Toxic.
Lo que dejaste de mí
Andrea
Beatriz Sosa Reyes
Creo que siempre lo supe, desde el
primer momento en que entré al edificio, desde el primer pie que puse en el
lobby… Desde la primera vez que lo vi… Mi vida cambiaría por completo.
Ahora que lo intento
recordar, no puedo. No hay espacio en mi mente para el pasado. ¿Cómo eran mis
días antes de entrar a trabajar? ¿Qué hacía antes de pasar todas mis mañanas
acá? ¿Quién era yo antes de él? No sé. No recuerdo y, sinceramente no me
importa del todo. No en este punto de la historia. No cambiaría nada.
Tal vez, lo único que
busco es una justificación tonta para mis actos, pero no encuentro una cien por
ciento válida.
Me he dicho muchas
veces que debería únicamente dejarlo ir y asumir las consecuencias de mis actos;
pero no puedo, sigo fiel a la idea de que no fue enteramente mi culpa. ,
Probablemente sólo quiero reconocer el momento; ¿en qué momento dejé que todo
esto pasara? ¿En qué momento perdí la cabeza por Javier?
Mi cordura pasó a
segundo término de un momento a otro; mi estabilidad mental ya ni siquiera me
importaba, sólo estar con él.
Todos los días me
cuestiono si Javier sintió tan siquiera la mitad de todo el amor que me juraba,
si me necesitaba como yo a él, si estar conmigo fue una prioridad. No lo sé. Lo
que hace unos meses podría jurar, ahora son más que preguntas al aire.
Ve lo que dejó de ti,
Camila; ve tu reflejo en el espejo. ¿Qué ves? Nada. Él no dejó nada de la
persona que eras, que fuiste, que no volverás a ser. ¿Acaso no lo ves? Estás
vacía. Todo se lo regalaste a Javier. Todo lo perdiste. No hay nada más que un
cascarón de lo que fuiste.
Me veo al espejo, como
intentando encontrar algo, tal vez a mí.
Con horror observo a la mujer frente a
mí; patéticamente disfrazada de una persona de negocios, con un fino traje de
color negro y zapatillas terriblemente incómodas, maquillada sobriamente y
peinada rígidamente con una coleta perfectamente lisa.
Me empeño en ver su rostro y sus
facciones. No tiene ninguna clase de gesto, como si ya no tuviera emociones.
Permanece inmóvil, viéndome fijamente. Yo me concentro en sus ojos obscuros.
Llegan a darme un poco de miedo porque no expresan nada, su mirada es fría,
casi siento que puede congelar a quien sea con sólo verlo.
Permanezco unos minutos
observando la carencia de calor en su ser, hasta que después de un rato toma
una bocanada de aire y una lágrima recorre su mejilla. Comienzo a comprender
que ése es el único sentimiento que se permite tener: dolor.
¡Qué deje de doler!
¡Por favor, Dios; haz que se detenga! No lo tolero. No lo concibo. ¿Cómo un
amor tan grande puede convertirse en algo tan negativo? Algo que te atraviesa
justo en el corazón y deja una herida latente.
Rápidamente tapo mi
rostro con las manos y la lluvia en mis ojos se desata. Siento un dolor en el
pecho y un frío recorriendo mi espalda.
Camila, ¿aún lo
recuerdas, cierto? ¿Recuerdas cuando perdiste la cabeza por él? ¡Claro! ¿Por
qué más llorarías?
Por el vacío. Porque ya
no hay nada.
-¿Cómo
inició todo? – pregunta mi voz interna. Casi suena como a la antigua Camila.
Como si mi pasado quisiera hablar conmigo.
Era el 12 de Abril de
2018. Creo que difícilmente se me olvidará esa fecha.
Estaba buscando una
empresa donde iniciar mis prácticas. Después de unas semanas, una editorial se
animó en contratarme: Taurus.
Recuerdo que cuando
entré a mi entrevista (y prácticamente a firmar mi contrato) una inquietud se
apoderó de mí, creo que desde el primer momento en que vi el enorme edificio de
cristal a lo lejos; cuando entré en el lobby, a decir verdad, algo pequeño a
comparación de la inmensidad del edificio, sentía que algo poco a poco
succionaba mi ser, algo que se lo atribuía a mis nervios.
