Pienso sin Estado, luego
entonces… fluyo
Texto publicado en la Revista Óclesis 6.
Por: Francisco Hernández
Echeverría
Óclesis
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En correspondencia con la
temática de este número de Óclesis, en estos momentos una peculiar
patología social se advierte en nuestro entorno como consecuencia de lo poco
asequible que ha resultado la modernidad: el vaciamiento posmoderno.
Vaciamiento político, vaciamiento de las instituciones familiares, educativas y
religiosas, vaciamiento del trabajo, vaciamiento del sujeto, son términos que
constantemente escuchamos o leemos principalmente en los espacios académicos.
Entre los textos que han aparecido en este tenor, es el del historiador
argentino Ignacio Lewkowicz, titulado Pensar sin Estado. La subjetividad en la era
de la fluidez (Paidós, Buenos Aires, 2004), el que ha causado cierta
polémica, más que por el llamativo epígrafe por la forma en que aborda los
temas que maneja.
En este libro, Lewkowicz nos ofrece cuatro capítulos procedentes de
distintas mesas redondas en las que él mismo tuvo una activa intervención desde
1994. En su “Prólogo” Lewkowicz señala que ha seleccionado estas cuatro partes
porque cree que constituyen “el recorrido de pensamiento que va del agotamiento
de la condición estatal para el pensamiento estructural al umbral del
pensamiento en la fluidez” (Lewkowicz, 2004: 12). Pero Pensar sin Estado es un libro polémico, difícil, seductor y
provocativo a momentos, dado que Lewkowicz más que fijar su atención en lo que
pareciera ser una llana anarquía o la terminante desaparición objetiva del
Estado-nación nos habla del agotamiento, del desfondamiento, de la
desfragmentación, del desdibujo en que ha caído el pensamiento estatal como
centro de producción de subjetividad.
Es cierto que ya desde el siglo XIX se venía hablando de la crisis del
Estado, incluso el jurista Hans Kelsen lo consideraba a éste como una ficción, como un discurso, y como tal,
una realidad; en otras palabras, la ficción real existe como existe cualquier
discurso, como bien nos lo dice Michel Foucault (1992: 162):
[…]
en cuanto al problema de la ficción, es para mí un problema muy importante; me
doy cuenta que no he escrito más que ficciones. No quiero, sin embargo, decir
que está fuera de verdad. Me parece que existe la posibilidad de hacer
funcionar la ficción en la verdad; de inducir efectos de verdad con un discurso
de ficción, y hacer de tal suerte que el discurso de verdad suscite, “fabrique”
algo que no existe todavía, es decir, “ficcione”.
En efecto, la
ficción real no corresponde a una realidad sino que es una subjetividad que
sostiene como horizonte el “fabricar” lo deseable, una reelaboración de
algo real, real en el sentido que constituye la subjetividad; por tanto la idea
de Estado-nación sí es una apropiación de la realidad, querida y necesaria, con
interdependencia al imaginario colectivo para que esta ficción opere como el
monopolio de la fuerza ejercido en los niveles jurídico y político. Así, con
dicho monopolio en sus manos, el Estado se mueve como discurso “disciplinario”,
útil para homogenizar la percepción de la realidad (psicología) de los miembros
que lo integran y crear así un consenso nacional que promueva la idea de
“normalidad” e “identidad” en la persona para que ésta pueda pasar a ser un
sujeto del Estado, un “ciudadano”. Este es el basamento de la centralidad
del Estado-nación.
No obstante, en estos tiempos
actuales en que el neoliberalismo económico requiere de la mínima intervención
estatal para que la combinación de flujo financiero transnacional, información
y bioenergía no se vea limitada, la actividad central del Estado se ha visto
dramáticamente comprometida haciendo que la costumbre de pensar en un Estado
comprometido con el estímulo del mercado interno, garantizador de empleo y
constructor de redes de protección social se vaya a la basura. El Estado otrora
regulador del capital, hoy en día, a sido sobrepasado por éste, produciendo una
penosa crisis al interior de su estructura que le ha llevado a perder en parte
esa totalidad de que gozaba, y por ende, la
subjetividad que producía en la sociedad igualmente se ha desvanecido dando
lugar a que la ficción sobre la que se sustentaba ya no sea real sino que haya
tomado la forma de ficción-mentira. De ahí el planteamiento de Lewkowicz de que
el Estado se ha desfondado y que nos encontremos ahora en el umbral
donde parece ser que el Mercado ha tomado las riendas para producir un nuevo
tipo de subjetividad.
