Carlos
Monsiváis como estrella
Ramón
Cota Meza
Publicado
en Milenio, sábado 17 de Julio de
2010
Por:
Paco Echeverría
La obra y personalidad de Carlos
Monsiváis han sido enaltecidas con razón y suficiencia. No es impropio hablar
de sus fallas, así sea para emparejar el score.
Dejé de leerlo hace más de veinte años, después de estar expuesto a su
influencia un largo periodo. Para ser sincero, me cansó. Por gratitud y en
busca de estímulo intelectual volvía a él de vez en cuando pero lo encontraba
críptico, estancado, intransitable.
Ahora
busco la causa de su estancamiento, pero la tarea me rebasa. Releerlo me es
humanamente imposible, y la crítica disponible es escasa y encomiástica. La
exigua crítica extranjera es más críptica que su propia obra. Traducciones cadi
no hay, lo cual es sintomático. Hace tiempo intenté traducir un texto suyo al
inglés y me derrotó. Para traducirlo hay que descifrarlo, y una vez descifrado
queda poco por traducir.
Monsiváis
buscó representar el espíritu de su tiempo, pero vivió dividido en dos épocas.
De los años cincuenta absorbió el compromiso comunista; de los sesenta
protagonizó el gesto libertario. Su trayectoria es un intento para conjugar
ambos espíritus: exaltación de los ídolos y expresiones populares de antaño
como si pertenecieran a la sociedad de masas aflorada en los sesenta. Trasladó
su motivo político (búsqueda del “sujeto revolucionario”) a la caótica eclosión
social de los sesenta.
Su
obra escrita y su actuación pública están impregnadas de esta disparidad. Su
modelo es el New Journalism, especie
de paraperiodismo “que explota la autoridad factual del periodismo y las
licencias de atmósfera de ficción” (Dwight MacDonald). El New Journalism murió con el Rock
& Roll a principios de los setenta, pero Monsiváis siguió explotándolo.
Era lo conveniente para representar los supuestos anhelos de las masas
personificadas en la voz del escritor.
Los
protagonistas del New Journalism
iniciaron su trayectoria intelectual en la postguerra. De los años cincuenta
heredaron el aura del star system, el
cual proyectaron con fuerza a la situación enteramente nueva de los setenta.
Sus temas eran los fenómenos de masas y las experiencias marginales, pero a
diferencia del periodismo tradicional, aparecían como personajes de sus propias
narraciones. Así se volvieron celebridades.
Igual
Monsiváis. “Me he convertido en feature”
(artículo principal), me dijo la primera vez que intenté conversar con él. Pero
al parecer gozaba esa posición. Era más afín a las estrellas del espectáculo
que a los escritores. Dialogar con él no era fácil. Asumía que los escritores
iban a verlo para recibir su bendición. Cuando escuchaba algo que no le
parecía, arrebataba la palabra y apabullaba con un comentario sarcástico. Esto
es obvio incluso en sus entrevistas en televisión.
Otro
anacronismo suyo es la forma de su crítica al poder, totalmente de los
cincuenta, la burla de los personajes principales, como es un espectáculo de
carpa, aunque son fuerza literaria. Hacer escarnio de los políticos no era
digno de los intelectuales novatos de los setenta. Lo importante era comprender
el mundo en que vivíamos, así que los dislates de políticos no importaban.
Queríamos saber los intereses que representaban, no advertimos con su lenguaje
inane.
Monsiváis
se alimentaba de declaraciones de políticos, clérigos y demás. Fue cruel con
ellos, pero evadió el debate con intelectuales de su calibre. “Monsiváis no es
un hombre de ideas sino de ocurrencias […] pepenador periodístico […] por
ejemplo, en la revista Notitas Musicales,
una declaración ridiculizable de una joven cantante, que él adereza con burlas
y sarcasmos baratos, naturalmente sin firma”, dijo Octavio Paz a fines de 1977.
En
esta polémica Monsiváis adujo ideas sectarias que nunca corrigió. Por ejemplo,
que para criticar al socialismo había que tener la autoridad moral que sólo la
lucha por construirlo puede dar. Su apoyo a la movilización del candidato
perdedor en la elección presidencial de 2006 fue irresponsable y dañó al
proceso democrático. No presentó ninguna prueba del fraude proclamado. Su
aparición junto al presidente legítimo
fue un espectáculo patético, digno de una crónica sarcástica suya.
Para
la posteridad se justifica publicar una selección de sus crónicas y ensayos,
pero hace falta un examen crítico de toda su obra. Se verá entonces que tiene
más paja que grano, si bien el grano es valioso.
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