La decisiva acción del 2 de
abril de 1867
para la caída del Imperio de
Maximiliano y el triunfo de la República
Por:
Paco Echeverría
Óclesis,
Coordinación Académica, Sección Historia
de México, 02 de Abril de 2013
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Triunfos republicanos
Desde
julio de 1866 había comenzado propiamente el avance incontenible de las fuerzas
republicanas, que en total tendrían unos 16,000 hombres, no pocos de ellos con
recursos militares norteamericanos, y divididos en varios cuerpos: el Ejército
del Norte, mandado por el Gral. Mariano Escobedo; el de Occidente, dirigido por
el Gral. Ramón Corona; el del Centro, dirigido por los generales Régules y Riva
Palacio; y el de Oriente, dirigido por el Gral. Porfirio Díaz. Así, viniendo
del Norte y del Occidente, se empezaron a acercar al Centro los republicanos.
Para entonces Benito Juárez había establecido su gobierno en Zacatecas.
Para octubre, la situación era
completamente favorable a los juaristas. Estos ocupaban ya casi todo el norte;
y en occidente obtuvieron victorias, o simplemente ocuparon poblaciones, hasta
llegar a Guadalajara. A su vez el Gral. Porfirio Díaz atacó y venció a los
franceses en Miahuatlán, en la Carbonera y en Jalatlaco; el 30 de octubre de
1866 recapturó la plaza de Oaxaca y resolvió avanzar sobre Puebla que estaba
ocupada por los invasores.
Indecisión de Maximiliano
Al
recibir Maximiliano la noticia de la locura de la emperatriz Carlota, resolvió
abdicar el trono y embarcarse con el mariscal François Achille Bazaine, que aún
no había partido.
Con tal objeto salió de la ciudad de
México (octubre de 1866) y se dirigió a Orizaba, en donde recibió noticias de
que su hermano Francisco José, emperador de Austria, había dado órdenes para
que no se le permitiera entrar en sus dominios si regresaba, y su madre, la
emperatriz Sofía, le escribió una carta diciéndole que antes se sepultara bajo
los escombros del Imperio que volver desprestigiado a Europa.
Estas circunstancias determinaron al
emperador a permanecer en México y aliarse definitivamente con los conservadores.
El Gral. Ramón Corona ocupó Mazatlán,
Sinaloa (noviembre), y el Gral. Mariano Escobedo se apoderó de Zacatecas, en
donde estaba Juárez. Ya sólo quedaban a los imperialistas cuatro ciudades
importantes: México, Puebla, Querétaro y Veracruz.
Entonces, como medida última, y
ciertamente extemporánea, en diciembre de 1866 se decretó la formación del Ejército Imperial Mexicano, en el que se
alistaron también gran número de franceses, austríacos y belgas que se habían
quedado en el país, aunque en lo fundamental estaba formado por soldados
mexicanos, y cuyos principales jefes fueron los generales Miramón, Márquez,
Mejía y Méndez.
Fallida campaña de Miramón
Los
republicanos avanzaron más hacia el sur. Miguel Miramón organizó un pequeño
ejército de 1,500 hombres con los cuales intentó audazmente acercarse hasta
Zacatecas para tomar prisionero a Juárez por sorpresa (enero de 1867), cuya
firmeza era símbolo y aliento de los republicanos; estuvo a punto de lograrlo,
pero Juárez logró escapar con dificultad y se dirigió a Jerez, Zacatecas.
Al intentar Miramón regresar a México,
el ejército del Norte lo derrotó en San Jacinto, Aguascalientes, dejando muchos
muertos, heridos y prisioneros, entre los cuales se encontraban su hermano y
algunos franceses, que fueron fusilados. De este modo, Miramón se vio obligado
a regresar a regresar a Querétaro (febrero de 1867) con sus tropas maltrechas.
Juárez pasó entonces a San Luis
Potosí, donde esperó el curso de los acontecimientos.
Maximiliano se fortifica en
Querétaro
El
emperador, desconcertado por los continuos fracasos de sus tropas y
considerando perdida la fuerza moral y material de su gobierno, tomó, al fin,
el mando de su ejército y se dirigió a Querétaro, donde el Imperio tenía muchos
partidarios. Concentradas las tropas de Miramón, de Márquez, de Mejía y de
Méndez, en esta ciudad, no para encerrarse allí sino para ocuparla como punto
clave de las operaciones para rechazar a los republicanos, Maximiliano pudo
reunir unos 18,000 hombres.
