Aura
y sus implicaciones fantásticas
Por:
Jorge Luis Gallegos Vargas
Óclesis
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Hablar de Aura (1962) es hablar de una de las
obras más representativas del escritor mexicano Carlos Fuentes. Ésta es una
novela corta y se encuentra situada en el año 1961 en la Ciudad de México.
Asimismo, está considerada junto con La
región más transparente y La muerte
de Artemio Cruz como uno de los trabajos más importantes de este escritor.
Aunque el tema de lo
fantástico y sombrío nunca ha dejado de estar en la obra de Fuentes, es cierto
que la parte histórico-política, la reflexión sobre la identidad del mexicano, sus
crisis y deseos, es la que ha tenido mayor presencia. (…) Aura es un emblema en
la producción literaria de su autor.
Esta novela breve ha
sido motivo de muchos estudios y recientemente de algunas polémicas en México
sobre su contenido sacrílego y sexual. Sin embargo, más allá de todo cometario
a primera lectura, podemos asegurar, que esta novela breve, contiene una cantidad de elementos que
permiten desde diferentes perspectivas de análisis un mosaico muy amplio de
lecturas y significaciones.
Aura
nos
cuenta la historia de Felipe Montero, un joven historiador que atraído por un
buen sueldo llega a una antigua casa del viejo centro histórico de la ciudad de
México, ubicada en Donceles 815. El historiador es requerido para organizar,
transcribir y traducir las memorias de un viejo coronel francés quien
participara en la intervención francesa en la década de los sesenta del siglo
antepasado.
La viuda del Coronel:
Consuelo y su sobrina Aura viven en la casa a la que Felipe llegó en busca del
trabajo. Al descubrir la belleza de Aura decide quedarse en la antigua
residencia en donde comienzan a suceder cosas extrañas que oscilan entre la
fantasía y la realidad. Felipe se enamora de Aura; está convencido de que ese
no es el lugar en donde ella debe permanecer, puesto que la anciana parece
dominarla. Finalmente, la transición entre lo real y lo ficticio logra vencerse
cuando el joven historiador se da cuenta de que en realidad él es el Coronel y
que Aura no es más que una proyección de Consuelo.
Cecilia Eudave en Simbolismo y ritualidad en la novela Aura (2001)
explica:
La
novela no es sólo un reflejo de una sociedad tradicional que ubica a la mujer
en los roles de siempre, sino que existe una intención progresista y de ruptura
al presentar a una mujer que desea ser el ideal del macho, pero que transgrede
algunas normas y costumbres al presentarse activa y sexual en la búsqueda del
otro.
Esta novela podría
insertarse dentro del género fantástico, puesto que encontramos personajes de
carne y hueso (característica de lo extraño) y además existe una presencia de
lo sobrenatural, misma que no corresponde a las leyes de la ciencia y la
naturaleza. Según Todorov en el libro Introducción
a la literatura fantástica (2001) lo fantástico
Se
basa esencialmente en una vacilación del lector – de un lector que se
identifica con el personaje principal – referida a la naturaleza de un
acontecimiento extraño. Esta vacilación puede resolverse ya sea admitiendo que
el acontecimiento pertenece a la realidad, ya sea diciendo que éste es producto
de la imaginación o el resultad de una ilusión; en otras palabras, se puede
decir que el acontecimiento pertenece a la realidad, ya sea diciendo que éste
es producto de la imaginación o el resultado de una ilusión (…) (125)
Y es precisamente este uno
de los móviles principales de la obra, ya que la historia nos ofrece dos
lecturas: por un lado, un sentido alegórico nos llevaría a pensar en la
posibilidad de la esquizofrenia de Felipe Montero y, por otro lado, también se
nos ofrece la posibilidad de que el personaje principal haya vivido todo.
Aura funge como el personaje
principal de la historia. Es la sobrina de la viuda de Llorente; es silenciosa
y aparentemente abnegada ante la figura de Consuelo, su tía. Se presenta como
un ente fantasmagórico y misterioso: aparece y desaparece pasando
desapercibida, su mirada es vacía y tiene los mismos movimientos que la
anciana, tal y como se describe en el siguiente fragmento:
Y
cuando te estés secado, recordarás a la vieja y a la joven que te sonrieron, abrazadas,
antes de salir juntas, hacen exactamente lo mismo: se abrazan, sonríen, comen,
hablan, entran, salen al mismo tiempo, como si una imitara a la otra, como si
la voluntad de una dependiese la existencia de la otra. (Fuentes, 52)
Consuelo es una anciana que
oscila entre la lucidez y la pérdida del sentido de la realidad. Vive
obsesionada con el recuerdo de su finado marido. Busca un alivio a la pena de
no poder haber tenido un hijo con su esposo y por la pérdida de la belleza y la
juventud.
