domingo, 11 de diciembre de 2016


Salvarse[1]

Oscar O. Chávez Rodríguez[2]

“…caminar entre obleas de tiempo”

Se salva uno, nadie puede hacerlo en nuestro lugar. Salvarse significa haberse encontrado, reconocer aquellos límites dentro de los cuales nuestra vida transcurre. Lo cual no significa que está uno limitado, sino que está uno situado. Circunstancia o situación que da a cada parte de nuestro ser su lugar. Y con ello el tiempo, perfilando el espacio de la posibilidad, del futuro siempre al punto de dibujarse en todo su colorido y profundidad.
Anda uno extraviado, confundiendo el parecer con el ser y, por lo mismo, viviendo entre accidentes, entre apariencias que van desgastando la vida, nublando el horizonte. Nublarse que ciega la mirada, que aleja de ella el sol que tras las nubes resplandece.
¿Cómo salvarse? Nunca en otro, nunca en algo, nunca en el consuelo que dan unas manos o unos brazos, nunca en una voz ajena que nos da aliento. Nadie sabe del fondo que late en nuestra vida más que nosotros mismos. Por ello el salvarse no es nunca consuelo, ni mucho menos un compadecerse. Salvarse es reconciliarse con uno mismo, reformular, replantear y, a fin de cuentas, cambiar. Cambio que surge cuando uno se ha perdido. Perderse que es un cultivo ontológico y existencial de uno mismo, acción –tal será siempre– que en el curvarse del tiempo señala hacia el fondo esencial en el cual nos habitamos; perderse que no es desorientación por cuanto requiere, lo señaló Benjamin, aprendizaje.[3]
“Hoy estoy perdido…” en esta frase van ocupando su lugar cada uno de los aspectos de nuestra vida, los vamos aquilatando, valorando y estableciendo en nuestro horizonte. Y en el perderse, la prefiguración de la salvación al reconciliarnos. Reconciliación es por ello la palabra tras la mirada que ha logrado asomarse, en los momentos de más profunda crisis, al fondo esencial de nuestra vida. Mirada que se va abriendo hasta lograr que el horizonte la penetre totalmente.
Salvarse es, por ello, haber logrado que un horizonte nos habite, nos llene en plenitud. Y en este habitar la reconfiguración de una existencia, el cambio de una forma de ser que busca otorgar con cada una de las acciones que realiza, tras ese replanteamiento, plenitud a los seres que le rodean. Salvarse es vivir, o revivir en una condición distinta, más sincera o, mejor dicho: plenamente humana.
Salvación y reconciliación hacen el rostro distinto, el paso seguro y los sentimientos reales y compartidos. Reconciliación que se ofrece en la mirada y se da con las manos: “Mis manos están aquí… aguardándote” es una forma de mostrarle a alguien, al mundo, que uno al salvarse ha cambiado y con el cambio se ha reconciliado.
Tras un infinito por metafórico interrogar, en la hendidura del pensar, entre los intersticios del pensamiento y el recuerdo emerge, en fugaz relámpago, el rumor, que insinuación es, de un nombre propio que ayuda a vivir. Vivir que en la precisa extensión del horizonte ofrece un "perderse", grieta existencial que permite encontrarse. A esto se enfoca la vida cuando es transparente, cuando ha logrado limpiarse de cada mancha que en el duro trabajo de los días la ha cubierto. Vida transparente cuya límpida forma trasluce, deja ver, el alma.
Alma reconciliada y vida plena que ofrecen ese horizonte encontrado en una palabra, en un gesto o una sonrisa que expresan el amor que se ha encontrado en esta búsqueda. Perderse para encontrarse y salvarse por el amor que late siempre, que siempre nos aguarda para retomar un camino y continuarlo con un sentido nuevo: ser feliz y digno humano, ser compañero y amigo, amante y confidente.
“Me salvo” porque encuentro una razón que soy yo, un yo que interpela, llama a un tú a un horizonte nuevo. Salvarse es abrir un espacio a la oportunidad de ser felices y morir reconciliados.





[1] Fue incluido, un fragmento, en Venir a cuentas, 9 de junio de 2014. Ahí, va acompañado de la siguiente nota al pie: “Lo aquí escrito –hace ya algunos años y reproducido sólo un fragmento– constituye una suerte de prólogo a un libro que tratará el tema de la Metafísica de la existencia. Es, por lo tanto, algo preliminar”.
[2] Licenciado en Filosofía y Economía, Maestro en Ciencias Políticas, estudios realizados en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, institución en la cual se desempeña como Profesor–investigador adscrito a la Facultad de Economía; actualmente realiza estudios de Doctorado en Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad Iberoamericana, Cd. de México.
[3] Se trataría, en cierto modo, de una epistemología existencial que apertura a una historicidad metafísica en la cual el horizonte se vuelve escenario del perderse.

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