Bajo este planteamiento de
crisis de la estructura estatal debemos ahora tratar de pensar sin ella, es
decir, “pensar sin Estado” y pensar desde una fluidez constitutiva de
una nueva subjetividad.
Uno de los términos
utilizados por el autor que llaman mucho la atención es el de expulsión.
Si el orden racional del Estado va encaminado a crear ciudadanos “normales”,
“identitarios”, no debemos olvidar también que esta normalidad e igualdad dan a
entender por añadidura lo “anormal” y la “exclusión” de algo. Justamente por
esto, pensar que el Estado ha sido incluyente es una ingenua utopía de la
modernidad porque siempre se ha sido
todo lo contrario: excluyente de quien se aparta de la normativa y de lo identitario;
veamos simplemente nuestra historia patria para darnos cuenta de que los
criollos acaudalados que llegaron a comprender las ventajas económicas y
políticas que obtendrían con la separación de España, crearon un Estado con
elementos “selectivos de la cultura” y no hicieron el mínimo intento de
reconocer la
Independencia como una expresión de las masas indígenas,
mestizas y negras que reclamaban ser incluidas en el nuevo Estado.
Con esto, podemos decir que
el Estado, de manera “natural”, disfruta de la ficción de su personalidad para
actuar como policía político que defiende los intereses de las clases selectas
de la cultura. Por esta razón tiene la tarea de producir normalidad e identidad
en los ciudadanos mediante el establecimiento de un orden racional basado en instituciones
disciplinarias creadas por este mismo orden (familia, escuela, hospital
psiquiátrico, cárcel, fábrica, cuartel, iglesia). Por tanto, toda acción que se
aglutine para contravenir las acciones del Estado, para alterar la normalidad
(estrategias de resistencia y emancipación social), es considerada “locura” y
es excluida para ser racionalizada, institucionalizada, disciplinada por
el Estado puesto que la locura surge de esta misma disciplinariedad. A la
sazón, el Estado se hace cargo tanto de la disciplina como de la locura. Por ello
la prisión y el manicomio son instituciones históricas que se encuentran en
función a las formas de dominación en una dialéctica de inclusión-exclusión,
puesto que tienen la finalidad de construir lazos educativos que proporcionen
“conciencia” al individuo de comportarse como un ciudadano normal.
Pero, si el discurso
estatal está sufriendo un agotamiento y le ha cedido el paso a un nuevo
discurso, el del Mercado, el ciudadano ha dejado entonces de ser el soporte
subjetivo del Estado para devenir en consumidor: “Asistimos a una
mutación del estatuto práctico del concepto de hombre —ahora determinado como
consumidor—, una mutación del estatuto práctico del lazo social y del Estado”
(Lewkowicz, 2004: 33), o bien, “[...] en nuestras sociedades la subjetividad es
la mercadería por excelencia. El capital, a través del consumo, se apropia de
la subjetividad en una escala nunca antes vista” (Gonçalvez, s/fecha).
Sin embargo, tanto el disciplinado
ciudadano como el insatisfecho consumidor no dejan de ser categorías de
dominación. Ya no se trata de obedecer normas a secas sino de consumir,
rentabilizarse, para que el espacio social abandonado por las instituciones
disciplinarias del Estado a la pobreza y a la catástrofe (otro término inquietante que utiliza Lewkowicz) sea
fácil y completamente ocupado por nuevas modulaciones de control (máquinas
cibernéticas, computadoras, robótica, medios masivos de comunicación,
mercadotecnia política) que capturen las subjetividades alternativas y
resistentes para transformarlas en subjetividades desvitalizadas,
reaccionarias, autoritarias, paranoicas, micro y macrofascistas (Gonçalvez,
s/fecha).
