Los hilitos del
corazón
Nos vamos formando y confirmando de todos y de
todo. Mi corazón sintió el repentino jalón de los hilitos que tendió mi abuela,
sin proponérselo, cuando aprendía una lengua extranjera, y me preguntaba con ese
tirar de hilitos ¿por qué no había aprendido la lengua de mi abuela? Ella y mi
abuelo llegaron desde la huasteca hasta el estado de Veracruz con el reparto de
tierras. Ninguno de sus hijos aprendió el náhuatl.
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Fuente de imagen: http://www.arqueomex.com/S2N3nMito91.html |
Quise desesperadamente aprovechar
cualquier oportunidad que se presentara para aprender el náhuatl. Empecé algún
curso por aquí, algún curso por allá. Cuando
vaya a mi pueblo quiero decirle a mi abuela que quiero aprender su lengua, y
que la estoy estudiando. Pensaba
mientras trataba de aprender un poco en las casas de cultura que difundían
algún curso, o en cursos extracurriculares de la universidad.
Por razones económicas y
confusiones existenciales tuve que quedarme en la cuidad buscando respuestas
mientras avanzaba poco a poco en mis estudios. Después me pesaría en el corazón
ese tiempo, casi dos años sin ir a mi pueblo. Cuando me enteré que mi abuela
había muerto ya habían pasado quince días. Quise reprocharle a mi madre, pero
el único culpable de no haber ido antes era yo. Y me dolió tanto perder a mi
abuela sin haber podido llegar a decirle que estaba aprendiendo su lengua.
El dolor me entumeció la
existencia, quizás días, quizás meses. Pero mi interés por ver hacia mis
orígenes no decreció.
Desafortunadamente a veces por
razones de trabajo, a veces por falta de tiempo y otras veces por falta de
dinero ha sido difícil dedicarle el
espacio y el tiempo que quisiera para aprender esa lengua de mi abuela, de mis
abuelos. Pero al menos he tendido en mi corazón hilos que conectan mi
existencia hacia mi pasado que se vuelve presenté en mí. No el presenté que
quisiera, hablando la lengua náhuatl pero al menos añorando cada día aprender
un poco más de aquel origen mío. NUESTRO para muchos de nosotros.
Mis abuelos eran estrictos. Pero conservo en la
memoria sus enseñanzas, que considero muy positivas. Mi abuela, cada vez que
comíamos nos decía, a mí y a mi hermana que teníamos que lavar nuestros platos.
Así se me hizo costumbre no dejar nada para después… Crecimos al lado de los
abuelos. Y eso es parte de mi niñez.
Cuando nos mandaban a comprar
teníamos que regresar rápido, porque sino, nos daban una buena regañiza. Y
todos esos pequeños detalles que afortunadamente los vi como algo positivo,
fueron formando poco a poco mi vida.
Desafortunadamente no nos hablaba
en su lengua. No puedo imaginar como afectó sus vidas el haber salido de la
huasteca. Pero quizás era la época y el nuevo lugar que renacía con el nombre
muy mexicano de ‘La Guadalupe’ que les había exigido un nuevo cambio en sus
vidas.
Mi abuelo estaba menos en casa,
salía temprano y regresaba hasta el anochecer. Pero recuerdo su humor negro
mientras nos contaba cuentos o chistes, a veces, cuando nos encontrábamos toda
la familia tomando el fresco de la tarde o en fiestas. Contaba cosas como un tipo que decide dejar
de fumar y ahorra todo ese dinero. Al cabo de unos años con ese dinero
construyó su casa. Como era de los ahorros de haber dejado de fumar, se le
quemó la casa. Y terminando de contar esto se reía a carcajadas. Quizás pensaba
que ¿para qué dejar de fumar? Y seguía fumando su puro. Toda su vida fumó puros
que el se preparaba. O aquél que enfermo en el hospital se saca la lotería y el
doctor no sabe como darle la noticia. ‘Si se secara la lotería, ¿Qué haría
usted?’ Le pregunta el doctor. Y le contesta que le regalaría la mitad a usted.
Y se muere el doctor de la emoción.
Así eran mis abuelos. Los últimos
años vivieron juntos, pero separados. Es decir, cada quien en su cuarto. Pero
cuando la abuela murió, el abuelo se puso triste. Sin embargo, tardo algunos
años en alcanzarla.
Huehuetla, Puebla. A 11 de junio de 2007 .
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