domingo, 8 de octubre de 2017

La Guerra Psicopolítica y El Movimiento del 68
                                                                                                  
Patricia Montaño Flores
                                                                                                    

Fuente de imagen:
http://www.jornada.unam.mx
Sobre el movimiento de 68´, considera Viviane Brachet que de acuerdo con sus características se le puede enmarcar dentro de los Nuevos Movimientos Sociales;  “nuevo”, en la medida en que se haya observado en sus prácticas cotidianas y en sus fórmulas de organización un rechazo de las formas dominantes de organización política mexicana: al ser, por ejemplo, igualitarias en medio de una sociedad profundamente jerarquizada, directa en sus demandas sociales, en oposición con la establecida verticalidad apoyada en el mecanismo clientelar.  Bajo la visión de Fowaraker, puede verse como generador del cambio en la relación entre sociedad y Estado, pero sin poner en peligro la hegemonía del partido. [1]
            Las primeras movilizaciones estudiantiles se dieron con las protestas en 1966 en contra de la imposición de un examen como condición para ingresar en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).  Esta protesta se entiende si se considera que la universidad representa en México una vía de movilidad social. Los exámenes de admisión se veían como un medio para excluir a una gran parte de la población. Después de varias semanas de disturbios en la UNAM, durante los cuales los estudiantes llegaron a tomar la rectoría por la fuerza, se restableció la calma al retirarse Ignacio Chávez, el rector reformador. Fue sustituido por Barro Sierra, quien inmediatamente retiró la propuesta de reforma universitaria. Sin embargo, los sucesos en la UNAM no quedaron sin eco en el resto del país. A pesar de que no se presentaron proyectos de reforma similares en las universidades de la provincia, éstas presentaron diversos movimientos estudiantiles que pronto fueron reprimidos. En octubre de 1966, el ejército fue enviado a la Universidad de Guanajuato y apresó a todos los “agitadores”. En el año siguiente, los levantamientos continuaron en otras universidades como  Tabasco, Morelos y Puebla. Todos fueron violentamente reprimidos. [2]
            El año de 1968 empezó con una marcha de protesta desde Guanajuato hasta Morelia, organizada por los estudiantes guanajuatenses que exigían la libertad de los estudiantes apresados en  1966. Esta marcha fue violentamente interrumpida y dispersada por el ejército. El movimiento de la capital empezó a principios de 1968 con peleas entre escuelas preparatorias, en las cuales intervino la policía dejando un sinnúmero de heridos y arrestados. Lejos de apaciguar el ambiente, estas demostraciones de fuerza enfurecieron a los estudiantes. Como respuesta, el 26 de julio organizaron una manifestación para protestar contra la violencia policiaca y conmemorar el aniversario de la Revolución cubana. La represión final que terminó con la matanza de Tlatelolco, se dio cuando marchas de campesinos, trabajadores y varios grupos del sector popular (taxistas, vendedores ambulantes) empezaron a juntarse con los estudiantes. [3]
            El movimiento estudiantil  en México se trató de un proceso a la vez intermitente y aglutinador, que fue incluyendo cada vez más grupos sociales, conforme iba aumentando la represión policiaca. Se trataba de un levantamiento que amenazaba la estabilidad  del régimen presidencialista de partido único: primero, porque  las ideas libertarias difundidas por sus portavoces podían contaminar a sectores de las clases medias que sí formaban parte del aparato corporativo (Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP), tales como los maestros o los pobres urbanos), quienes los apoyaron en su conflicto con la UNAM. Pero también existía el riesgo de que movilizaran a grupos obreros y campesinos disidentes que habían resistido todos los intentos anteriores de incorporación. La amenaza potencial al movimiento obrero se vio confirmada por el hecho de que las brigadas estudiantiles establecieron comunicación con varios grupos obreros (ferrocarrileros, petroleros y electricistas), campesinos y empleados.  [4]
            El peligro era, naturalmente, que las demandas de liberalizar la política expresadas por los estudiantes llegaran a ser compartidas por un grupo mayoritario en todos los sectores del partido oficial. En resumen, al cuestionar la legitimidad de la autoridad gubernamental en forma tan abierta e internacionalmente visible como lo hicieron, los estudiantes desataban una crisis de confianza en un sistema que empezaba a mostrar señales de erosión ideológica. [5]
            Por eso, la lógica del gobierno de Díaz Ordaz, junto con su secretario de gobernación, fue disolver el movimiento estudiantil lo antes posible;  primero, porque estaban a diez días de que diera inicio los juegos olímpicos; segundo, porque estaba a poco menos de dos años de celebrarse la elección presidencial del partido único en México ( 5 de julio de 1970), en la cual figuraría como candidato único Luis Echeverría.  De no haber sido de esta manera, el fin del movimiento estudiantil se hubiera convertido en transformador del sistema político mexicano, desapareciendo al partido oficial y por ende a su candidato ya designado.
            Los aparatos de represión estatal, propios de un sistema autoritario, se hacen observar en el lanzamiento de gases lacrimógenos de los granaderos, asaltos de paramilitares y policías a las escuelas vocacionales,  la infiltración de grupos de choque identificados con un pañuelo o guante blanco en la mano izquierda, arresto de los integrantes del Consejo Nacional de Huelga por parte de militares, disparos de francotiradores desde los edificios que rodean la plaza de las tres culturas, la propaganda política de desinformación que hacen los medios de comunicación ligados al poder.
            El desarrollo del trabajo consiste en analizar la lógica  de los medios de comunicación respecto al movimiento estudiantil del 68´, es decir, la acción que los conduce a desprestigiarlo, a partir del empleo de la propaganda sucia.