Me senté en un pequeño
sillón grisáceo, el cual combinaba perfectamente con las paredes de color rojo
y con el escritorio blanco de la recepcionista, quien nada amable, después de
unos minutos me invitó a pasar al departamento de recursos humanos, el cual se
encontraba al fondo.
Temblorosa entré. El
espacio era un poco estrecho entre oficina y oficina; todo el departamento era
una combinación de verde con café. A este punto no recuerdo mucho las
verdaderas dimensiones del departamento o, tan siquiera cómo estaban acomodados
los asientos y las computadoras; sólo recuerdo que era un espacio algo pequeño,
el cual contaba con pequeños escritorios a los extremos del mismo cuarto, los
cuales tenían unas computadoras y demasiada papelería sobre el teclado.
Sólo había cinco
personas esparcidas por los escritorios; una de ellas, de nombre Alejandra, se
acercó a mí y me invitó a seguirla para iniciar con la entrevista, misma que
duró muy poco, con preguntas muy básicas sobre mi carrera y lugares donde había
trabajado.
Después, me dijo que
esperara unos minutos en lo que iba por mi contrato y yo aproveché para ir al
baño. Recuerdo verme al espejo; creo que ésa fue la primera vez que no me
reconocí a mí misma. No sé si era un presentimiento, pero algo me decía que ese
no era mi lugar, que tenía que escapar de ahí lo más pronto posible; sin
embargo, salí de aquel baño y firmé mi contrato de todas formas.
Ahora me arrepiento de
no hacerme caso.
Las primeras semanas
pasaron sin mucha relevancia. Conocí a los que serían mis compañeros de
trabajo, tuve mis cursos de capacitación.
Después de dos semanas en las salas de
entrenamiento (que no eran más que muchos escritorios con computadoras y un
pizarrón), decidieron llevarme a las oficinas donde “la acción empezaba”.
Mi lugar de trabajo se
encontraba en el primer piso, subiendo unas escaleras bastante grandes, a mano
izquierda.
El piso (como
normalmente se le llamaba a mi lugar de trabajo), que no era más que un montón de escritorios con archivos y hojas
sueltas en ellos. Unas cuantas computadoras ocupadas por los editores y una
pequeña área de “cofee break” en la que había una barra mediana con una
cafetera, muchos vasos desechables, azúcar en un frasco de vidrio y café
soluble en bolsas. El espacio no era nada glamuroso; unas cuantas paredes
grises, unos ventanales enormes y unas cuatro televisiones a los alrededores.
Recorrí el lugar sin
más. Después, mis compañeros y yo fuimos a la pequeña sala destinada para el
café y nos quedamos ahí parados un rato.
De pronto, alguien
llamó mi atención. Alguien que sobresalía de entre todos, incluso podría decir que
llenó de color todo el lugar.
Recuerdo haber visto a
Javier a lo lejos; lo primero que vi fue su vestimenta totalmente formal, con
un traje gris, camisa blanca y una corbata negra, la cual fue quitando al mismo
tiempo en que se acercaba.
Si me pongo romántica,
casi podría jurar que nuestras miradas se cruzaron. En su momento llegué a
pensar que era un momento mágico; ahora pienso que fue el justo momento en que
mi vida se acabaría.
Aquel hombre, que en
ese momento no tenía ni idea de quién era, estaba saliendo de una oficina lo
suficientemente grande para sobresalir del montón de escritorios botados a lo
largo del piso. Tras él, la puerta de madera se cerró.
Lo vi fijamente, era
una atracción bastante fuerte la que instantáneamente sentí por él.
Era un hombre que no aparentaba su edad;
en ese momento le calculaba tal vez unos 25 años. Era alto, más que la mayoría
de hombres que se encontraban ahí cerca, de tez morena, cabello negro y rizado;
cuando volteó a vernos no pude ver más que su penetrante mirada, con la que me
dominó por completo al mismo tiempo que arqueaba una de sus pobladas cejas,
creo que nunca había visto ojos tan oscuros y profundos como los de él.
Lentamente se fue acercando a nosotros, los denominados “nuevos”.
Entre los murmullos de
mis insignificantes compañeros pude entender uno:
-¿Es él? – la voz de
Diana se hizo presente.