Entre los principales jefes imperiales
reinaba la rivalidad por cuestiones de mando, al grado de que habiéndose
otorgado a Márquez el cargo de general en jefe, Miramón quiso retirarse, siendo
preciso que Maximiliano tomase personalmente la dirección de la campaña.
Estas las lentas disposiciones del
Emperador permitieron que las tropas republicanas resolver atacar a los
imperialistas en Querétaro, nombrándose para ello como general en jefe de las
mismas al Gral. Mariano Escobedo, quien dispuso desde luego poner sitio a la
ciudad (marzo de 1867).
El esfuerzo desplegado por ambos
mandos indicaba la proximidad de un momento decisivo y trascendental.
Cerca de Querétaro, avanzaron sobre
dicha plaza dos ejércitos republicanos; uno a las órdenes del Gral. Mariano
Escobedo, compuesto de 12,000 hombres, y otro de 9,000 a las órdenes del Gral.
Corona.
Los días 14 y 24 de marzo de 1867 se
dieron los primeros asaltos a la plaza, siendo rechazados los atacantes con
grandes pérdidas entre muertos y heridos; desde entonces continuaron los
combates diariamente. El Gral. Miramón atacó a los republicanos en la parroquia
de San Sebastián (1º de abril).
La decisiva batalla del 2 de
abril
Considerando
que era imposible resistir el sitio sin recibir auxilio de fuera, Maximiliano
comisionó al Gral. Márquez para que, junto con Vidaurri, saliera de la plaza
(22 de marzo) a fin de preparar en la ciudad de México un ejército y obtener la
mayor cantidad de dinero con que ayudar oportunamente a sus compañeros de
armas.
El jefe imperialista llegó a México, y
al saber que el Gral. Díaz ya había sitiado la ciudad de Puebla, desobedeció
las órdenes de Maximiliano y se dirigió hacia aquella plaza con 3,500 hombres
para auxiliarla.
Díaz forzó la situación, planeando con
sus lugartenientes en la noche del 1º de abril lanzar un asalto en las primeras
horas del día siguiente. Dicho plan consistía en simular un ataque al Convento
del Carmen, localizado al extremo sur de la ciudad de Puebla, con el fin de
atraer al enemigo hacia ese sitio. De este modo, les dejaría el campo libre y
podrían dar sorpresivos asaltos por el oeste y el sureste, en trece puntos
diferentes que constituían las posiciones más débiles del ejército
imperialista.
Efectivamente el tiroteo se inició a
las tres de la mañana del 2 de abril; media hora más tarde se fingía el asalto
al convento del Carmen, que en realidad no entabló una batalla como tal, pero
la acción militar que se llevó allí es relevante como estrategia, porque de
ella dependió en gran medida el éxito de la campaña, ya que después de darse la
señal convenida, trece columnas que se habían deslizado en silencio aparecieron
para ocupar rápidamente sendas posiciones estratégicas, desde las cuales
sorprendieron a la guarnición de Puebla. Lógicamente los sitiados opusieron
fiera resistencia, pero el militar chihuahuense Carlos Pacheco, herido ya de un
brazo, ocupó el punto de la Siempreviva, donde la metralla enemiga le voló una
pierna y un ojo. Al mismo tiempo las columnas rompieron la línea y atacaron por
la retaguardia una fuerza imperialista que quedó totalmente cercada.
En el momento más encarnizado del
combate, Manuel González perdió un brazo, varios más quedaron mutilados, y
muchos más perdieron la vida. Sin embargo, el sacrificio no fue en vano, pues a
las nueve de la mañana, la ciudad de Puebla cayó en manos del Ejército de
Oriente, comandado por Porfirio Díaz.
En opinión de los expertos, éste
asalto fue “el más audaz y heroico que se registra en nuestra historia
militar”. Al respecto Porfirio Díaz declaró: “Alargaría mucho esta relación si
me detuviera a referir todos los actos de valor y arrojo de mis subordinados en
el asalto del 2 de abril. Solamente diré que considero esta acción como una de
las más importantes de las que sostuve durante la guerra.
Con la plaza de Puebla en manos de los
republicanos, Díaz ordenó únicamente la ejecución de alrededor de veinte
oficiales imperialistas y perdonó al resto.
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