Echeverría y la prensa    
El 2 de enero de 1968, Luis Echeverría Álvarez llegó a la oficina del presidente Díaz Ordaz, para llegar a acuerdos sobre la política interna. Uno de ellos, los recursos para investigaciones y propaganda política. El problema no estaba en cuánto y cómo usar los recursos, para eso Echeverría siempre tuvo toda la libertad y complacencia de Díaz Ordaz. Más bien en cómo justificar ante los despachos contables el uso de dinero público para fines no justificados legalmente. Pero, a decir verdad, tampoco eso era un problema, siempre había una partida que pudiera absorber los gastos sin que se requiriera ningún tipo de comprobación. [6]
El 2 de enero Echeverría salió de Los Pinos con otro acuerdo bajo el brazo. Recursos “para los servicios de personal de planta y comisionados accidentales para la práctica de investigaciones y trabajos de propaganda de la más diversa índole, llegándose a dar el caso de que, por convenir así a un fin de gobierno, lleguen a emplearse elementos extranjeros en dichos servicios.
Pero estos acuerdos presidenciales son apenas un indicio de lo que en la práctica ocurría con el manejo de recursos públicos para beneficio de periodistas y medios de comunicación. Las nóminas de a quiénes se les «apoya» y a cuánto ascendían estos apoyos, son abundantes. Necesariamente en este caso habría que citar los montos y los beneficiados, dejando muy claro que estas nóminas son responsabilidad de la Secretaría de Gobernación.
Pero esto existía de tiempo atrás. Desde 1963, al menos en los documentos, la Presidencia de la República como parte de los usos y costumbres en su relación con la prensa, disponía de una parte del presupuesto para «apoyos» a medios de comunicación y periodistas en todas sus variantes.
Esto quedó establecido oficialmente bajo los conceptos de partidas especiales e imprevistas, pero que finalmente terminaban bajo el rubro de subsidios y apoyos para medios y periodistas. El  subsidio que se autoriza en este acuerdo no afecta el presupuesto ni causa ampliaciones al mismo. Se trata de gastos corrientes», explicaba a su vez la Dirección de Inversiones de la Secretaría de la Presidencia. La  lista comienza con las revistas “Mañana”, “Hoy”, “Revista de América”, “Tiempo”, “Todo”, “Mujeres”, que recibían dos mil pesos; mientras que a las revistas Nosotros, Mire e Imagen, se les subsidiaba con mil pesos. A La Voz del Sureste, con dos mil quinientos y a “La Crónica Ilustrada”, con tres mil pesos.[7]
Se acordó otorgar recursos mensuales adicionales a las revistas “Siempre”, “Impacto” y “Tiempo” por dos mil pesos y a la Oficina Periodística de Orientación Popular por diez mil pesos.
En este mismo paquete entraban los apoyos para el Consejo Nacional de Defensa Inquilinaria (tres mil pesos), Alianza de Mujeres de México
(tres mil doscientos pesos); Asociación Cívica de Parlamentarios de la Revolución (diez mil pesos), embajada de la República Española en México (veinte  mil pesos).
El monto asignado al gobierno para propaganda  fue de casi cinco millones y medio de pesos, con una aclaración: «Imprevistos correspondiente a lo que se llama Gastos de Propaganda». Sin duda no era el rubro más alto. Por ahí, en el caso de los gastos que debía erogar Gobernación por concepto de viáticos y pasajes, para el desempeño de comisiones confidenciales, prefirieron dejar abierta la partida.
Entre la herencia documental quedaron también algunas de las nóminas de apoyos a algunos personajes relacionados con los medios nacionales e internacionales, por ejemplo:  a John Abney Robinson se la apoyaba con doce mil quinientos pesos para la difusión periodística en Estados Unidos y a Catherine Manjarrez, de la Oficina de Corresponsales Extranjeros, apenas seiscientos  pesos. Ahí aparece también el columnista Julio Teissier, quien recibía cuando menos cuatro mil pesos mensuales como subsidio.
Era regla no escrita desaparecer recibos o documentos que delataran los montos otorgados a los medios y periodistas. Sin embargo, algunos funcionarios tenían la costumbre de reservarse nombres y cifras para lo que en otro momento pudiera hacer falta.