-Claro que sí –
contestó Rafael
No entendí ni un carajo
más; sólo me petrifiqué. Su simple presencia me paralizó por completo. Examiné
todo su rostro cuando se acercó por completo a nosotros, cada línea de
expresión del que consideré el rostro más lindo que haya visto. Arqueó un poco
sus delgados labios y amablemente nos regaló una sonrisa.
¿Recuerdas, Camila? Lo
que sentiste con esa sonrisa no se podía comparar ni siquiera a ninguna emoción
que hayas sentido en el pasado. ¿Acaso perdiste la cabeza en ese momento? Creo
que sí, creo que desde ahí perdiste tu alma.
Se acomodó su cabello atrás de la oreja.
-Chicos, buenas tardes ¿Quién
de ustedes es Camila Ortega?
Sentí como mi corazón
se aceleró. Mi respiración se detuvo.
-Yo- alcé mi mano
torpemente.
Me analizó por
completo, sentí su mirada por todo mi cuerpo. Sonrió complacido.
-Bueno, acompáñame a mi
oficina. – dijo amable y autoritario.
Yo, con un poco de
miedo y temblorosa, tomé mis papeles y comencé a caminar tras él.
Aún siento esas
mariposas en el estómago, como cuando dijo mi nombre, casi como si me hiciera
suya con cada silaba pronunciada. Incluso hoy podría jurar que si Javier dijera
mi nombre, correría a sus brazos, ya que desde ese primer maldito día, me
estaba preparando para seguir sus órdenes con el simple sonido de su voz.
Entramos a su hermosa
oficina con dos asientos blancos de cuero, los cuales se encontraban en frente
de su escritorio negro, su computadora Mac, unos cuantos recuadros con
fotografías de paisajes; al fondo, pude observar unas pinturas. Su oficina
tenía una enorme ventana que daba al estacionamiento. Él me invitó a sentarme
en una de las sillas y posteriormente, fue a sentarse a su enorme asiento
reclinable de color negro. Se recargó en el respaldo.
Una clase de
pensamientos extraños recorrieron mi cabeza cuando él sonrió cínicamente. Sentí
que podía leer claramente todo lo que estaba visualizando en mi mente. Mi
corazón se aceleró por completo; comencé a respirar fuertemente. Incómoda por
mis pensamientos, volteé a ver los alrededores de tan minimalista oficina y me
percaté de las paredes café claro.
-Nadie nos vería- dijo
con una voz seductora, al mismo tiempo en que se levantaba de su asiento y
caminaba a un buró que combinaba perfecto con su escritorio y recogía una
carpeta que tenía la leyenda de “Contratos”. – Mi nombre es Javier de la Mora,
soy editor en jefe y por lo que veo, tú eres mi nueva asistente editorial.
Se volvió a sentar en su asiento.
-Sí, señor.
-Perfecto. – cambió el
tono en su voz por uno totalmente serio. – Entonces, veamos cuáles serán tus
tareas. – Bajó la mirada a las hojas que tenía encima de su escritorio, mismas
que empezó a leer.
Creo que desde ahí me confundió
bastante y supongo que, desde ahí me estaba dando indicios de lo complicado que
era, pero aún así, me pareció la persona más interesante que había conocido.
Ése, Camila, fue el
principio del fin.
Paso la mayor parte de
mis días recordando la primera plática con Javier; no sé si para torturarme o
para revivir lo excitante que fue estar encerrada durante una hora en aquella
oficina, mientras hablábamos de trabajo y de nuestra carrera, (estudiamos la
misma. Lingüística y Literatura Hispánica).
Eso fue lo primero que
me gustó de él, lo mucho que podía llegar a excitarme con el simple hecho de
que hablara conmigo; de que, por alguna extraña e incomprensible razón,
hablamos de tantas cosas, como si nos conociéramos de años. Por ahora, diré que
era química pura.
¿Hay algo que
cambiarias de eso, Camila? Sí, definitivamente. No me hubiera enamorado de él.
Enamorarme de él fue un suicidio. Desde el primer momento sabría que esa
relación sería tormentosa, y acabaría conmigo, solo que me lo negaba muchas
veces, creí que podría manejarlo.
Estuvimos un mes exacto
con esta atracción sexual bastante fuerte, diría yo.
