sábado, 23 de febrero de 2013


Centenario del asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez

Por: Paco Echeverría

Óclesis, Coordinación Académica, Sección Historia de México, 22 de Febrero de 2013


Francisco I. Madero, ocupó la Presidencia de la República el 6 de noviembre de 1911; a los quince meses de su mandato, el día 9 de febrero de 1913, el Gral. Manuel Mondragón se sublevó contra el gobierno, poniendo el libertad a los generales Félix Díaz y Bernardo Reyes; éste último murió en el ataque al Palacio Nacional.
                Mondragón y Díaz, tomaron la Ciudadela, iniciando diez días de infernal tiroteo en las calles del centro de la ciudad que arrojó un saldo de miles de muertos, lo que se conoce como la Decena Trágica.
                Las tropas del gobierno eran mandadas por el Gral. Victoriano Huerta, individuo sin escrúpulos, traicionero y borracho, de aspecto desagradable y taciturno, que al final de cuentas se confabuló con los rebeldes, hizo prisionero a Madero y al vicepresidente, José María Pino Suárez en la consejería del Palacio Nacional. El día 19 fueron obligados por el Gral. Juvencio Robles a firmar sus renuncias bajo la promesa de respetarles la vida y salir del país junto con sus familiares. La dimisión fue aceptada por 123 miembros del Congreso, sólo siete votaron en contra.
                Madero y Pino Suárez continuaron presos. Con el fin de que no continuaran en esa situación ilegal, el Consejo de Gobierno acordó el día 21 consignarlos ante un tribunal competente por el fusilamiento sin formación de causa del Gral. Ruíz. Sin embargo, ya cerca de la media noche del 22 de febrero, apenas unas horas después de que en la embajada norteamericana se había celebrado la conmemoración del natalicio de George Washington, con asistencia de Huerta y los nuevos personajes de su gobierno, inclusive cuando ya el embajador de Cuba, Manuel Márquez Sterling, tenía prevenido en Veracruz al crucero “Cuba” para que condujera a los ex mandatarios al exilio, un grupo de soldados al mando del Francisco Cárdenas, Mayor de las fuerzas rurales y el capitán Rafael Pimienta, sacaron del Palacio Nacional a Madero y Pino Suárez so pretexto de conducirlos a la Penitenciaría para su mayor comodidad: se les separó desde luego y se les obligó a subir en distintos automóviles. Ya cerca del edificio penal, específicamente a espaldas de ésta, uno y otro fueron cobardemente asesinados por los agentes que los custodiaban.
El gobierno de Huerta tranquilamente emitió un comunicado oficial diciendo que la comitiva había sido asaltada por una turba de maderistas que pretendían liberar a los detenidos por la fuerza, entablándose una lucha a tiros entre ellos y los policías que conducían a los prisioneros:

El Señor Presidente de la República ha reunido su Gabinete a las doce y media de la noche para darle cuenta de que los señores Madero y Pino Suárez, que se encontraban detenidos en Palacio, a la disposición de la Secretaría de Guerra fueron conducidos a la Penitenciaria, según estaba acordado, cuyo establecimiento se había puesto bajo la dirección de un jefe del Ejército, para mayores y mutuas garantías; que al llegar a los automóviles en que iban los prisioneros, al tramo final del camino de la Penitenciaría, fueron atacados por un grupo armado, y habiendo bajado la escolta para defenderse, al mismo tiempo que el grupo se aumentaba, pretendiendo huir los prisioneros; que entonces tuvo lugar un tiroteo de que resultaron heridos dos de los agresores y muerto otro de ellos, destrozados los autos y muertos también los dos prisioneros (Márquez Sterling en Castillo 1985: 198-199).

Desde luego, nadie creyó este increíble embuste “frangollado en la estéril imaginación de los criminales” (Mancisidor, 1976: 207), pues no era más que una vulgar versión de la “ley fuga” (Fuentes Mares, 1976: 64); y con indignación contenida o abierta, se fue señalando el responsable: Victoriano Huerta.

El chacal Huerta aconsejado por los EEUU con los mártires a sus pies. Ilustración tomada de Alperóvich y Rudenko (1960)



Los cadáveres de Madero y Pino Suárez fueron inhumados rápidamente pero un día después consintió el gobierno exhumarlos para entregarlos a sus viudas, quienes contemplaron los cadáveres de sus maridos envueltos en la tela numerada que se usa para enterrar a los reclusos castigados en Lecumberri.
Huerta señaló para el entierro la una de la tarde de aquel 24 de febrero. Ambos serían sepultados, entre manifestaciones de duelo de la multitud, Madero en el  Panteón Francés y Pino Suárez en el Panteón Español.
Había urgencia para hacerlo, ya que quienes hicieron el juego a los asesinos afirmaban que al ser atacados los automóviles en las cuales trasladaban a las víctimas, “de improviso y cuando los fugitivos reos habían logrado distanciarse de los autos, a la luz de los fogonazos producidos por los disparos, se vio caer rápida y pesadamente por tierra al ex presidente, mientras Pino Suárez, vacilante, se levaba las manos al cuerpo, para caer en seguida, no muy lejos del cuerpo de Madero” (Hernández Chávez y López Ituarte, s.f.). Pero la mentira se descubriría, con la sola lectura del certificado médico. Los médicos que hicieron la autopsia a los cadáveres de Madero y Pino Suárez declararon lo siguiente:

El médico cirujano del ejército, que suscribe, legalmente autorizado para ejercer su profesión civilmente, certifica: que el ciudadano Francisco I. Madero falleció a consecuencia de dos heridas penetrantes de cráneo, el día 22 de los corrientes, a las 11 de la noche. Notas complementarias serán suministradas por los deudos, y de orden superior extendiendo el presente en México a 23 días del mes de febrero de 1913. El mayor médico cirujano, Virgilio Villanueva.
            El médico cirujano del ejército que suscribe, legalmente autorizado para ejercer su profesión civilmente, certifica: que el ciudadano licenciado José María Pino Suárez falleció a consecuencia de tres heridas penetrantes de cráneo el día 22 de los corrientes, a las 11 de la noche. Notas complementarias serán suministradas por los deudos, y de orden superior extendiendo el presente en México a 23 días del mes de febrero de 1913. El mayor médico cirujano, Virgilio Villanueva (en Castillo 1985: 199).

Todas las heridas de Madero y de Pino Suárez eran en el cráneo. Los regímenes tiránicos, militares como el de Huerta, pretenden siempre imponer sus versiones, pero la versión oficial fue desmentida dos años después porque Cárdenas, que fue quien trasladó a Madero y Pino Suárez a la Penitenciaría, y quien se hacía responsable del asesinato y que fue ascendido por Huerta a coronel después de los hechos, relató, preso en Guatemala a donde había huido, su versión sobre los hechos. Cuenta Márquez Sterling que:

Cárdenas procura repartir la responsabilidad, en dosis iguales, entre Huerta y Félix Díaz, y escuda su propia conciencia en la disciplina militar que le obligaba a obedecer. Cuenta cómo el famoso Ocón de la Ciudadela, reunió un grupo de gendarmes para fingir la conjura y atacar los automóviles en que iban los dos mártires. Los automóviles, agrega, llegaron a la Penitenciaría sin encontrar a Ocón y sus malvados corifeos. Madero se acercó al estribo, serenamente creyendo que había finalizado la jornada, pero Cárdenos lo sujetó, mientras pedía noticias “de la gente” al coronel Ballesteros, también sometido a la disciplina militar. Informando a satisfacción, dispuso Cárdenas que continuara “el convoy” hacia el sur; y tranquilizó al Apóstol con esta oportuna mentira: “Vamos a entrar por la puerta de la espalda”. En eso, divisó a Ocón y a sus gendarmes emboscados, y detuvo la marcha de los dos automóviles. “Baje usted”, dijo al Apóstol; y cuando Madero ponía un pie en tierra le disparó un balazo en la cabeza. El cabo Pimienta hizo idénticos honores a la disciplina militar en la persona de Pino Suárez. Y sobre los cadáveres palpitantes Ocón simuló el ataque (Ibíd: 198).