Uno de esos documentos de 1967-1968 que sobrevivieron a la extinción permanente, revela los siguientes datos: “Excélsior”, 50 mil pesos.
—Funcionarios de la cooperativa Excélsior, 30 mil pesos; “El Universal” (Empresa) 50 mil pesos; “Novedades” (Empresa), 50 mil pesos; “Diario de México” (F. Bracamontes), 10 mil pesos; “El Nacional” (O. Medal) 300 pesos; “Ovaciones” 1a y 2a (A discusión); “Revista Mañana” (Moralitos) 5 mil pesos; “Revista Política” (Manuel Marcué Pardiñas) 10 mil pesos.[8]
La subordinación de los medios al poder político fue resultante de dos tipos de subsidios: los más sencillos, en apoyo a la economía de los periodistas, y los complejos, financiando los procesos productivos. Las aportaciones constantes al salario del periodista a través del llamado sobre, embute o chayo, y la facilitación en la obtención de permisos para operar servicios rentables, son las formas más conocidas del soborno del poder político a los individuos. Las más oscuras involucraban a las instituciones, y pueden leerse como arreglos entre poderes (gobierno y empresas periodísticas). Sobresalen entre esos acuerdos subsidiarios: los precios preferenciales de insumos y servicios (como papel y electricidad), la aplicación especial del régimen fiscal, condonación de deudas por concepto de seguridad social, créditos preferentes para adquirir bienes, donación de inmuebles, viáticos de periodistas durante las giras de funcionarios, gratificaciones y regalos a directivos, y la mayor forma de subsidio -que aún constituye un medio de control: la asignación de publicidad oficial en grandes cantidades y pagada por anticipado, que para muchos medios era (o sigue siendo) la fuente de su supervivencia-. Estas son sólo algunas de las prácticas perversas del pasado reciente del periodismo nacional.[9]
La Secretaría de Gobernación destinaba también recursos para la adquisición de tirajes completos de publicaciones o grandes cantidades de ejemplares. Por ejemplo, el 1 de julio de 1969 se anotó en gastos la adquisición de ocho mil ejemplares de la revista Por Qué?, lo que representó 14 mil pesos. Ese mismo día pagaron siete mil pesos por cuatro mil ejemplares de “La Garrapata”, “El azote de los bueyes”, revista de sátira política, antisolemne e incómoda para el gobierno. El 29 de julio de 1969 mandaron comprar seis mil ejemplares más de “La Garrapata” a un costo de 11 mil pesos.
O financiar programas de televisión. Cada uno de los noticiarios Ocho Columnas, que dirigía Carlos Denegri, le costaba al gobierno un promedio de 1,850 pesos. Este tenía una duración de 15 minutos y se trasmitía en el Canal 5 a las 23:15 de la noche de lunes a viernes. Vale la pena hacer un paréntesis para mirar, a través de Carlos Denegri, otro de los personajes inevitables del periodismo, el tipo de relación con la prensa que al poder le convenía sostener y alimentar, en una de sus grotescas variantes.[10]
Carlos Monsiváis, en “Parte de Guerra”, menciona a Carlos Denegri, de la siguiente manera: “Es el arquetipo de este servilismo, columnista del poderosísimo diario Excelsior, al que la clase política lee devocionalmente. Denegri es despótico, turbio, machista hasta la ignominia (pleonasmo), adulador sin tregua. Denegri chantajea, miente, usa de su columna para enviar a los interesados los mensajes de la dirigencia priísta o de la Secretaría de Gobernación”.  [11]
Carlos Denegri se prestigia ante sus patrocinadores: “Ahora son algunos de los jóvenes mexicanos los que han sido contaminados. Son ellos los que, apresados por esta fiebre, por esta enervación de los sentidos, se lanzan a las calles, con falsas banderas, y con las consignas de alterar el orden, atacar a todo lo que implique paz, tranquilidad, progreso” (“reproducido a plana entera por la Asociación Nacional de Periodistas, A.C. Excélsior, 29 de agosto)”[12]