Javier, mi amor, siempre me he
preguntado ¿qué viste en mí? No sé con exactitud. Mi belleza no es
deslumbrante, ni mis ojos de un color brillante; mi inteligencia a comparación
de la tuya es muy poca y mi experiencia es nula. No sé qué viste en mí
específicamente, pero, como era de esperarse, con el tiempo lo dejaste de ver.
En aquel momento no
sabía qué iba a pasar, todo era un total misterio y me emocionaba eso.
Experimentar con él.
Una noche me invitó a
cenar a su casa, con el pretexto de ver unos manuscritos que deberían ser
publicados en la semana. Obviamente, acepté.
Saliendo del trabajo
nos dirigimos al estacionamiento por su coche; precioso, por cierto. Era un
carro bastante grande, de color negro y con asientos café. Bastante lujoso.
Durante el camino puso
un poco de música; Pink Floyd, su
grupo favorito.
Esa noche siempre será
mi favorita. Las ansias de Javier por tenerme, inundaron todo el hermoso
departamento tan bien decorado.
Aún tengo el vivo
recuerdo de sus besos por todo mi cuerpo; aún recuerdo la forma en que beso y
mordisqueó mi cuello al momento en que yo entré por la puerta principal. Javier
se encontraba justo atrás de mí. Aún puedo sentir sus manos subiendo lentamente
a mis pechos, mientras comenzaba a mordisquear mi oreja y mientras sentía su
respiración excitada.
¿Tú como recuerdas esa
vez, amor? Yo la recuerdo tan pasional y a la vez tan nostálgica. Nunca me
había sentido así con nadie, nunca me había sentido de nadie, hasta que esa vez
me proclamaste tan tuya, besando cada parte de mi cuerpo que jamás había sido
besada, mordisqueando con tantas ansias mi piel, besando mis labios con tanta
entrega que, casi podría jurar que nadie más podría besarlos de la manera en
que tú lo haces. La experiencia habla por sí sola, ¿no crees? Agradecí tus 34
años, por completo.
Creo que tenerte dentro
de mí podría considerarla una de las experiencias más placenteras de toda mi
vida. Tanto, que llegué a pensar lo que era mi vida antes de ti, nada.
Recuerdo que susurraste que yo iba a ser
una obsesión para ti, que te encantaba más que nadie, y yo me sentí en un
sueño.
¿Cuál fue mi error?
Creo que querer desnudar tu alma.
Durante aquellos
excitantes meses, yo me decidí a conocer a la persona, no tanto a mi jefe, no
tanto a mi amante. Intenté leerle los pensamientos, conocer su tormentoso
pasado, intenté entenderlo.
Si me preguntan quién
es Javier en realidad, es la fecha que no podría decirlo con exactitud. Creo
que depende de los días, de los momentos y de las personas con quien esté.
Es una persona con
muchos demonios internos, con muchas dudas sobre su pasado, con muchos
episodios grises, con muchos problemas que lo venían persiguiendo. Algo lo atormentaba
hasta el grado de ser casi insoportable.
No puedo quejarme del
todo. Lo intentó, al menos al inicio. Intentó ser genuino conmigo, platicarme
lo que sentía sobre ciertas cosas, lo que pensaba de otras, lo que imaginaba,
lo que soñaba, lo que le hacía sufrir; lo intentó hasta el grado de pensar que
era yo la única persona con la que podría hacerlo.
Nuestra relación
sobrepasó el sexo y todo en general, hasta donde yo sabía, nos enamoramos y
decidimos intentarlo como una relación meramente formal.
-Me estoy enamorando de ti, tan
profundamente. Siempre quiero estar a tu lado
Ésas fueron tus
palabras Javier, tus exactas palabras, tus sentimientos, ¿Lo olvidaste acaso?
Yo dejé todo por estar contigo, les di la espalda a mis amigos, a mi familia, a
mi prometido y juraste que tú harías lo mismo. No lo dudo, de hecho, no dudo
que hayas luchado contra muchas personas para estar conmigo; pero, tuve que
adivinarlo: Eres incapaz de pertenecerle a alguien.
¿De qué te quejas,
Camila? Siempre lo supiste. Javier es una persona sumamente inestable
emocionalmente, no es alguien que le gusta estar todo el tiempo con una sola
persona, te lo dijo él mismo. Ha engañado a todas sus novias, huyó de la ciudad
porque una quería casarse con él. Creo que fue estúpido que creyeras que ibas a
ser la persona que cambiaría la terrible persona que es en el fondo, que eras
la única que podría controlarlo. Una idiotez.
