martes, 29 de enero de 2013


Borges Zahir, perdido en su laberinto

Por: Flor D. García Dávila

Fuente de imagen:
http://museodelaeterna7.blogspot.mx/
Habla, incomprensible, el Universo, con su materia y su energía. Y nosotros sólo tenemos las palabras para construirlo, para hacer propio lo otro que no somos. Que también somos.
Borges resulta amante del artificio de la búsqueda por excelencia: la literatura. Su narrativa, más que otra cosa, es intratextualidad, metalenguaje. Más allá de toda filosofía subyace una profunda reflexión. Una preocupación paradójicamente explicada: nadie que haya emitido alguna vez un signo, esperando respuesta, se ha sustraído de la visión certera, quizá fugaz, de la insuficiencia del lenguaje; más específicamente, de la lengua.
Se ha dicho que sus grandes temas son los laberintos, los espejos, los libros, el tiempo...

I
El laberinto

El estructuralismo lo describió formalmente: contra la simultaneidad de las cosas de la naturaleza, el lenguaje es lineal en tiempo y espacio –en el caso de la escritura-, y sin embargo, permutable, reinventado y reinventable, multidimensional. Como la vida, entramada laberíntica.

[...] Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective.
[...] Para la otra vez que lo mate –replicó Scharlach- le prometo ese laberinto, que consta de una sola línea recta y que es invisible, incesante.
La muerte y la brújula

II
El espejo del mundo

Decía Platón que somos sombra, reflejo de un mundo superior de luz. En nuestra vanidad, en nuestra impotencia, nos hemos recreado igualmente en sombra, palabras que dan forma al pensamiento, que se hace texto y pierde considerablemente la esencia que no nos ha sido revelada.  Ése es el secreto milagro de El Aleph (א), un solo símbolo que en sí mismo guarda la posibilidad de lo innombrable, de todo lo que es y existe “[...] se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior.”
Vivimos de discurso; nuestra historia, nuestros recuerdos; existimos para quien nos ha visto y marcado con un nombre; en el paso del tiempo, para quienes nos han leído. Lo que sé de Borges está en los libros; suyos y de otros. No podré tenerlo de otra manera.

III
La literatura

Todos los que hemos escrito tenemos la huella de los que fueron antes que nosotros, remontando nuestra ascendencia hasta los mismos dioses, hasta el polvo que creó toda materia. Nada hay nuevo bajo el sol, pero no podemos apartarnos de la búsqueda de nuestro origen.
Aun más, los que consagran su existencia a la literatura como Homero, como Borges, vivirán acaso en el sueño de la originalidad; acaso se volverán inmortales.

[...] Cuando se acerca el fin, escribió Cartaphilus, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos.
El inmortal

IV
Borges, zahir

He de admitir que mi primer encuentro con Borges fue terrible. Apabullante. Árido y cerebral. Sobre todo comenzando con Tlön, Uqbar, orbis tertius. Nuca me gustaron los autores que detrás de su complejidad no tuvieran una migaja para las mentes simples. “[...] No sospechaba yo que esos ‘pensamientos’ eran un artificio contra el Zahir y una primera forma de su demoníaco influjo.
[...] Zahir, en árabe, quiere decir notorio [...] la plebe, en tierras musulmanas, lo dice de “los seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente”.
Para mi fortuna o desgracia, aun en mis noches de insomnio no he de llegar a ser Borges. Me consuela saber que si quisiera hacer un recorrido por los nueve círculos del alter ego, iría de la mano de Julio, mas, ¿qué pasaría si los círculos fuesen tan amplios que sólo alcanzara a distinguir una línea recta?
....

Ya ciego, extendió la mano para tocar a su enemigo, el último habitante. Podía afirmar con certeza que ahí... El espejo resbaló de su percha. Ahora estaba solo. Echó a andar sobre un libro de arena y jamás llegó a su destino: la pauta se le dividía en mitades infinitas. Un laberinto sin muros.

Texto publicado en Momento Diario. Diciembre de 2006.

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