Denegri dirigía, asimismo, el semanario “Revista de Revistas”, matriz natal del periódico “Noctámbulas”, una revista que resumía temas mundanos y “Nuestra Opinión”, una carta de información confidencial.  Igualmente dirigía un programa de TV, en Canal 2, llamado “Miscelánea Denegri” y uno radiofónico, en la XEQ, conocido como “Comentarios sellomáticos”.  En “Excélsior” escribía la columna diaria, “Buenos Días”, y tres veces por semana la “Miscelánea”.  Sin embargo, “Miscelánea Semanal”, que salía los domingos, era la más leída en la República.  Esta se dividía en dos secciones: “Gran Mundo”, dedicada a las notas y chismes de la sociedad metropolitana (noviazgos, bautizos, bodas, viajes, defunciones, fiestas) y “Fichero político”, ambas desplegadas a toda plana.  Como su nombre lo indica, el “Fichero” se refería por entero al ambiente  político.  Sus actores y lectores la catalogaban como la biblia.  Todo aquel que pertenecía, o intentaba ingresar a esa fauna, buscaba figurar o soñaba con debutar en ella.  Lógico: el “Fichero” era el muestrario informativo más enterado del país, porque su principal proveedor de noticias (o intrigas) era Francisco Galindo Ochoa, nada menos que el jefe de Prensa del PRI.[13]
De la mano de Francisco Galindo Ochoa (desde Miguel Alemán y hasta José López Portillo poderoso asesor de prensa de todos los presidentes, con excepción de Luis Echeverría), Carlos Denegri escribe Fichero político: "exitoso diccionario de intriga y extorsión", según Becerra Acosta, que es antecedente directo de la columna política en México, en el cual se juega con prestigios y carreras y se calculan costos y ganancias personales como si fuera una partida de dominó.
Sus relaciones con las altas esferas de la política y la economía garantizaban la impunidad de sus excesos, y su conocimiento de secretos de alcoba, de negocios turbios, de pasados oscuros, su capacidad para generar rumores hacía que nadie se atreviera a desafiarlo.
Otro estratega de la información al servicio de Gustavo Díaz Ordaz era Gabriel Alarcón, director de El Heraldo de México. En Nexos 246 se da a conocer un documento revelador en extremo del comportamiento amistoso de la mayoría de las publicaciones; la carta del 24 de septiembre de 1968[14], que el director de El Heraldo de México, le dirige a Díaz Ordaz:
“ Antes que nada, deseo expresar a usted que la amistad y la lealtad que le profeso, las antepongo a todo, y al exponer seguidamente mi actuación en los problemas estudiantiles lo hago para que no exista duda de mi buena fe y entrega a su gobierno, y muy especialmente a que respaldo abiertamente su actuación valiente sensata  y patriótica. Usted, señor Presidente me conoce y sabe que no soy falso. Estoy lo mismo que mis hijos, con usted y respaldamos firmemente su actuación con nuestra modesta forma de actuar; pero le pedimos su orientación por lo que en seguida expongo”.
             A lo largo del documento, Alarcón, le informa al ex presidente de su acercamiento con algunos de sus funcionarios, quienes lo “guían” para las noticias de ocho columnas del diario. Específicamente, informa sobre la orientación del regente del Distrito Federal,  el General Corona del Rosal, quien ha ordenado la divulgación de que los estudiantes habían izado en el Zócalo Capitalino la bandera rojinegra. 
            “Lic. Gral. Corona del Rosal. Al igual que los funcionarios antes señalados, nos ha orientado sobre la forma en que nuestras informaciones resultan negativas y la profanación a nuestra Bandera Nacional. Cabe aclarar que nosotros proporcionamos a otros diarios la foto del trapo que izaron en el asta bandera los estudiantes. En varias ocasiones me ha hecho saber que le ha parecido muy correcta y positiva nuestra forma de actuar.”
         Con respecto al  secretario de la Presidencia Emilio Martínez Manatou, se expresa como sigue:
 “ Dr. Emilio Martínez Manautou. El jueves pasado me llamó a primera hora para felicitarnos por la forma en que se destacaba en primera plana la foto del Che y las aulas universitarias con nombres de líderes comunistas así como nuestra información gráfica. A Pregunta mía manifestó que le gustaba la forma en que estábamos ayudando al gobierno con nuestra información y la convivencia de seguir ayudando en igual forma”.
            Al final del documento, menciona al Secretario de la Defensa Agustín Salvat, diciendo que ambos habían revisado todas las publicaciones de “El Heraldo”, y que no se había encontrado “nada que pudiera interpretarse como negativo al gobierno”.
       