Los primeros meses
fueron lindos, hasta me invitó a vivir con él; me dijo que hasta quería casarse
conmigo, que yo era la indicada y justo en ese momento en que mi felicidad
alcanzaba grados inimaginables, todo pasó.
Justo cuando a mí me
dieron la planta en la empresa, evidentemente tenía que llegar un nuevo
practicante, en este caso, Sofía Gutiérrez.
Javier, mi amor, ¿qué viste en ella? Supongo
que era más inteligente, más hermosa, más pasional, más aventurera que yo. Me
lo vas a negar, claro; ésa es tu táctica de bloqueo. ¿Crees que no me daba
cuenta de que tu corazón lo ocupaba alguien más? ¿Que yo sólo había sido la aventura
de un par de meses, la emoción de un verano, el juguete nuevo que tenía que ser
tuyo y de nadie más porque eres un controlador? Ahora entiendo porqué muchos
hombres se empezaban a alejar de mí en el trabajo, los ahuyentaste. Yo sólo
debía ser tuya. Supondré que lo mismo pasaba con Sofía. Era el nuevo juguete
que debías estrenar.
¿Sabes cómo lo supe? Te
empezaste a alejar de mí. Fuiste menos tierno conmigo, el sexo comenzó a faltar
poco a poco en la casa; tanto que había días en que nos íbamos a dormir sin un
beso tan siquiera. Dejaste de mandarme mensajes, dejaste de hablarme, dejaste
de preocuparte, dejaste de amarme; no hay más.
Lo negaste, sabía que
lo harías, pero ni por un momento me pediste perdón cuando los vi entrar a tu
oficina y no salir de ahí en las dos horas siguientes. Te reclamé y me dijiste:
-No, no pasó nada.
Fueron días de eterna
agonía. Ver cómo el amor de tu vida se enamora poco de a poco de alguien más,
no es algo que le desearía ni a mi peor enemigo. Es algo que te parte en mil pedazos,
que te vuela la cabeza, que te hace imaginar cosas que tal vez ni siquiera
están pasando.
De repente me volví un
sonámbulo, esperando hasta las tres de la mañana que quisieras regresar a casa,
con mi corazón destrozado, con un nudo en la garganta, (pues si llegabas y me
veías llorando te ibas a enojar) con la presión baja, con mis brazos
temblorosos, con mi mente hecha mierda.
Pero cuando llegabas, una tranquilidad
inundaba mi ser. Creo que desde ese momento lo supiste.
Podías manejarme a tu
antojo, podías no aparecer en días, podías ignorarme incluso estando en la
misma habitación; pero, si hacías algo lindo, si tan siquiera me dabas un
tierno beso, yo te iba a perdonar. Que me amaras a tu manera se volvió una
religión para mí.
Acuéstate con quien quieras,
pero ámame sólo a mí.
No, eso está mal,
Camila. Es todo o nada.
Quédate con lo mejor de
él y déjalo.
Instantáneamente, me
alejé de mi espejo y me dirigí a un escritorio cercano a nuestra cama, tomé un
papel y un lapicero.
“Te dejó; he pasado
suficiente dolor. Aguanté lo más que pude, pero no logro resistirlo más. Me
quedo con lo mejor, créeme. Me quedo con la música, con tus malos chistes, con
tus anécdotas, con tu hermosa forma de ser conmigo, con tu intento por derribar
cada muro que te rodeaba y liberar tus demonios conmigo; me quedo con el amor
que, no dudo, alguna vez me tuviste; me quedo con tus besos, con los días de
sexo y las noches de insomnio donde hablábamos de nuestra vida. Me quedo con lo
mejor de ti.
Siempre tuya.
Camila”
Vi la maleta que había
preparado horas antes, encima de la cama y la arrastré hasta la salida. Me
quedé admirándola unos cuantos segundos. No podía dejarlo así. Él me ama; a su
manera, pero lo hace, me lo ha demostrado, ¿no? Siempre se le debe dar una
segunda oportunidad al amor. A parte, ¿qué sería de mí sin Javier? Nada.
Decidí dejar la maleta
nuevamente en la cama. Me senté en un sillón de la sala a esperar a que él
regresara. De cualquier forma, la cena ya estaba lista.