De este modo quien se
comporta como no-consumidor es un nuevo “loco”, un excluido (desempleados, amas
de casa, pueblos indígenas, desheredados, etc.), que cuando busca la
posibilidad de entablar una lucha en pos de nuevas alternativas políticas y
sociales como medio necesario para salvaguardar sus necesidades básicas da
origen a una locura enloquecida como nos dice Lewkowicz; una locura que
ante el desfondamiento de la disciplinariedad del Estado se encuentra “sin
institución que la albergue, recluya, trate, normalice”, no quedando más que
ser expulsada. “En las sociedades contemporáneas, las sociedades
neoliberales, lo no incluido no se recluye; se expulsa. Los excluidos son
desamarrados” (Lewkowicz, 2004: 107). De este modo aparece un nuevo tipo de
reclusión, que ya no readapta sino que es “un mundo privatizado, un mundo de
locuras privadas —en el sentido menos transgresor y más sórdido de la
expresión—, o bien quedan expuestos a un mundo insensato de expulsados [depósito de pobres] en el que su locura
o su cordura resultan irrelevantes” (Lewkowicz, 2004: 110).
Resulta imposible en un
trabajo de este tipo hacer merecida justicia al interesante análisis que nos
ofrece Lewkowicz en cada uno de sus capítulos. Aunque hay que reconocer que no
todos los textos han interesado por igual a todos los estudiosos,
principalmente en aquellos que experimentan renuencia ante la creciente pérdida
de centralidad del Estado-nación y el terreno ganado por la fragmentación
posmoderna. Y esto es hasta cierto punto justificable, puesto que estamos
acostumbrados a aprehender la realidad como estructura y no como fluidez.
Algunos piensan que
Lewkowicz cae en el exceso de analizar el Estado-cosa que genera subjetividades
y que simplemente cambia el fetiche estatal por el fetiche de fluidez puesto
que omite entender la crisis estatal en términos del antagonismo del capital o
luchas al interior del Estado. Igualmente se le ha censurado que a pesar del
título, no existe crítica alguna al Estado dando más la impresión de una
nostalgia por la idea de Estado como enemigo del capital. Desde este punto de
vista Lewkowicz no estaría muy lejos de los argumentos empresariales que
desfondan el Estado sin tomar en cuenta los antagonismos sociales,
desconociendo erróneamente que el verdadero punto de partida es el capital como
el totalizador social.
Asimismo otros discrepan
que Lewkowicz no dice quién produce la fluidez. Al respecto, podemos argüir que
el autor al centrarse más en los vertiginosos cambios que se producen hoy,
considera que no da tiempo de sedimentar la realidad, de reestructurarla. Tal
vez por esto aísla la dinámica de la lucha de clases ubicada en otro umbral
mitificado por la tradición estatal y, decide mejor partir de una dinámica de
fluidez en la que dispersión, incertidumbre y contingencia constituyen condiciones básicas de la subjetividad
contemporánea.
Ahora bien, ¿cómo impacta
pensar sin Estado en las manifestaciones de creación artística y literaria? A
partir del desafío que presenta la era de la fluidez capitalista global
posmoderna algunos escritores y artistas han asumido una actitud de repensar y
reflexionar sobre sus prácticas, pensarlo todo de nueva cuenta, habitar otro
mundo que les permita construir un “yo” y un “nosotros” nuevo, renovado, capaz
de militar dentro de nuevas estrategias estéticas de resistencia como táctica
defensiva y no ofensiva, idóneas para configurar relaciones distintas en cada
situación de la vida social (pensamiento situacionista), nuevas formas de lucha
a través del arte y la literatura. Ésta es la experiencia que algunos grupos
culturales están tratando de abordar y teorizar para abrir sus horizontes, principalmente
el campo poético y teatral, pero aún falta mucho por hacer.
Podemos aseverar que el
libro Pensar sin Estado despertará un gran interés no sólo en los
lectores habituados a pensar desde los parámetros centrales del Estado, sino
también en todos aquellos que hoy por hoy se preocupan en pensar la
subjetivación fuera del Estado como algo nuevo.
BIBLIOGRAFÍA:
LEWKOVICZ, Ignacio (2004): Pensar sin Estado. La
subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires: Paidós.
FOUCAULT, Michel (1992): Microfísica del poder.
Madrid: Ediciones de la
Piqueta.
GONÇALVEZ BOGGIO, Luis (s/fecha): “Nuevas estrategias
para el abordaje de los síntomas contemporáneos”, en Biblioteca de Campo Grupal (Argentina). Obtenido el 22
de febrero de 2007, desde: http://www.campogrupal.com/estrategias.html