Volver a tomar en serio a Marx, es tomar en serio la
Historia
Paco Echeverría
Óclesis
El 1º de octubre de 2012 moría en el Royal Free Hospital de Hampstead, Londres,
uno de los personajes fundamentales de la tradición marxista británica: Eric
Hobsbawm; y cómo no recordarlo cuando muchos de nosotros nos educamos bajo la
lectura de sus amplios libros de historia, mamotretos profundos en los que
tomábamos conciencia de aspectos tales como el nacionalismo, el industrialismo,
el imperialismo y la globalización.
Nacido
en el 9 de junio de 1917 en Alejandría, entonces
sultanato de Egipto y parte del Imperio británico, Hobsbawm quedó huérfano
siendo un adolescente. Adoptado por sus tíos, se trasladó a Viena y después a
Berlín, donde se matriculó en el Prinz-Heinrich-Gymnasium, dentro de un agitado
contexto sociopolítico por lo que significaba el ascenso del nacionalsocialismo. Entonces, teniendo tan sólo 14 años
de edad, decidió unirse a la Asociación de Alumnos Socialistas que era el
trampolín para afiliarse a la Liga de Juventudes Comunistas. Una decisión política que lo acompañaría toda su vida y
le haría objeto de interesantes controversias.
Cuando
los nazis llegan al poder, Hobsbawm logra escapar de Alemania con su
familia justo a tiempo, para irse a vivir a Londres,
donde logrará doctorarse en el King’s College de Cambridge y afiliarse en 1936 al Partido Comunista Británico.
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Fuente de imagen: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9036301 |
Después
de participar como voluntario en la Segunda
Guerra Mundial, el famoso historiador sufriría los ataques del macartismo por
su incondicional apega a la ideología comunista. Sin embargo, logró en 1947 obtener
la plaza de profesor de Historia en el Birkbeck College, de la Universidad de
Londres, con la que colaboró durante años hasta llegar a ser su presidente.
A pesar de haber
visitado varias veces el Kremlin, muy al contrario de otros
intelectuales de la época, como György Lukács por ejemplo, el joven Hobsbawm nunca
siguió ciegamente la doctrina marxista-leninista y manifestó
su disgusto cuando se dieron a conocer los crímenes de Stalin o cuando Nikita Kruschev ordenó a sus tropas invadir con tanques a
Budapest.
Hobsbawm escribió
extensamente sobre una gran variedad de temas, pero aquellos que han marcado un
hito se encuentran contenidos en su trilogía “Three Ages” (Tres Eras), compuesta
por: The Age of Revolution (La era de
la Revolución), The Age of Capital
(La era del capitalismo) y The Age of
Empire (La era del imperio). Sin embargo, se puede añadir a esta magna
trilogía: The Age of Extremes (La era
de los extremos) para conformar finalmente un cuarteto que abarca la historia
de Europa desde la Revolución Francesa hasta el derrumbe de la URSS, que a consideración
del historiador Niall Ferguson, conforman: “El mejor punto de partida […] para
aquellos que deseen comenzar a estudiar la historia moderna”.
Otro de los
intereses de Hobsbawm fue el estudio de “los bandidos sociales”, que plasmó en
sus obras: Primitive Rebels (Rebeldes
primitivos, 1959) y Captain
Swing (El capitán Swing), en las cuales se trata de situar las actividades
de los bandoleros rurales como un fenómeno con
contexto social e histórico, al contrario de la visión tradicional que los
considera simplemente como formas de rebelión espontáneas e impredecibles.
El más grande
anhelo de Hobsbawm era la instauración de un mundo más justo y generoso a
través del marxismo, en el que los grandes partidos comunistas fungieran como formadores
de generaciones y generaciones de jóvenes, pero no sólo en el estudio serio de las
ideas, sino también para enseñarles a disfrutar de la vida con radical gusto.
Al final de cuentas dicho anhelo no resultaba descabellado, ya que él había
vivido el más grande ejemplo durante los tiempos del Frente Popular de la
década 1930, cuando la izquierda logró hacer a un lado sus diferencias para
crear una unidad que hiciera frente al enemigo fascista.
Gracias a su fuerte
fidelidad con los principios marxistas, Hobsbawm fue objeto de fuertes y ácidas
críticas, tanto de la izquierda como de la derecha, un
caso ilustrativo es el del famoso periodista Neal Ascherson que ha
afirmado que: “Hobsbawm convirtió hábilmente su comunismo en una especie de
trinchera, desde la cual, se hizo de un fácil acceso hacia el trabajo
intelectual. Pero dicha conversión tuvo graves consecuencias, ya que Europa
Oriental le tachó de “revisionista” por sus críticas hacia el stalinismo, y Europa
Occidental le culpó de aprovechar esta cómoda situación para no sucumbir ante
la tentación del compromiso, como cuando el movimiento estudiantil de 1968 lo
demandaba así”.
Actualmente es muy
difícil no encontrar por lo menos alguna obra de Hobsbawm en las bibliotecas
universitarias del mundo entero, pues su gran enseñanza radica en señalar que
lo que ha desaparecido ahora es la creencia, compartida por los protagonistas
de las grandes revoluciones del siglo XVIII y XIX, de que es posible cambiar el
orden social existente y sustituirlo por uno mejor. De ahí tal vez su consigna:
“ha llegado la hora de volver a tomar en serio a Marx”, lo que significa
también tomar en serio la historia, y
rescatarla de manos de aquellos que meramente la utilizan como si se tratara de
ir al supermercado y apilar en el carrito datos y datos útiles, capaces de
justificar cualquier política que le convenga al sistema neoliberal actual,
pese a las dramáticas sacudidas que las crisis de los últimos tiempos han
operado sobre sus cimientos.
Sin bien
Hobsbawm tuvo una visión radical —y para ello hay que entenderlo en su
contexto—, eso no le quita el habernos legado la bastedad de su intelecto,
equipamiento lingüístico, autoridad cultural, poder de organización y la gran capacidad
de comprender y comunicar las interconexiones existentes entre economía,
política y cultura que han conformado los movimientos sociales en la historia
humana.
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