 Propaganda, desinformación y guerra psicológica en el levantamiento estudiantil del 68´
En el terreno de la comunicación social, la guerra ha sido un factor de progreso. Guerra y propaganda son dos conceptos que han ido estrechamente unidos; es decir, guerra y guerra psicológica son casi sencillamente sinónimos, o el uno contiene al otro.[15]
            El Estado necesita del consenso de su propia opinión pública y lo busca a través de los medios de comunicación: El movimiento del 68´es una novedad histórica por las actitudes, las influencias y las decisiones cívicas…El cálculo propagandístico tiene muy en cuenta el arraigo popular del anticomunismo:  “si los acusamos de comunistas automáticamente quedarán aislados”. Lo malo para el gobierno es el número de participantes, el impacto de las brigadas y la ausencia de fraseología “bolchevique”.[16]
El autor Alejandro Pizarroso[17], escribe que la comunicación social implica “persuasión”, definida como el proceso comunicativo cuya clave está en la respuesta del receptor, es decir, aquel que pretende promover una dependencia interactiva entre emisor y receptor mediante la formación, reforzamiento o modificación de la respuesta del receptor. Es un proceso comunicativo cuya finalidad y objetivo es la influencia. Un mensaje persuasivo se conforma con la conducta que el emisor  desea que sea adoptada voluntariamente por el receptor. La persuasión actúa sobre el corazón, emociones y no sobre la mente.
La “propaganda” en el terreno de la comunicación social, implica un proceso de información y un proceso de persuasión, control de flujo de la información, dirección de la opinión pública y manipulación de conductas o modelos de conductas.
La propaganda, ha sido definida por Violet Edwards[18], como la expresión de una opinión o acción por individuos o grupos, deliberadamente orientada a influir opiniones o acciones de otros individuos o grupos para unos fines determinados.
La “desinformación” es una de las técnicas propagandísticas que más eficacia pueden tener en un conflicto bélico. El término desinformar, significa dar información intencionalmente manipulada al servicio de ciertos fines; dar información insuficiente u omitirla. Es la difusión deliberada de noticias falsas con una finalidad política por parte de un gobierno con poder real de hecho.
Desde la oficina de Echeverría en la Secretaría de Gobernación, salieron las directrices que orientaron la política de comunicación social –todavía no se llamaba así– hacia los estudiantes. “Había que evitar que en los medios se siguieran empleando los términos ‘estudiantes’ y ‘conflicto estudiantil’, para aplicarles términos como ‘conjurados’, ‘terroristas’, ‘guerrilleros’, ‘agitadores’, ‘anarquistas’, ‘apátridas’, ‘mercenarios’, ‘traidores’, ‘extranjeros’, ‘facinerosos’. El eufemismo como mecanismo eficaz de propaganda política contra el adversario... El lenguaje como arma”.[19]
            Los medios de información (Excélsior y El Heraldo), los diarios más importantes en ese entonces, difundían en las portadas de ambos periódicos,  “la teoría de la conjura”: “grupos subversivos conspiran en contra de la tranquilidad y la vida pacífica del país”. En esto había consistido la desinformación.
            En 1968, la televisión privada se niega a difundir las posiciones del Movimiento. Se prodigan las calumnias y las llamadas al linchamiento moral, los noticieros delatan la insignificancia numérica de las marchas.
Jacobo Zabludovsky fue Coordinador de Radio y Televisión de la Presidencia de la República y Consejero de la Dirección de Difusión y Relaciones Públicas de la Presidencia de la República en los regímenes de los Licenciados Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz;  en la pantalla televisiva, reprodujo la versión oficial, pero tuvo la osadía de salir a cuadro con una corbata negra, suficiente para que el propio Gustavo Díaz Ordaz lo reprendiera.[20]
La versión oficial era que “la izquierda, radical que mucho se había soliviantado en el régimen anterior, recibió órdenes precisas del comunismo internacional de aprovechar los preparativos de la Olimpiada para desarrollar en México la parte que en la Revolución Mundial le estaba asignada. Díaz Ordaz no tuvo más opción que emplear la fuerza para contener la violencia en que nos querían envolver”.  (Teoría de la Conjura). [21]
            En 1998, a treinta años de haberse cometido la masacre en Tlatelolco, en una entrevista que le hace el periódico La Jornada[22] al locutor oficial del gobierno, se le  pregunta  por qué había  empleado el término  “trantando de informar” sobre lo acontecido, es decir, si ¿no se podía informar de todo? a lo que Zabludovsky respondió:
“No. Eran momentos de una estricta vigilancia por parte de las autoridades, que estaban empeñadas en que ninguno de los medios diera una información que ellos consideraban excesiva. Nos reducían a nuestra mínima expresión. Recuerdo una restricción a nuestras posibilidades de informar. Y cuando digo ``nuestras'' me refiero a todos los periodistas, no sólo a la televisión. Un ejemplo: el periódico Excélsior, que dirigía Julio Scherer García, dedica su cabeza de ocho columnas del 4 de octubre, cuando todavía la sangre de Tlatelolco no había coagulado, a decir que sí va a haber Juegos Olímpicos en México”.
Desinformación y propaganda se solapan como fenómenos dentro del fenómeno de la guerra psicológica, pues en esta última, afirma Maurice Migret, convergen numerosas acciones diversas que no tienen en común más que la confusión del adversario y el debilitamiento de su resistencia.[23]

