“El ayer y el hoy (crónica y
nueva novela histórica)”
Dra. Ana María Del Gesso Cabrera
“Nos
descubren ellos (…) o los descubrimos nosotros”
“Terra Nostra”. Carlos Fuentes
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Fuente de imagen: http://jornadasdenovelahistoricaengranada.blogspot.mx/ |
Los discursos son productos humanos, impregnados de subjetivismos
limitados por lo social y lo personal. La cultura es un entramado de ellos.
El mundo, presente y pasado, está atravesado por
discursos que son el material que los constituye, que los re-escribe y que nos permite desentrañar a nuestro alrededor un tejido de sentidos, un
entrecruzamiento de significaciones generadas por los diversos discursos que
dan forma a todo (Lotman:1979). Nuestra
realidad es en y a
través de discursos, que se
manifiestan en diferentes lenguajes y en
variadísimos textos mediante los cuales nos reconocemos y reconocemos el mundo
de hoy, el del ayer y podemos atisbar el de mañana. Por sus propias estrategias
discursivas, intentan persuadir, comparten temas, manejan la misma lengua y
recurren a la imaginación como forma de “re-crear” otra realidad.
El caso que hoy nos
ocupa tiene que ver con dos tipos de discursos que comparten puntos de encuentro y que, perteneciendo a
tiempos distantes y buscando objetivos diferentes, interactúan, se sirven uno
de otro e intentan “re-construir” una misma realidad desde miradas contrapuestas.
El primero de ellos se
remonta a la producción llamada “literatura de la conquista de América” y es un
texto de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1490-1558), conquistador desventurado, enigmático
y polémico, verdadero descubridor de La Florida quien cruzando el territorio de la hoy
populosa Houston, Nuevo México, Arizona
hasta entrar a México por los actuales Sonora y
Chihuahua donde se detuvo con el pueblo de videntes, los Tarahumaras.
Después
de caminar kilómetros y kilómetros, llegó a México y “se dio cuenta que ya tenía
pie de indio: no le entraban las botas” (Posse:7). Esta titánica campaña le insumió ocho años, su regreso triunfal a
España le deparó la gran sorpresa de que Carlos V lo nombrara Adelantado y
Gobernador del Río de la Plata.
Nuevamente en América, en Paraguay, se enfrenta al caos y la corrupción de
los llegados antes que él y al consecuente rechazo. Es acusado de múltiples
faltas y es devuelto a la
Península en cadenas: ése fue su verdadero naufragio en las
aguas de la envidia y el desorden.
Su obra en prosa, crónica
de sus incursiones por el ignoto territorio americano del norte con la
expedición de Pánfilo Narváez en calidad de tesorero y alguacil mayor, se
titula “Naufragios”; de su segundo viaje
hacia el sur, al Río de la Plata , surge “Comentarios”
que es un conjunto de treinta y ocho capítulos, encabezados por un Proemio
dirigido a Su Majestad y a Dios, donde fluidamente relata lo que sucedió con los hombres que
recorrieron esas extensas regiones durante muchos años sufriendo males de todo
tipo –prisión, esclavitud, hambre, desolación y naufragios- y sólo pudieron sobrevivir
cuatro, entre ellos el mismo Alvar Núñez.
Estas narraciones están construidas con voz subjetiva,
desde una primera persona expectante, con mirada atónita ante lo que sus ojos
observaban, “dando testimonio de lo que vi y viví…” dice y, al mismo tiempo, aprendiendo del mundo inocente y rústico;
idílico pero lleno de vicios,
debatiéndose entre lo que se considera civilizado y lo que se juzga bárbaro, el
sorprendente estado en que viven algunas tribus de primitiva inocencia, los
ritos funerarios, la sociabilidad cambiante según sean los diferentes pueblos,
el uso del tabaco, la cura de los enfermos, etc.
Todo
esto produce un cambio trascendental en el yo narrador al contactarse con el otro
y con lo otro, ambos absolutamente desconocidos
pero subyugantes.
