Centenario del
asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez
Por: Paco Echeverría
Óclesis, Coordinación Académica, Sección Historia de México, 22 de
Febrero de 2013
Francisco
I. Madero, ocupó la Presidencia de la República el 6 de noviembre de 1911; a
los quince meses de su mandato, el día 9 de febrero de 1913, el Gral. Manuel
Mondragón se sublevó contra el gobierno, poniendo el libertad a los generales
Félix Díaz y Bernardo Reyes; éste último murió en el ataque al Palacio
Nacional.
Mondragón y Díaz, tomaron la
Ciudadela, iniciando diez días de infernal tiroteo en las calles del centro de
la ciudad que arrojó un saldo de miles de muertos, lo que se conoce como la Decena Trágica.
Las tropas del gobierno eran
mandadas por el Gral. Victoriano Huerta, individuo sin escrúpulos, traicionero
y borracho, de aspecto desagradable y taciturno, que al final de cuentas se
confabuló con los rebeldes, hizo prisionero a Madero y al vicepresidente, José
María Pino Suárez en la consejería del Palacio Nacional. El día 19 fueron
obligados por el Gral. Juvencio Robles a firmar sus renuncias bajo la promesa
de respetarles la vida y salir del país junto con sus familiares. La dimisión
fue aceptada por 123 miembros del Congreso, sólo siete votaron en contra.
Madero y Pino Suárez continuaron
presos. Con el fin de que no continuaran en esa situación ilegal, el Consejo de
Gobierno acordó el día 21 consignarlos ante un tribunal competente por el
fusilamiento sin formación de causa del Gral. Ruíz. Sin embargo, ya cerca de la
media noche del 22 de febrero, apenas unas horas después de que en la embajada
norteamericana se había celebrado la conmemoración del natalicio de George
Washington, con asistencia de Huerta y los nuevos personajes de su gobierno, inclusive
cuando ya el embajador de Cuba, Manuel Márquez Sterling, tenía prevenido en
Veracruz al crucero “Cuba” para que condujera a los ex mandatarios al exilio,
un grupo de soldados al mando del Francisco Cárdenas, Mayor de las fuerzas
rurales y el capitán Rafael Pimienta, sacaron del Palacio Nacional a Madero y
Pino Suárez so pretexto de conducirlos a la Penitenciaría para su mayor
comodidad: se les separó desde luego y se les obligó a subir en distintos
automóviles. Ya cerca del edificio penal, específicamente a espaldas de ésta,
uno y otro fueron cobardemente asesinados por los agentes que los custodiaban.
El
gobierno de Huerta tranquilamente emitió un comunicado oficial diciendo que la
comitiva había sido asaltada por una turba de maderistas que pretendían liberar
a los detenidos por la fuerza, entablándose una lucha a tiros entre ellos y los
policías que conducían a los prisioneros:
El Señor Presidente de
la República ha reunido su Gabinete a las doce y media de la noche para darle
cuenta de que los señores Madero y Pino Suárez, que se encontraban detenidos en
Palacio, a la disposición de la Secretaría de Guerra fueron conducidos a la
Penitenciaria, según estaba acordado, cuyo establecimiento se había puesto bajo
la dirección de un jefe del Ejército, para mayores y mutuas garantías; que al
llegar a los automóviles en que iban los prisioneros, al tramo final del camino
de la Penitenciaría, fueron atacados por un grupo armado, y habiendo bajado la
escolta para defenderse, al mismo tiempo que el grupo se aumentaba, pretendiendo
huir los prisioneros; que entonces tuvo lugar un tiroteo de que resultaron
heridos dos de los agresores y muerto otro de ellos, destrozados los autos y
muertos también los dos prisioneros (Márquez Sterling en
Castillo 1985: 198-199).
Desde
luego, nadie creyó este increíble embuste “frangollado en la estéril
imaginación de los criminales” (Mancisidor, 1976: 207), pues no era más que una
vulgar versión de la “ley fuga” (Fuentes Mares, 1976: 64); y con indignación
contenida o abierta, se fue señalando el responsable: Victoriano Huerta.
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El chacal Huerta aconsejado por los EEUU con los mártires a sus pies. Ilustración tomada de Alperóvich y Rudenko (1960) |
Los
cadáveres de Madero y Pino Suárez fueron inhumados rápidamente pero un día
después consintió el gobierno exhumarlos para entregarlos a sus viudas, quienes
contemplaron los cadáveres de sus maridos envueltos en la tela numerada que se
usa para enterrar a los reclusos castigados en Lecumberri.
Huerta
señaló para el entierro la una de la tarde de aquel 24 de febrero. Ambos serían
sepultados, entre manifestaciones de duelo de la multitud, Madero en el Panteón Francés y Pino Suárez en el Panteón
Español.
Había
urgencia para hacerlo, ya que quienes hicieron el juego a los asesinos
afirmaban que al ser atacados los automóviles en las cuales trasladaban a las
víctimas, “de improviso y cuando los fugitivos reos habían logrado distanciarse
de los autos, a la luz de los fogonazos producidos por los disparos, se vio
caer rápida y pesadamente por tierra al ex presidente, mientras Pino Suárez,
vacilante, se levaba las manos al cuerpo, para caer en seguida, no muy lejos
del cuerpo de Madero” (Hernández Chávez y López Ituarte, s.f.). Pero la mentira
se descubriría, con la sola lectura del certificado médico. Los médicos que
hicieron la autopsia a los cadáveres de Madero y Pino Suárez declararon lo
siguiente:
El médico cirujano del
ejército, que suscribe, legalmente autorizado para ejercer su profesión
civilmente, certifica: que el ciudadano Francisco I. Madero falleció a
consecuencia de dos heridas penetrantes de cráneo, el día 22 de los corrientes,
a las 11 de la noche. Notas complementarias serán suministradas por los deudos,
y de orden superior extendiendo el presente en México a 23 días del mes de
febrero de 1913. El mayor médico cirujano, Virgilio Villanueva.
El médico cirujano del ejército que
suscribe, legalmente autorizado para ejercer su profesión civilmente,
certifica: que el ciudadano licenciado José María Pino Suárez falleció a
consecuencia de tres heridas penetrantes de cráneo el día 22 de los corrientes,
a las 11 de la noche. Notas complementarias serán suministradas por los deudos,
y de orden superior extendiendo el presente en México a 23 días del mes de
febrero de 1913. El mayor médico cirujano, Virgilio Villanueva (en
Castillo 1985: 199).
Todas
las heridas de Madero y de Pino Suárez eran en el cráneo. Los regímenes
tiránicos, militares como el de Huerta, pretenden siempre imponer sus versiones,
pero la versión oficial fue desmentida dos años después porque Cárdenas, que
fue quien trasladó a Madero y Pino Suárez a la Penitenciaría, y quien se hacía
responsable del asesinato y que fue ascendido por Huerta a coronel después de
los hechos, relató, preso en Guatemala a donde había huido, su versión sobre los
hechos. Cuenta Márquez Sterling que:
Cárdenas procura
repartir la responsabilidad, en dosis iguales, entre Huerta y Félix Díaz, y
escuda su propia conciencia en la disciplina militar que le obligaba a
obedecer. Cuenta cómo el famoso Ocón de la Ciudadela, reunió un grupo de
gendarmes para fingir la conjura y atacar los automóviles en que iban los dos
mártires. Los automóviles, agrega, llegaron a la Penitenciaría sin encontrar a
Ocón y sus malvados corifeos. Madero se acercó al estribo, serenamente creyendo
que había finalizado la jornada, pero Cárdenos lo sujetó, mientras pedía
noticias “de la gente” al coronel Ballesteros, también sometido a la disciplina
militar. Informando a satisfacción, dispuso Cárdenas que continuara “el convoy”
hacia el sur; y tranquilizó al Apóstol con esta oportuna mentira: “Vamos a
entrar por la puerta de la espalda”. En eso, divisó a Ocón y a sus gendarmes
emboscados, y detuvo la marcha de los dos automóviles. “Baje usted”, dijo al
Apóstol; y cuando Madero ponía un pie en tierra le disparó un balazo en la
cabeza. El cabo Pimienta hizo idénticos honores a la disciplina militar en la
persona de Pino Suárez. Y sobre los cadáveres palpitantes Ocón simuló el ataque
(Ibíd: 198).
La
realidad revelaba por fin que un grupo de gendarmes al mando de Cecilio Ocón
había simulado un ataque a los automóviles, para que en ese momento Cárdenas
asesinara a Madero y Pimienta a Pino Suárez, que no eran más que un instrumento
de los hacendados, militares y científicos,
¡Y SOBRE TODO!, de los círculos oficiales norteamericanos. Aquel 22 de febrero
Huerta cometía la traición más negra que registra la historia de México, que como
dice Heberto Castillo en su Historia de
la revolución mexicana: “no tenemos sino que recordar 1913, aquél 22 de
febrero, aquella parte oficial, para pensar que las cosas no han cambiado
mucho” (Ibíd.).
De esa forma tan artera segaron
la vida del Apóstol de la Revolución y de su acompañante. Ese fue el pago de
Victoriano Huerta a todas las distinciones que había recibido del presidente
Madero. Y lo más importante: se desaparecía a alguien cuyo único pecado había
sido pretender, “aunque tímidamente y de manera indecisa, defender los
intereses del pueblo mexicano contra los atentados del imperialismo
norteamericano” (Alperóvich y Rudenko, 1960: 61).
Como anécdota del grado de
cinismo de que gozaba Huerta ante la dramática muerte de Madero, citaremos el
siguiente párrafo:
Dice el refrán popular
que para muestra, basta un botón; he
aquí el botón: El más grande torero mexicano que ha existido, Rodolfo Gaona,
sin saber muy bien lo que hacía y mal aconsejado, un domingo le brindó la
muerte de un toro a Victoriano Huerta; éste, en agradecimiento, organizó una
comida en el Café Colón y le ordenó a un fotógrafo que le retratara en compañía
del General Aureliano Blanquet y… del pobre de Gaona con la siguiente
dedicatoria: Un recuerdo en el que aparecemos los tres mejores matadores que ha
tenido México (Leyva, 2000: 220).
Como
ya sabemos, a partir de este momento, se prendería la llama que habría de
incendiar al país en la guerra fratricida más cruenta que registra nuestra
historia.
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ALPERÓVICH,
M.S. y B.T. Rudenko (1960): La Revolución
Mexicana de 1910-1917 y la política de los Estados Unidos. México: Fondo de
Cultura Popular.
CASTILLO, Heberto (1985): Historia de la revolución mexicana. México: Posada.
FUENTES MARES,
José (1976): La revolución mexicana.
Memorias de un espectador. México: Joaquín Mortiz.
HERNÁNDEZ CHÁVEZ, Salvador y Alfonso
López Ituarte (s.f.) La Angustia nacional
en 16 meses del gobierno de Don Francisco I, Madero: La decena trágica. Sangre
y más sangre. México: Alfonso López.
LEYVA,
Daniel (2000): Una piñata llena de
memoria. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
MANCISIDOR, José (1976): Historia de la revolución mexicana.
México: Editores Mexicanos Unidos.
MUÑOZ,
Ignacio (1960): Verdad y mito de la
Revolución Mexicana (Relatada por un protagonista), t. I. México: Ediciones
Populares.
ROMERO
FLORES, Jesús (1985): Síntesis histórica
de la Revolución Mexicana. México: Costa-Amic.
SILVA HERZOG, Jesús (1972): Breve historia de la Revolución Mexicana. México: Fondo de Cultura
Económica.
a nada como echarle un ojo a la llamada disque historia mas perversa que un relato de disney jajaja tan deprimente por aquello de que no mas no hay posible final feliz o al menos satisfactorio jajaja
ResponderEliminarGracias por el comentario, efectivamente nuestra historia es en ocasiones como una historieta de Disney, por ello urge hacer una historia a contrapelo de la oficialidad.
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