Aura-Consuelo, más que actantes en la
novela se convierten en entes simbólicos cuyas cargas connotativas y los
elementos que las circundan dan especial interés a nuestro acercamiento a la
novela. En primera instancia resaltemos que ambas figuras femeninas representan
por un lado la juventud encarnada por Aura, y su contraparte la vejez, Doña
Consuelo. Dos partes opuestas y complementarias que en el trascurso de la
narración una no puede estar sin la otra, creándose así un vínculo simbólico de
vida. La anciana representa lo que persiste, lo durable, lo que participa de lo
eterno.
Esa
resistencia a abandonar lo que se fue lleva a la Señora Consuelo Llorente a
desdoblarse en Aura. Aura no es sino una proyección de los deseos de la
anciana. Tal es la fuerza vital y la necesidad de perpetuarse en Doña Consuelo
que puede engendrar a Aura.
Felipe Montero es un joven
historiador quien encuentra en el periódico una atractiva oferta de trabajo. Es
inteligente y solitario, escrupuloso, francoparlante. Se enamora de Aura y de
su belleza física.
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La descripción de las
acciones se llevan a cabo en un ambiente lúgubre, húmedo, oscuro, frío, tal y
como se describe en el siguiente fragmento: “Cierras el zaguán detrás de ti e
intentas penetrar en la oscuridad de ese callejón techado – patio, porque
puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el
perfume adormecedor y espeso –. Buscas en vano una luz que te guíe.” (Fuentes,
14) Esa misma ambientación será la que dote de un sentido de suspenso al
encuentro entre Consuelo y Aura con Felipe.
El desmembramiento corporal
se encuentra personificado por Consuelo, ya que esta se manifestará en otra
forma: Aura. “- Volverá Felipe, la traeremos juntos. Deja que recupere fuerzas
y la haré regresar… “. (Fuentes, 62) Consuelo metamorfoseada será el medio
idóneo, a través del cual, podrá recuperar el amor de su extinto marido.
Felipe, es la rencarnación del general Llorente.
La regresión es, entonces el
medio en el que el general se convirtiese en Felipe Montero.
Verás,
en la tercera foto, a Aura en compañía del viejo, ahora vestido de paisano,
sentados ambos en una banca, en un jardín. La foto se ha borrado un poco: Aura
no se verá tan joven como en la primera fotografía, pero es ella, es él, es…
eres tú.
Es entonces cuando la
historia toma sentido: la atracción de Felipe hacia Aura se trata de un asunto
meramente nostálgico. Aura y Felipe se encontraron ligados años antes de manera
sentimental, ella no es más que Consuelo y él es general Llorente.
Aura y Consuelo son la misma
persona: la segunda dota de vida a la primera. Ambas se presentan como entes
dicotómicos, una no puede existir sin la presencia de la otra.
La
encuentras en la cocina, sí, en el momento en el que degüella un macho cabrío:
(…) detrás de esa imagen, se pierde la de una Aura mal vestida, con el pelo
revuelto, manchada de sangre, que te mira sin reconocerte, que continúa con su
labor de carnicero.
Le
das la espalda: esta vez hablarás con la anciana, le echarás en cara su
codicia, su tiranía abominable (…) la ves con las manos en movimiento,
extendidas en el aire (…) En seguida, la vieja se restregará las manos contra
el pecho, suspirará, volverá a cortar en el aire, como si – si lo verás
claramente: como si despellejara una bestia… –
Corres
al vestíbulo, la sala, el comedor, la cocina, donde Aura despelleja al chivo
lentamente, absorta en su trabajo (…). (Fuentes, 42, 43)
En Aura, Fuentes hace una recreación del carácter fantasmal de la
experiencia amorosa a través de la pérdida del objeto del deseo; la muerte del
ser amado genera un estado de melancolía en la anciana lo que hace que el mismo
personaje se desdoble, logrando que lo real pierda la categoría de realidad
para indagar en los terrenos de lo sobrenatural.