El mundo derribado, el mundo
descubierto, accede al ámbito europeo no sólo a través del primer
deslumbramiento –cuna de utopías y sede de fantasías antiguas-, sino también a través
de su pensamiento y su lengua. Este contacto va dando rasgos peculiares a lo Peninsular
que toca lo americano y va generando una nueva forma escritural, punto de
partida de la literatura latinoamericana; la inician los españoles y más tarde
–al final del siglo XVI- se les une la primera generación de creadores mestizos
y criollos.
América es vista como un
paraíso poblado por seres bellos y bondadosos, con una vegetación extraña y exuberante. Tal la
imagen plena de exotismos que se difunde en Europa, en los primeros tiempos: la
visión idílica, de maravillas y abundancia, no ajena a un fin propagandístico, de
loas a la gran hazaña conquistadora,
diseñada en la tradición retórica que da cabida a una línea de crónicas escritas por actores y
testigos del descubrimiento y la conquista.
Con un
estilo llano, espontáneo, rudo a veces, nace el testimonio de una aventura, ya sea
en el momento mismo en que la viven, ya sea desde el recuerdo. La escriben
tanto los grandes jefes de las expediciones como los soldados. No todas tienen
valor literario pero se inscriben dentro del tipo especial de comunicación que
es la literatura y expresan el sentir particular de un individuo, una
experiencia humana, a través del estatuto que la propia literatura da a la
lengua. Apuntemos un rasgo muy visible: la “intencionalidad” de un estilo, la
atención a las pautas de la retórica tradicional. La crónica es un viejo género
medieval; con los cronistas de América –militares, misioneros y/o viajeros-
adquiere nueva vitalidad. En ella marchan juntos el afán a de verdad y la intención
de apuntalar la
empresa –buen camino para
justificar prebendas o reclamos- , así como de rescatar experiencias,
costumbres de pueblos ignorados e increíbles. Su “verdad” se enraíza en lo visto y lo palpado.
Así se “hace” la historia de algo que sólo se puede transmitir después de haber
sentido la naturaleza, la gente y el aire de América. Pero la fantasía y lo
maravilloso se cuela, el “nuevo orbe” da pie para que se combine en las crónicas
la imaginación alimentada por los mitos clásicos y los libros de viaje y, sobre
todo, por la literatura más popular por entonces: la novela de caballería.
Hay crónicas,
como los “Naufragios” y los “Comentarios” del autor que hoy nos convoca, que
parecen verdaderas novelas de aventuras por la eficacia narrativa para contar
episodios reales que tocan visiblemente con la ficción. Para muchos conquistadores
relatar era una necesidad de aprehender el mundo nuevo, de expresar lo más
fielmente lo que estaban conociendo, de estructurar el relato con amenidad y
claridad para hacer más sensible lo que estaban experimentando. En definitiva,
estos narradores tienen conciencia de que elaboran una combinatoria entre literatura e historia
como consecuencia de vivencias o experiencias personales. Sus discursos sirven a la construcción de la historiografía-
discurso de la Historia-
de aquellos tiempos y son revisitados
por los estudiosos de hoy para re-construir lo de ayer.
La
literatura, espacio de creación amplio y liberador, siempre pone en juego los dos mundos del discurso, el del narratario
y el del narrador, se está conciente en que se instituye un pacto tácito de aceptación que consiste en
tener claro que lo que se evoca, que el
mundo representado y sus personajes son ficción y que
sólo existen en esa realidad y que ésa es, a la vez, su única realidad.
Enmarcado en ese lugar, en el de la literatura,
la novela del argentino Abel Posse, “El largo atardecer del caminante” reescribe la historia del pasado americano rebasando los
estrechos linderos de los registros historiográficos para dar una nueva versión
a las figuras, en este caso, del mismo Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Se trata de una seudo-autobiografía
novelada, narrada en primera persona, donde
el mismo protagonista, desde su vejez, cuenta su pasado a través de una
perspicaz mirada retrospectiva. Instalado en su casa de Sevilla y en la soledad
de sus días finales de vida, su relato circular consta de cuatro partes o
fragmentos y está enriquecido por comentarios
variados, sobre personajes y acontecimientos de aquella época.