La realidad revelaba por fin que un grupo de gendarmes al mando de Cecilio Ocón había simulado un ataque a los automóviles, para que en ese momento Cárdenas asesinara a Madero y Pimienta a Pino Suárez, que no eran más que un instrumento de los hacendados, militares y científicos, ¡Y SOBRE TODO!, de los círculos oficiales norteamericanos. Aquel 22 de febrero Huerta cometía la traición más negra que registra la historia de México, que como dice Heberto Castillo en su Historia de la revolución mexicana: “no tenemos sino que recordar 1913, aquél 22 de febrero, aquella parte oficial, para pensar que las cosas no han cambiado mucho” (Ibíd.).
                De esa forma tan artera segaron la vida del Apóstol de la Revolución y de su acompañante. Ese fue el pago de Victoriano Huerta a todas las distinciones que había recibido del presidente Madero. Y lo más importante: se desaparecía a alguien cuyo único pecado había sido pretender, “aunque tímidamente y de manera indecisa, defender los intereses del pueblo mexicano contra los atentados del imperialismo norteamericano” (Alperóvich y Rudenko, 1960: 61).
                Como anécdota del grado de cinismo de que gozaba Huerta ante la dramática muerte de Madero, citaremos el siguiente párrafo:

Dice el refrán popular que para muestra, basta un botón; he aquí el botón: El más grande torero mexicano que ha existido, Rodolfo Gaona, sin saber muy bien lo que hacía y mal aconsejado, un domingo le brindó la muerte de un toro a Victoriano Huerta; éste, en agradecimiento, organizó una comida en el Café Colón y le ordenó a un fotógrafo que le retratara en compañía del General Aureliano Blanquet y… del pobre de Gaona con la siguiente dedicatoria: Un recuerdo en el que aparecemos los tres mejores matadores que ha tenido México (Leyva, 2000: 220).

Como ya sabemos, a partir de este momento, se prendería la llama que habría de incendiar al país en la guerra fratricida más cruenta que registra nuestra historia.

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ALPERÓVICH, M.S. y B.T. Rudenko (1960): La Revolución Mexicana de 1910-1917 y la política de los Estados Unidos. México: Fondo de Cultura Popular.
CASTILLO, Heberto (1985): Historia de la revolución mexicana. México: Posada.
FUENTES MARES, José (1976): La revolución mexicana. Memorias de un espectador. México: Joaquín Mortiz.
HERNÁNDEZ CHÁVEZ, Salvador y Alfonso López Ituarte (s.f.) La Angustia nacional en 16 meses del gobierno de Don Francisco I, Madero: La decena trágica. Sangre y más sangre. México: Alfonso López.
LEYVA, Daniel (2000): Una piñata llena de memoria. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
MANCISIDOR, José (1976): Historia de la revolución mexicana. México: Editores Mexicanos Unidos.
MUÑOZ, Ignacio (1960): Verdad y mito de la Revolución Mexicana (Relatada por un protagonista), t. I. México: Ediciones Populares.
ROMERO FLORES, Jesús (1985): Síntesis histórica de la Revolución Mexicana. México: Costa-Amic.
SILVA HERZOG, Jesús (1972): Breve historia de la Revolución Mexicana. México: Fondo de Cultura Económica.

2 comentarios:

  1. a nada como echarle un ojo a la llamada disque historia mas perversa que un relato de disney jajaja tan deprimente por aquello de que no mas no hay posible final feliz o al menos satisfactorio jajaja

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    1. Gracias por el comentario, efectivamente nuestra historia es en ocasiones como una historieta de Disney, por ello urge hacer una historia a contrapelo de la oficialidad.

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