. Me niego, además, a la posibilidad del goce estético que me produce el libro. Una persona que tiene el hábito de la lectura, a partir de los autores que frecuenta, de la crítica que realiza y de las experiencias que obtiene, logra elaborar sus propias categorías morales, sociales y espirituales. Es decir, un lector es un sujeto libre que piensa por sí mismo; porque para llegar a definir nuestro propio pensamiento, primero hay que conocer el de los demás.
Más allá de que sea un trabajo de nuestro sistema educativo, un estímulo de la familia, los maestros o los amigos, la necesidad de leer es una decisión personal. El entorno es importante, porque como decía el preclaro filósofo español José Ortega y Gasset: “El individuo es él y sus circunstancias.” Pero más importante que el entorno es nuestra voluntad, nuestra perspectiva de vida, nuestra cosmovisión. Reitero: el libro es la puerta de entrada a la felicidad, pero no estamos obligados a ser felices.
No me debo terminar estas líneas afirmando neciamente que  sólo la lectura es un sano ejercicio y que todo lo demás, ver televisión, consultar Internet y ser adicto a los juegos electrónicos sea malo. No, no lo pienso de esa manera; sería demasiado ingenuo y pecaría de anacrónico. La vida de las personas debe marchar al ritmo de los tiempos, al avance de las tecnologías y debe armonizarse con la nueva música. Sencillamente, creo que si subimos nuestro nivel de lectura, con seguridad mejoraríamos nuestro desarrollo humano.
Además, y perdonen la ironía, me gustaría que las personas que corean efusivamente las canciones de RBD, como aquel verso que dice: “Sálvame del olvido, sálvame de la soledad; no me dejes caer jamás.” Tuvieran un poco más de conciencia de la importancia de los libros; pues de esa manera se enteraría que el romanticismo alemán perdura aún en el siglo XXI y sólo se ha adaptado a nuestros nuevos códigos.
Sálvame, oh Borges, de esta soledad y obséquiame alguna de tus partículas de sabiduría: “El libro es la gran memoria de los siglos… Si los libros desaparecieran, desaparecería la historia y, seguramente, el hombre”.

BIBLIOGRAFÍA
Beigbeder, Frédéric, 13¨99 euros, España, Anagrama, 2002.

Gutiérrez Valencia,  Ariel y Montes de Oca García, Roberto.
“La importancia de la lectura y su problemática en el contexto educativo universitario”, en Revista Iberoamericana de Educación, México, 2001.
Millares Carlo, Agustín,  Introducción a la historia del libro y de las bibliotecas, Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
Monsivais, Carlos, Las alusiones perdidas, España, Anagrama, 2007.
OECD. Programme for International student Assessment. Reading, mathematical and scientific literacy. París: OECD, 2000. “Revista Cultural” en Reforma, México: Reforma, (Año 7, 2,568) (Sep. 17), 2000.
Revista “El Bibliotecario”. Director Juan Domingo Argüelles. Julio de 2004, año 4 número 37.
Sheridan, Guillermo.
2006, “La lectura en México/1”, en Revista Letras Libres, 2006.
Yépez, Heriberto, Todo es otro, a la caza del lenguaje en tiempos light, México, CONACULTA,  2002.
Zaid, Gabriel, “La lectura como fracaso del sistema educativo”, en Revista Letras Libres, 2007.


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