martes, 9 de octubre de 2012


San José #138 Col. Santa Lucía
Por: Jorge Cabrera


Óclesis

Vivo en una calle con el nombre de un santo en una colonia con el nombre de una puta ¿O era al revés? Si lo fuera no podría decir que al menos de mi reino próximo puedo hacer un sitio digno. Al diablo con esas falsas ideas burguesas que un día, sin más ni más, abstraes de quién sabe dónde. Es una calle muy oscura, eso sí. No hay nada que haga la diferencia, en mi vida no he sido más santa que puta, ni tampoco más puta que santa. Porque hace falta ser mujer para encarnar a la vida misma. Si se lo haces con un poco de esmero y resignación a sabiendas del estigma de tu condición a él eres una santa, si se lo haces a otros pero no a él con poco menos que el mismo esmero eres una puta. Como si la vida fuera eso, una pista de contrastes: masculino-femenino, rosa o azul, casa o apartamento, intelectual o deportista ¿Qué es esto? ¿Santa o Puta? Voy a escribir un libro un día que se llame Puta, si ya hay uno que se llama Santa ¿Por qué no? Si todas las putas son unas santas, aunque no se si esto se cumpla a la inversa.
Tienes que ser mujer para saberlo, tienes que dejar de pensar en cosas de éstas y arrojarte a la vida para buscarla en una ilusión líquida, sólo para encontrarla en la silueta de una mala decisión y volver a perderla, en los pliegues de ese lecho ajeno. Así son los sábados de quien maneja su existir sin demasiado cuidado ¿pero quién sabe cómo hacerlo? Quién si uno tiende a dejarse ir, así, como si nunca hubieras sido niña. “Usted nunca ha sido una niña de trece años” le contesta una niña de celuloide a un doctor de guion cuando éste le dice que no comprende por qué una niña de trece años quiere suicidarse, no entiendo tanto misterio. Quizá he dejado de ser yo, quizá he dejado de ser. Por llevar, igual que todas, el peso del mundo a cuestas. Si pudiera, si tan sólo pudiera encontrar una razón...
¿Romina con quién hablas? Apaga eso- dijo su hermana, que no soportaba el ruido de la secadora de cabello. Cada vez le preocupaba más, pero el lunes sin falta haría la llamada que tanto había postergado, como decidida a arrojar una esperanza obligada para que el pez preocupante mordiera el anzuelo y se diera cuenta ¿De qué? ¿Había que darse cuenta de algo? Tal vez no fuera para tanto, pero el caso es que lamentó que fuera sábado en la noche y que las decisiones trascendentales tuvieran que caer en esa hora. Por qué -se preguntó Estela- cuando te decides a hacer algo que sabes de tiempo y que es tu única opción, pero no haces (por cobarde, esa es la verdad) resulta que no puedes. Son pruebas, pruebas de voluntad... no sé, tal vez deba ir también yo -dijo y apagó la luz, una lúgubre ambulancia pasó por la avenida y llenó con su resplandor sonoro la triste noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario