El marxismo ante el tema de la muerte
Francisco Hernández
Echeverría[1]
Óclesis
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Con la delación de los “errores del
período stalinista” durante el XX Congreso del PCUS de febrero de 1956, una URSS
muy fortalecida económica y militarmente, entró en un debate abierto bajo la
consigna: “Todo para el hombre, respeto a la legalidad y a la dignidad de la
persona”. Dejando de lado la cuestión de la lucha de clases se comenzó a hablar
de resolver los problemas del socialismo y del hombre. Por un lado, “fue el principio
de una reacción de explosiones en cadena que estremecieron al mundo comunista.
Las más sobresalientes […] fueron la revolución polaca y la húngara” (1); por otro lado, más pacífico, se
trataba de plantear un humanismo socialista, que bajo la égida de los
intelectuales marxistas, escudriñaba sus garantías teóricas en Das Kapital, pero mucho más en las obras
de la juventud de Marx.
Sin
embargo, este optimista “deshielo” comenzaría a declinar para principios de la
década de 1960, el proceso de desestalinización había fracasado, y por ende, la
clarificación a muchas cuestiones sobre los problemas de la construcción del
socialismo se abandonó para retomar las restricciones dogmaticas. Pero ya era
inevitable la inercia crítica hacia el énfasis en la producción material, hacia
la lectura economicista y evolucionista del pensamiento marxista, y diversas
corrientes comenzaron a impregnar la teoría. Tal fue el caso del
existencialismo y del personalismo, tendencias que experimentarían un punto de
quiebre radical en sus categorías fundamentales para reacomodar sus bases en
función del “compromiso” político. Bajo este esquema comenzaría a desarrollarse
una línea interpretativa moralista-humanista
dentro del marxismo, la cual llegó a ocupar inclusive, un sitio central en la
historia del movimiento obrero europeo.
Con
todo, no faltaron aquellos que se opusieron al entendimiento de estos dos
grandes horizontes: el marxismo y el humanismo. Lo admirable fue que los
frecuentes opositores no se circunscribían exclusivamente a los adversarios del
marxismo, sino también a los mismos marxistas, que rasgaban sus vestiduras al
considerar que el humanismo estaba siendo aprovechado como arma ideológica —directa
o indirectamente— por los revisionistas para colocar en situación vacilante el
carácter científico del comunismo.
No obstante,
por encima de la controversia, muchos pensadores socialistas lograrían sensibilizarse
frente a las contradicciones de la vida humana, sobre todo frente a las que
podríamos llamar de carácter esencial, no coyunturales (2). Adam Schaff, por ejemplo, narra cómo una noche, en el curso de
una conferencia pronunciada ante estudiantes, uno de ellos le lanzó la pregunta
siguiente: “Y para usted, ¿qué sentido tiene la vida?” La pregunta constituyó
para el pensador un acontecimiento auténtico. Su primera reacción —nos cuenta—
fue de indignación. Era una imbecilidad atreverse a formular tal cuestión.
Pero, prosigue, “cuando vi que cientos de ojos se fijaban en mí, esperando una
respuesta mía, comprendí que la pregunta era importante” (3).
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El asombro de
Schaff no era gratuito, “precisamente porque la lógica del sistema obligaba a
descartar este problema como insignificante. Y esto por dos razones. En primer
lugar, el estatuto teórico del marxismo impondría considerar como falsa o
puramente ideológica toda cuestión no científica y, por consiguiente, toda
cuestión que se refiera al sentido de la vida, de la historia, de la muerte” (4).
Esta falta de
respuestas a la precariedad de la vida humana y las inevitables preguntas sobre
su significado eran presentadas comúnmente por los adversarios de la URSS como
una de las mayores debilidades del régimen, una “señal de impotencia”. A
principios de la década de 1960 Ernst Bloch, Roger Garaudy, Vítězslav
Gardavský, Leszek Kołakowski, Salvatore di Marco, Adam Schaff, entre
otros, iniciarían una
corriente filosófica marxista (llamada comúnmente neomarxismo) enfocada hacia
la superación de las limitaciones del sistema con respecto a las preocupaciones
de las personas ordinarias, tales como la libertad, la democracia, sus condiciones
de felicidad personal, y aún más, pusieron sobre la mesa temas como la piedad, el perdón, la misericordia, el pecado, el
amor y aquello que pone radicamente en cuestión el
tema del sentido de la vida humana, cual es la muerte.
Pese a la visión materialista y atea por principio de estos pensadores, el tema de la muerte tomó nueva densidad ya que se le añadieron elementos filosóficos, psicológicos, culturales, e
incluso teologicos, acercándose a los trabajos de grandes pensadores cristianos como
Maritain, Mounier o Teilhard de Chardin, abriendo así
una nueva época y un nuevo diálogo entre marxistas y cristianos.
El alemán Ernst
Bloch sería un precursor en este sentido. No solamente un precursor —dice Gollwitzer
(5)—, sino el autor marxista que
aborda en concreto el tema de la muerte con mayor amplitud, honradez y
profundidad.
Según Tamayo, Bloch toma muy en cuenta que la muerte del
hombre se encuentra rodeada de diversos condicionamientos y circunstancias:
“Condicionamientos históricos que la hacen, por ejemplo, enormemente temida en
épocas como la del ocaso de la edad antigua […] Condicionamientos
socioeconómicos provenientes, por ejemplo, de una sociedad de clases en la que
la angustia letal se acrecienta en el hombre perteneciente a la clase dominante
[…] ‘Ante todo, la sociedad americana tiene necesidad de alejar la muerte de
sus ojos, la misma necesidad que le impulsa a tener que reprimir en sí
cualquier mirar hacia el futuro. Pues su perspectiva es su muerte como clase’
[dice Bloch]. Condicionamientos socioreligiosos también que orientan
prospectivamente la mirada del moribundo en una sociedad agraria y religiosa
hacia un angustioso post mortem, al revés de lo que sucede en una sociedad
técnica y secularizada en la que la vista del agonizante se dirige más bien
hacia atrás, hacia lo que tiene que dejar, hacia los objetivos que no ha podido
alcanzar” (6).
Bloch es consciente de que la
muerte es completamente antiutópica; en su obra Das Prinzip Hoffnung (El principio esperanza) la llama fortísima
no-utopía, y lo reafirma en Experimentum Mundi (1975): “[…] En esta tierra
difícil está al final de cada vida como única certeza plena la muerte, la
antiutopía más fuerte” (7). Pero a
pesar de tal anti-utopía de la muerte, Bloch trata de superarla con la
conciencia de clase, la conciencia solidaria o socialista o del “héroe rojo”
convertido en un Novum contra la muerte:
“Todos llevan flores de antaño al sepulcro, flores ajadas o que resultan ya
irreconocibles. Tan sólo una clase de hombres es capaz de marchar casi sin el
consuelo tradicional por el camino que conduce a la muerte: el héroe rojo.
Dando testimonio de la causa para la cual ha vivido hasta el momento de su
muerte, camina hacia la nada sereno, frío, consciente, hacia esa nada en la que
se le ha enseñado a creer como espíritu libre. Por eso su muerte sacrificial es
distinta de la de los antiguos mártires; pues estos murieron casi sin excepción
con una oración en los labios y creyeron haber conseguido el cielo […] Por el
contrario, el héroe comunista […] se inmola sin esperanza ninguna de
resurrección” (8).
En esta cita, Bloch exalta a los
hombres y mujeres adheridos a organizaciones revolucionarias que se enfrentaron
al absolutismo zarista y al fascismo hitleriano, cuyo precio a pagar fue el
encarcelamiento, la tortura y la ejecución, sin que fuera posible que
traicionaran la causa revolucionaria. De ahí la comparación que hace con el
mártir creyente, el cual sirve como punto de referencia para identificar las
semejanzas y diferencias, y poder así realzar la personalidad de su mártir
ateo, el héroe rojo como testigo de la fe socialista hasta la sangre. Por ello
su conciencia residirá en que sale al encuentro de la muerte más allá de la
ilusión religiosa de ganarse el cielo a partir del tormento, sino con
serenidad, lucidez y perfecto dominio de sí mismo. “La causa de esta actitud
radica en que el héroe es materialista en el sentido filosófico, es decir, no
cree en una trascendencia, no cree en un futuro juicio y sanción” (9).
Cabe mencionar también que Bloch no se interesó demasiado en esclarecer sus
sugestiones teóricas, pues sabía con precisión que dentro de nosotros existe un
núcleo oscuro imposible de disipar, pero no por ello se dejaba llevar por la
trampa del enigma por el enigma, sino más bien intenta pasar de lo oscuro a lo
claro sin discriminar aquellos elementos sombríos, grises. Esta actitud también
la aplicaría al asunto de la muerte. Para Bloch, la muerte no es desconocida
para el hombre, diariamente el ser humano experimenta la muerte mientras está
vivo, y precisamente son estos momentos, los de densa opacidad, de intermitente
oscuridad, lo que llena su vida misma. Así, al vivir el hombre la muerte como
en una especie de velo, vive lo eterno en cada instante en que escucha y aprende a trabajar por la liberación de
los hombres, de los otros, en pos de la otredad. En la esperanza
blochiana, en la esperanza socialista, una nueva humanidad radica
la plenitud humana, esperanza de que en
cada hombre hay un militante que a semejanza de Prometeo “supera todos los límites establecidos, cuestiona
todos los privilegios otorgados a los dioses y coloca al hombre como artífice
responsable y esperanza última del universo” (10).
_________________________
(1) George Paloczi Horvath, Kruschev. Su
camino hacia el poder, Plaza & Janés, Madrid, 1963, p. 176.
(2)
Pfr. Alfredo Tamayo, La muerte en el
marxismo, Felmar, Madrid, 1979, p. 21.
(3)
Alfredo Tamayo, Op. cit., p. 19.
(4)
Giulio Girardi, “El marxismo frente al problema de la muerte”, Concilium, No. 94, Madrid, 1974.
(5)
En Alfredo Tamayo, Op. cit., p. 49.
(6) Helmut Gollwitzer, Krummes Holz-aufrechter Gang, Munich, 1971,
p. 111.
(7)
Ernst Bloch, Experimentum Mundi,
Madrid, 1975, p. 1279.
(8)
Ernst Bloch, Principio Esperanza, Aguilar,
Madrid, 2004.
(9)
Alfredo Tamayo, Op. cit., p. 104.
(10)
Jan Milic Lochmann, “Platz für Prometheus”, en Evangelische Kommentare, No. 5, Berlín, 1972, p. 137.
[1] El autor es Maestro en Educación Superior por la
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Coordinador Académico de Óclesis. Víctimas del Artificio, Cofundador
de los programas radiofónicos Los que
vigilan desde el tiempo (Radio-BUAP) y Óclesis
en la Radio (UVP).