Cena para Tres
Por: Hugo López Coronel
A Davronel, por su incansable aspecto.
Quizá ella fue; no, quizá él.
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Fuente de imagen: http://desibilasypitias.blogspot.mx/2012_05_01_archive.html |
Ella, con sonrisa fingida y unos ojos mentirosos abandona la postura que mantuviera desde hace rato; coloca su bolso sobre la mesa y confiesa su desnudez con la mirada. Antes de decir nada, se pone en pie y vociferando todo un torrente de sangre se enfila hacia la puerta sin ni siquiera voltear. Sólo ha dejado dos palabras en aquella atmósfera tenue: chao cariño.
Desperté en
medio de mis sueños despedazados en la almohada, con la frente perlada de
desasosiego… otra vez. Algo dentro de mí crece y me carcome como un cáncer.
Llueve. Las nubes en el fondo oscuro danzan en un tono rosáceo que me
transporta más allá de las paredes.
A mi lado duerme… otra vez.
La comida en
casa de los Fuentes ha sido el principio de nuestra desesperanza. Durante la
cena, ella confesó después de seis copas de vino blanco la comezón que en el
alma siente. Yo, escéptico, no daba crédito a aquella escena, mis labios se
fruncieron hasta casi reventar cuando mi boca intentó callarla. Ella ríe a
carcajada abierta con un claro tinte de nostalgia, de deseo prohibido, de
amargo desdén encasillado muy a adentro. El señor Fuentes me ha dicho salud. Yo
correspondo con una suave sonrisa. Ahora sé que esa angustia no es por mí, que
no soy yo el que consuela sus noches frías, no soy la marea que sube hasta su
pecho para acariciarla con la blanca arena y la brisa temprana en días de
verano.
Las mujeres se
apartaron y ahora las escucho hablar sin que sepan. Ella les cuenta sin pudores
del otro, el que camina mis pasos de vuelta a casa una vez que me he ido. Ríe.
Las demás la miran admiradas. Yo, desde mi rincón, río también; en el fondo
tengo ganas de incrustarme en la tapicería y esperar a que el fuego de sus ojos
incendie la casa. Pero no, sigo mi camino, el señor Fulano me espera para
seguir brindando.
Puede que haya
aumentado la maleza en estos días, mi corazón, mis pulmones y mis arterias lo
presienten sin prisa. La cara buena del mundo me mira de soslayo al choque de
las copas. Su tintinear me escuece la espalda. Si fuera café, voltearía mi taza
para leer los posos como cuando era niño y Matilde no me observaba ensuciar su
vajilla predilecta.
La invitación
llegó temprano, ella la puso sobre el tocador y ahí permaneció por días, hasta
que nuestros gritos permitieron encender mi cigarrillo, descosí los botones de
mi camisa para que sus manos navegaran libremente. Han sido tan sólo seis años
de dulce compañía, el único detalle fue su adiós desde que lo colgó al sol para
secar las enormes lágrimas envueltas en caramelos de cristal. Conciliamos
asistir a la cena desde que mañana no nos vemos, ya nunca.
El papel está
enjugando la tinta de limón. Basta una llamarada para que vuelvas, hasta que
quieras; porque ahora finges no darte cuenta, en estos instantes en que tu risa
ha estrellado el cristal con el que brindo.
Hugo! hace tanto que no te leía! muy chingón por cierto! abrazo para ti!
ResponderEliminaryo agradezco que te hayas tomado el tiempo, en verdad gracias.
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