La
ofrenda de Córpez
Por: Alfredo Torres Saldaña[1]
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Fuente de imagen: https://www.ead.pucv.cl |
Pasó durante la ofrenda de Córpez,
aquella fiesta patria del pueblo de Balacúm en el mes de Octubre. Dicha
celebración se auspiciaba en honor a Kamilum Córpez, fundador del pueblo y el
primero en poner el primer bloque de la muralla que rodea al pueblo.
Usualmente los bailes típicos abren el
evento; mujeres de largos vestidos y peinados extravagantes bailan al son del
soplo de la flauta y los acordes de guitarra, el ritmo de la música abre un
ambiente un tanto jocoso para el público. Sin embargo, aquella vez decidieron
montar un castillo, colocarle cohetes, pequeñas bengalas y encenderlas.
La noche anaranjada de las luces
festivas quedó difusa por el enorme resplandor blanco de aquella estructura
envuelta en explosivos. El estruendo que producía era amplio, llegó hasta la
muralla y los guardias que la custodiaban llegaron a pensar que podía despertar
a cualquiera a varios kilómetros de distancia. Seguido de la quema de este
castillo la fiesta dio su inicio. Los músicos tocaban, en la plaza los hombres
con cierta timidez sacaban a las mujeres a bailar. Algunos disfrutaban la
gastronomía y otros participaban en pequeños eventos y juegos.
Más entrada la noche, el licor y el
ambiente habían causado gran efecto en las personas. Algunos estaban ebrios,
inconscientes, otros no y la gran mayoría fueron a sus casas, pero esta mayoría
eran niños. Los guardias dejaron su puesto y bajaron para unirse a la
celebración. Decían que, desde que levantaron el muro, no había pasado nada que
fuera lo suficientemente peligroso como para que sea menester cuidar esa noche,
incluso se corrían rumores de querer derribar el gran muro circular.
La fiesta continuó. De entre tantas
pláticas surgió el tema de encender otro castillo, la gente se excitó al
recordar el primero que encendieron y aquellos hermosos colores que desprendió.
Montaron otro, que, a diferencia del primero, era más alto y con mayor cantidad
de explosivos. La estructura era colosal, se le caían los cohetes de la
cantidad que tenía y cuando se encendió por un instante la noche se volvió día
y el estruendo era tal que los habitantes quedaron sordos por unos momentos.
Muchos que ya habían conciliado el sueño despertaron. En el medio del
espectáculo de luces, en la columna se escuchó un chillido diferente al que
hacían los cohetes. La gente, sin darle importancia, siguió celebrando.
Fue entonces cuando cayó el castillo
sobre una tarima, el golpe hizo que los cohetes adquirieran una nueva dirección
y salieran disparados a diestra y siniestra, ya sea sobre las casas, puestos de
comida o sobre la gente. Lentamente la explanada comenzó a incendiarse, de las
casas salía humo y llamas se comían las decoraciones festivas. Tenían que
evacuar a la gente, pero los guardias estaban ahí y no había nadie a lo lejos
que efectuara el largo proceso de abrir la puerta de la gran muralla.
No pudieron salir y el fuego se propagó por
todo el lugar, lo que inició en la plaza siguió ardiendo con tal intensidad que
pudo alcanzar la altura de la muralla y para cuando salió el sol sólo quedaba
humo negro.
De Balacúm sólo queda una gran muralla
circular que protege un montón de cenizas de lo alguna vez fueron bailes,
canciones y su gente, víctimas del artificio.
[1] Soy Alfredo Torres, joven tijuanense actualmente estudiante de la
AUBC en el área de ingeniería. Tengo 23 años y a los 14 inicié a escribir, pero
a los 16 me enamoré de este bello arte. Como menciono al principio soy y nací
en Tijuana Baja California, y constantemente busco mejorar y aprender más en
ámbitos literarios.
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