Conclusiones
            Medios esenciales para la guerra: la acción psicológica, la propaganda dirigida al propio bando, al adversario o a los neutrales, puede modificar el equilibrio de fuerzas a favor de quien mejor desarrolle estas técnicas.
            En el caso del movimiento estudiantil del 68´, los medios de comunicación se pusieron al servicio de una apolítica de intervención y admitieron todo tipo de manipulación desde el poder.
            El ciudadano medio sufre un bombardeo que de ningún modo puede asimilar. Acepta con absoluta naturalidad lo que le dicen unos medios que en general gozan de un alto nivel de credibilidad (Excélsior). En México se ha pasado de la fabricación del consenso del que habló Walter Lippnam a la ingeniería de éste, es decir, de la manipulación de las noticias y programas tanto en la prensa como en los medios electrónicos, a la fabricación y construcción de conceptos sobre una realidad virtual e imponente de opiniones, sentimientos y deberes, generando con ello consenso de opinión funcional y útil para mantener el dominio de los poderes hegemónicos, hoy representados y dirigidos por clases empresariales y financieros.
            El fin instrumental de la acción mediática en contra del movimiento del 68´ era lograr la desafección política de los ciudadanos, para restarle legitimidad al movimiento y con ello truncar sus posibilidades de haber transformado la forma de hacer política en nuestro país.  
            Quienes ostentan el poder tienen la capacidad, con su estructura de alcance nacional y regional, de fijar los términos del discurso dominante y determinar lo que el público puede ver, oír, y pensar. La mayoría de la gente depende de los medios, televisión, radio y prensa para formarse una idea y una posición respecto a los temas públicos.
            Los medios en México han acumulado un gran poder que los ubica a la “derecha del padre”, es decir, como un factor real de poder creciente y determinante en la conducción y destino de la nación. Creciente porque frente a otros poderes, fundamentalmente políticos y religiosos, llegan a sobrepasarlos, ya que al acumular más recursos económicos e influir en la conformación de las ideas totalizadoras y hegemónicas rebasan los alcances de un poder político o religioso estacionario o local. Y  determinante porque como actores, sujetos de intereses, los dueños de los medios luchan para mantener sus prerrogativas y hacen uso de su imán como aliado fundamental de cualquier grupo o sector del poder.


BIBLIOGRAFÍA
Brachet, Viviane. “Las movilizaciones estudiantiles 1968 y 1988”. En Transformaciones sociales y acciones colectivas. Colegio de México, México. 1994
Monsiváis, Carlos y Julio Scherer. Parte de Guerra: Tlatelolco 1968. Nuevo Siglo. México, 1998
Pizarrso Quintero, A. “Guerra y Comunicación. Propaganda , desinformación y guerra psicológica en los conflictos armados”. En Culturas de guerra: Medios de información y violencia simbólica. Fronesis, España, 2004.
Poniatowska, Elena. La prensa en tiempos de Díaz Ordaz, A vuelo de pájaro. La Jornada. 2 de Octubre de 1998.
Periódico La Jornada, 2 de octubre de 1998
Revista Emeequis,  “Los archivos prohibidos de la prensa y el poder”. No. 1101, México, 2007.
Revista Mexicana de Comunicación. “Mirada sociológica al periodismo mexicano”.  México, 2005
Revista Águila o sol. “Carlos Denegri”, México, 2006
Revista Nexos 246, México, 1998
www. latarde. com.mx

ENSAYO SOCIOLOPOLÍTICO
ELABORADO POR: PATRICIA MONTAÑO FLORES
AGOSTO DE 2008

[1] Brachet, Viviane. “Las movilizaciones estudiantiles 1968 y 1988”. En Transformaciones sociales y acciones colectivas. Colegio de México, México. 1994, p. 259.
[2] Ibid., p. 261.
[3] Ibid., p. 262
[4] Ibid., p.263
[5] Ibid., p. 264
[6] Véase en: www. latarde. com.mx
[7] Revista Emeequis,  “Los archivos prohibidos de la prensa y el poder”. México, 2007. p. 28
[8] Ibid., p. 28
[9] Revista Mexicana de Comunicación. “Mirada sociológica al periodismo mexicano”.  p. 12
[10] Revista Emmeequis, p. 29
[11] Monsiváis, Carlos y Julio Scherer. Parte de Guerra: Tlatelolco 1968. Nuevo Siglo. México, 1998, p. 174
[12] Ibid., p. 177
[13] Revista Águila o sol. “Carlos Denegri”, p. 21
[14] Revista Nexos, 246, México, p. 8
[15] Pizarro Quintero, A. “Guerra y Comunicación. Propaganda , desinformación y guerra psicológica en los conflictos armados”. En Culturas de guerra: Medios de información y violencia simbólica. Fronesis, España, 2004. P. 141
[16] Monsiváis, Carlos y Julio Scherer. Parte de Guerra. Nuevo Siglo Aguilar, México, 1999. P.176
[17] Pizarroso Quintero, A. op cit. 145
[18] Pizarroso Quintero, A. op. Cit. p. 147
[19] Poniatowska, Elena. La prensa en tiempos de Díaz Ordaz, A vuelo de pájaro. La Jornada. 2 de Octubre de 1998.
[20]Periódico La Jornada, 2 de octubre de 1998
[21] Monsiváis, C. op. Cit. 136
[22] La Jornada, 2 de octubre 1998, p. 26
[23] Pizzarro Quintero, A. op. Cit. p. 148

2 comentarios:

  1. Tal vez y desde entonces se instauro en México la más eficaz represión lo que desde siempre ha sido la "ley mordaza" En 1968 se llego al descaro y el momento fue propicio, había que terminar con una rebelión que se estaba instalando en un medio propicio, en el cuerpo político de los medios de comunicación que se encontraban en desarrollo. La dosis administrada fue la adecuada y comenzó la era de la distracción. ¿Que nos trajo la resaca detrás la cortina de humo de los juegos olímpicos? ¿Quiénes somos hoy? ¿acaso la reflexión sigue siendo de quienes escriben a través de la nube del tiempo? o de quienes hablan desde la tribuna heredada.

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  2. Gracias por tu comentario Leticia; sin duda alguna, son muchas las artistas que debemos plantearnos desde este presente que configura nuestro pasado.
    Saludos cordiales.

    Comitè Editorial

    Óclesis

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