En esta novela campea permanentemente el
conquistador-escritor de “Naufragios” y de “Comentarios” y en estos discursos
se subvierte aquel personaje para permitir la aparición de otro protagonista.
El “nuevo” personaje
arma su historia ensamblando, como en un rompecabezas, fragmentos de recuerdos,
como es característico del arte de memorizar y se refiere principalmente a “su infortunado peregrinar” por las tierras de América. Evoca,
a través de los sentidos, de objetos, de palabras, su vida en la Florida , su viaje a México,
a la Sierra
Tarahumara y su regreso triunfal a España; su designación
-como honroso premio- de Adelantado
en el Río de la Plata ,
su paso por Asunción, su desprestigio, la conspiración en su contra, el encarcelamiento
y el regreso oprobioso a la Península. Finalmente cuenta que es perdonado por
el poder y para saldar la injusticia se le nombra en un cargo importante.
La intención de
re-escribir su pasado –privado y
público- le permite remarcar los errores de la Conquista y la actitud
de muchos de los conquistadores, le interesa sobre todo poner de manifiesto la
soberbia e hipocresía de que éstos hacen
gala al regresar a España después de cumplir con la encomienda. Paralelamente relata su relación con el
monarca Carlos V, con la Inquisición y con la ideología española sobre América y sus
habitantes, en especial con el arrogante Hernán Cortés, con la práctica del maltrato
anto en territorio americano como en la misma España a moros y judíos. En pocas palabras, se mete en las entrañas de
aquella sociedad imperial husmeando en
los túneles, caprichosos y pestilentes, del poder, de las envidias e intrigas
de los hombres de la época.
El personaje se
desdobla: el joven de antes, el que fue y el anciano de hoy, el que se re-inventa en la
novela. El del presente, el viejo que narra, lo hace desde la reflexión y desde
la madurez cuestionando al otro que fue; lo desdice de lo sostenido y de lo
hecho como militar y como conquistador, además lo pone en tela de juicio como escritor, juzgando
severamente su propia obra. Esos dos hombres en la ficción, esas dos
personalidades, se identifican por momentos; se desconocen la mayoría de las
veces, se interpelan y se atropellan entre sí.
Hay. Entonces, un permanente “mea culpa”, un arrepentimiento público
que queda plasmado en el relato que está
escribiendo en su presente ficcional, la
actualidad del propio arrepentido. En el hoy de la ficción, frente a la Giralda , en la Sevilla de 1557 responde a los impulsos de decir verdad que
lo obligan a hacerlo en aras de la justicia y en nombre de la pasión que le
inspira Lucinda, bella joven que conoce en la biblioteca de la Torre de Fadrique quien
enciende en el anciano quereres apasionados y callados y que cubre el rol de su
“alter ego” ingenuo y, al mismo tiempo, sensual.
Es en
estos momentos como escritor, en que aprovecha para discernir acerca de la
escritura y los creadores. Declara que ahora es cuando elabora la verdadera historia de sus días en el lejano
continente, en repudio y en franca contradicción de lo ya expresado –clara alusión
a su texto “Naufragios”- al que tacha de mentiroso, de simulado. He aquí sus
opiniones:
“Sólo a mí mismo me puedo contar mi
verdadera vida. Esas vidas de ese otro que siempre anda escabulléndose y disfrazándole
como un gran delincuente buscado por todos los poderes y todas las buenas
opiniones. (:76-77) (…) Desde que comencé a tomar estas notas, me sentí libre
en la intimidad de las páginas. De
acuerdo con lo que imaginé, será como un mensaje que alguien encontrará tal vez
dentro de muchos años. Será un mensaje arrojado al mar del tiempo” (:268)
Los recursos reiterados que permiten la construcción
de este nuevo discurso son: las cuotas
de humor –de ese humor agrio que nos produce una mueca, gesto que no se
consagra en sonrisa-. La ironía , la parodia, la critica tanto a los ritos de la “Santa Inquisición” como al
comportamiento cruel de los hombres llegados a las tierras recién descubiertas
y conquistadas se contrapuntean con la
candidez de los pueblos aborígenes ejemplificando la sagacidad y arbitrariedad
de la mayoría de los españoles residentes en estas tierras con la genuina
inocencia de los nativos.
