domingo, 17 de febrero de 2013


Volver a tomar en serio a Marx, es tomar en serio la Historia

Paco Echeverría
Óclesis


El 1º de octubre de 2012 moría en el Royal Free Hospital de Hampstead, Londres, uno de los personajes fundamentales de la tradición marxista británica: Eric Hobsbawm; y cómo no recordarlo cuando muchos de nosotros nos educamos bajo la lectura de sus amplios libros de historia, mamotretos profundos en los que tomábamos conciencia de aspectos tales como el nacionalismo, el industrialismo, el imperialismo y la globalización.
         Nacido en el 9 de junio de 1917 en Alejandría, entonces sultanato de Egipto y parte del Imperio británico, Hobsbawm quedó huérfano siendo un adolescente. Adoptado por sus tíos, se trasladó a Viena y después a Berlín, donde se matriculó en el Prinz-Heinrich-Gymnasium, dentro de un agitado contexto sociopolítico por lo que significaba el ascenso del nacionalsocialismo. Entonces, teniendo tan sólo 14 años de edad, decidió unirse a la Asociación de Alumnos Socialistas que era el trampolín para afiliarse a la Liga de Juventudes Comunistas. Una decisión política que lo acompañaría toda su vida y le haría objeto de interesantes controversias.
         Cuando los nazis llegan al poder, Hobsbawm logra escapar de Alemania con su familia justo a tiempo, para irse a vivir a Londres, donde logrará doctorarse en el King’s College de Cambridge y afiliarse en 1936 al Partido Comunista Británico.
Fuente de imagen:
http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9036301
Después de participar como voluntario en la Segunda Guerra Mundial, el famoso historiador sufriría los ataques del macartismo por su incondicional apega a la ideología comunista. Sin embargo, logró en 1947 obtener la plaza de profesor de Historia en el Birkbeck College, de la Universidad de Londres, con la que colaboró durante años hasta llegar a ser su presidente.
A pesar de haber visitado varias veces el Kremlin, muy al contrario de otros intelectuales de la época, como György Lukács por ejemplo, el joven Hobsbawm nunca siguió ciegamente la doctrina marxista-leninista y manifestó su disgusto cuando se dieron a conocer los crímenes de Stalin o cuando Nikita Kruschev ordenó a sus tropas invadir con tanques a Budapest.
Hobsbawm escribió extensamente sobre una gran variedad de temas, pero aquellos que han marcado un hito se encuentran contenidos en su trilogía “Three Ages” (Tres Eras), compuesta por: The Age of Revolution (La era de la Revolución), The Age of Capital (La era del capitalismo) y The Age of Empire (La era del imperio). Sin embargo, se puede añadir a esta magna trilogía: The Age of Extremes (La era de los extremos) para conformar finalmente un cuarteto que abarca la historia de Europa desde la Revolución Francesa hasta  el derrumbe de la URSS, que a consideración del historiador Niall Ferguson, conforman: “El mejor punto de partida […] para aquellos que deseen comenzar a estudiar la historia moderna”.
Otro de los intereses de Hobsbawm fue el estudio de “los bandidos sociales”, que plasmó en sus obras: Primitive Rebels (Rebeldes primitivos, 1959) y Captain Swing (El capitán Swing), en las cuales se trata de situar las actividades de los bandoleros rurales como un fenómeno con contexto social e histórico, al contrario de la visión tradicional que los considera simplemente como formas de rebelión espontáneas e impredecibles.
El más grande anhelo de Hobsbawm era la instauración de un mundo más justo y generoso a través del marxismo, en el que los grandes partidos comunistas fungieran como formadores de generaciones y generaciones de jóvenes, pero no sólo en el estudio serio de las ideas, sino también para enseñarles a disfrutar de la vida con radical gusto. Al final de cuentas dicho anhelo no resultaba descabellado, ya que él había vivido el más grande ejemplo durante los tiempos del Frente Popular de la década 1930, cuando la izquierda logró hacer a un lado sus diferencias para crear una unidad que hiciera frente al enemigo fascista.
Gracias a su fuerte fidelidad con los principios marxistas, Hobsbawm fue objeto de fuertes y ácidas críticas, tanto de la izquierda como de la derecha, un caso ilustrativo es el del famoso periodista Neal Ascherson que ha afirmado que: “Hobsbawm convirtió hábilmente su comunismo en una especie de trinchera, desde la cual, se hizo de un fácil acceso hacia el trabajo intelectual. Pero dicha conversión tuvo graves consecuencias, ya que Europa Oriental le tachó de “revisionista” por sus críticas hacia el stalinismo, y Europa Occidental le culpó de aprovechar esta cómoda situación para no sucumbir ante la tentación del compromiso, como cuando el movimiento estudiantil de 1968 lo demandaba así”.
Actualmente es muy difícil no encontrar por lo menos alguna obra de Hobsbawm en las bibliotecas universitarias del mundo entero, pues su gran enseñanza radica en señalar que lo que ha desaparecido ahora es la creencia, compartida por los protagonistas de las grandes revoluciones del siglo XVIII y XIX, de que es posible cambiar el orden social existente y sustituirlo por uno mejor. De ahí tal vez su consigna: “ha llegado la hora de volver a tomar en serio a Marx”, lo que significa también tomar en serio la historia, y rescatarla de manos de aquellos que meramente la utilizan como si se tratara de ir al supermercado y apilar en el carrito datos y datos útiles, capaces de justificar cualquier política que le convenga al sistema neoliberal actual, pese a las dramáticas sacudidas que las crisis de los últimos tiempos han operado sobre sus cimientos.
Sin bien Hobsbawm tuvo una visión radical —y para ello hay que entenderlo en su contexto—, eso no le quita el habernos legado la bastedad de su intelecto, equipamiento lingüístico, autoridad cultural, poder de organización y la gran capacidad de comprender y comunicar las interconexiones existentes entre economía, política y cultura que han conformado los movimientos sociales en la historia humana.












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