De
posteridades
Armando González
Torres
Publicado
en Laberinto, Suplemento Cultural de Milenio, Sábado 29 de Mayo de 2010
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Fuente de imagen: http://guarenabiblio.blogspot.mx/2012/08/el-legado-de-miguel-hernandez-regresa.html |
Por: Francisco Echeverría.
Los sepulcros de nuestros autores
dilectos no descansan y los afectos y famas íntimas siguen sometidas a la
voluble movilidad del gusto. Quizá sólo unos pocos autores pueden presumir una
prominencia invariable en las bibliotecas personales, el resto sube o baja
lugares constantemente. En el caso de Miguel Hernández (1910-1942) autor
entrañable de mi adolescencia y este año centenario, cierta incomodidad
retrospectiva adereza mi relectura de su poesía inspirada en el amor, la
indignación social y el relato de la desgracia. Acaso Miguel Hernández es un
poeta célebre por la empatía que su obra genera con un público más amplio que
el lector habitual de poesía, por su vida marcada por la tragedia y por su
asociación a una circunstancia histórica fundamental, que es la Guerra Civil española. Por lo
demás, su trayectoria es una épica de la voluntad literaria: nace con todos los
incentivos en contra para ser escritor, en un pueblo aislado y en el seno de
una familia pobre, absolutamente apartada del arte, acosada por la necesidad y
violentamente angustiada por las inclinaciones poco pragmáticas del hijo. En
algún momento, deja la escuela para ayudar a la familia, aunque el apoyo de un
sacerdote y de sus amigos lo mantienen en contacto con la lectura y le permiten
perseverar en la ilusión. El pertinaz aspirante, tras una serie de tropiezos,
por fin logra abandonar el pueblito asfixiante, establecerse en Madrid en
empleos modestos y comenzar a socializar y publicar. Al mismo tiempo, el joven
se acerca a los círculos de izquierda y, cuando la guerra estalla, juega un
papel activo como miembro del bando de la República. En el curso de la
refriega, e poeta, ya casado con su novia de juventud y padre de un hijo, es
apresado y muere cautivo cuando apenas rebasa los 30 años.
En
Hernández, a diferencia de otros autores, hay más un dramático itinerario vital
que una biografía intelectual: su formación en lo rica y anárquica que puede
ser la educación de un autodidacta de pueblo, antes del Internet, no tiene ni
por asomo la formación intelectual y el bagaje poético de sus contemporáneos y
sus inquietudes literarias son básicamente confesionales y testimoniales. Los
dos temas fundamentales de Hernández el amoroso y el político, se funden de
manera magistral en unos cuantos poemas, aunque en el conjunto de su producción
revelan a un poeta limitado en recursos y registros, con una idea esquemática
de su pasado y una ignorancia casi estremecedora del presente poético. En fin,
las mieles del prestigio provienen de una mezcla de valor intrínseco,
casualidad, inercias estéticas y razones sentimentales, mercadotécnicas o
políticas. Lo cierto es que Hernández no ostenta casi ninguno de los rasgos que
exaltan los cánones contemporáneos y acaso su longevidad en el firmamento
literario tiene que ver con un raro fenómeno de “condolencia estética” que
consagra a un autor en el que se combinan la figura del hombre de bien, con la
vocación poética más inflamada y el martirio político.
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