Él toma
partido por los débiles, por los sometidos. El reencuentro con su hijo -Amadís- símbolo de la muerte de la raza americana en
manos de los invasores le provoca profundo dolor físico y psicológico. También el
rescate del paisaje disímil, del color local, de la flora y la fauna de este
territorio; de las costumbres, comidas,
de la cosmovisión y teología indias, especialmente la del cacique Duljàn
y del “pueblo de videntes”: los tarahumaras lo reivindican ante el pasado.
En el nuevo discurso denuncia
el comportamiento “anticristiano” y “poco civilizado” de sus congéneres con los pueblos sojuzgados. Se destruye la
cultura aborigen y para hacerlo se recurre a las masacres en nombre de la fe.
Se resalta la desmedida ambición de riquezas y la imposición de la cruz por
medio de la espada,
tan dolorosas, injustas, temidas y arbitrarias ambas.
El nuevo Alvar Núñez, el nuevo, el “otro”, el anciano, reflexiona
profundamente sobre temas tan serios como la muerte, los sentimientos, su
propio cuerpo como recinto de su vida, el poder y sobre todo, acerca de ése que fue y de quien opina:
“Ni mi moral ni mis propósitos de un
cristianismo regenerador y conductor; nada tenían que hacer con la realidad
imperial de la conquista. En mi independencia cerril, de felino; en mi orgullo
sin cálculo, yo había puesto en evidencia lo que debe callarse por razón de
guerra, por razón de imperio. Fui un aguafiestas, el entrometido, el impolítico.
Me tenían necesariamente que sacar del paso porque en un imperio que nace, la
libertad y la justicia son siempre planes para el futuro. Yo no había sido más que un alfil díscolo y
solitario en un tablero donde los curas escamoteaban la palabra de Cristo o la escondían
en el último armario de la sacristía, y donde los advenedizos capitanes de
conquista desenvainaban su espada contra el inocente que se creía dueño de la
tierra donde había nacido.” (:240)
De esta manera, con su nueva voz y su mirada retrospectiva –tanto su historia
como a la
Historia de España- el personaje
se deslinda, se separa del modelo clásico del conquistador y, al desprenderse, se
erige como un “nuevo” hombre que renace y se refugia en la divisa “Solo la fe
cura. Sólo la bondad conquista”, lema que le cuesta deshonras, cárceles y la vergüenza
en un tiempo donde el egoísmo y la mentira eran disfraces cotidianos.
La novela de Abel Posse nos brinda la
oportunidad de ver otro conquistador más genuino por lo humano, lleno de pasiones y duelos, que atiende a sus
emociones, que se detiene en los tatuajes
que guarda su cuerpo como huellas de aprendizaje y que le permitirán, al menos
esta vez, descansar de su largo caminar y no naufragar.
“No, nada me une a mi pueblo ni a mi ciudad de mi infancia (que es la
misma pero yo cambié)…ya soy definitivamente otro. La vida, los años, me fueron
llevando lejos de mi pueblo. Ya ni su gracia, ni su odio, ni su hipócrita
silencio, ni la alegría de sus macarenas me pertenece. Soy otro. Soy el que vio
demasiado” (:117)
En conclusión la diferencia que nos ofrecen los
dos discursos presentados tiene que ver con la “función social” que cada uno de
ellos cumple, en su tiempo y a su modo. Por un lado, el aval al poder y a los
caminos del poder que se creyeron válidos; y por el otro, la desacralización
del rol de la Conquista
y la encomienda de los conquistadores que es des-montada, subvertida.
Ambos discursos
responden a lo que debía decirse y se
dijo en la crónica; y a lo no dicho, a lo
que se ocultó, en la novela.
Finalmente el hipotexto, discurso primero y el
hipertexto, discurso segundo, son el anverso y el reverso de un fragmento de la Historia.
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