Asimismo, la ciudad supone
para la historia el medio idóneo para traspasar los límites de la realidad. Al
traspasar el umbral de la vieja casona de Consuelo, el espacio interior se
transforma en la vacilación entre el ser y el deber ser. Esta transformación,
del tiempo y del espacio se ven alterados, puesto que al vivir dentro de la
casa, Felipe Montero pierde la conciencia de si mismo: él es el general
Llorente:
verás
bajo la luz de la luna el cuerpo desnudo de la vieja, de la señora Consuelo,
flojo, rasgado, pequeño y antiguo, temblando ligeramente porque tú la tocas, tú
lo amas, tú has regresado también…
Esto supone, entonces, el
regreso del general Llorente encarnado en el historiador. Él ha regresado para
estar de nuevo con Consuelo.
No obstante, el primer
encuentro visual con Aura supondrá la forma en la que se alimentará el deseo
sexual desmedido de Montero hacia el personaje principal.
Te
moverás unos pasos para que la luz de las veladoras no te ciegue. La muchacha
mantiene los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre un muslo: no te mira. Abre
los ojos poco a poco, como si temiera los fulgores de la recámara. Al fin,
podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma
verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es
cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos
verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos
fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sólo tu puedes
adivinar y desear. (Fuentes, 20)
La idealización del amor se
da gracias una relación casi hipnótica, a través de la mirada: Aura seduce a
Felipe a través de los ojos verdes. La idealización, finalmente, se ve
alcanzada, una vez que se da el primer acercamiento sexual entre ambos:
Alargas
tus propias manos para encontrar el otro cuerpo, desnudo, que entonces agitará
levemente el llavín que tú reconoces, y con él a la mujer que se recuesta
encima de ti, te besa, te recorre el cuerpo entero con besos. No puedes verla
en la oscuridad de la noche sin estrellas, pero hueles en su pelo el perfume de
las plantas del patio, sientes en sus brazos la piel más suave y ansiosa, tocas
en sus senos la flor entrelazada de las venas sensibles, vuelves a besarla y no
le pides palabras (…) antes de caer dormido, aliviado, ligero, vaciado de
placer, reteniendo las yemas de los dedos el cuerpo de Aura, su temblor, su
entrega: la niña Aura.
Esta
primera escena amorosa, de las tres que se presentan a lo largo de la historia,
coinciden con los tres folios de los escritos del general Llorente, así como
con el ciclo de la mujer-fantasma: niña, mujer madura, anciana.
El
segundo encuentro sexual, entre Aura y Felipe, se da cuando los amantes
convergen entre lo sagrado y lo profano.
caes
sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abiertos, extendidos de un
extremo al otro de la cama, igual que el Cristo negro que cuelga del muro con
su faldón de seda escarlata, sus rodillas abiertas, su costado herido, su
corona de brezos montada sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con
lentejuela de plata. Aura se abrirá como un altar.
Entonces, este acto funciona
como un evento eucarístico, en donde Consuelo se metamorfosea en el cuerpo y la
sangre de Cristo. El vino y el pan es Aura, quien se convierte en la redención
de Montero.
Narrada en segunda persona,
Carlos Fuentes involucra, desde el inicio de la obra, haciéndolo partícipe y
protagonista de la historia. “LEES ESE ANUNCIO (…) Sólo falta tu nombre.”
(Fuentes, 11) La segunda persona, Tú, funciona, entonces, como una forma para que
el lector se desdoble de su función lectora y participe como un personaje más.
El que esté narrada desde la
segunda persona del singular, un punto de vista poco frecuentado por los
escritores pero que, en este caso, comunica cierto tono de inmediatez e intimidad
que va muy bien con el carácter y las intenciones del libro.
El propio Fuentes recuerda que
la historia surgió como una obsesión cuando “tenía 7 años y después de visitar el castillo
de Chapultepec y ver el cuadro de la joven Carlota de Bélgica, encontré en el
archivo Casasola la fotografía de esa misma mujer, ahora vieja, muerta,
recostada dentro de un féretro acojinado, adornada con una cofia de niña, la
Carlota que murió loca en un castillo. Son las dos Carlotas: Aura y
Consuelo´" (http://www.conaculta.gob.mx).
Considero que es una de las mejores
narraciones de Carlos Fuentes. Una historia bien escrita. En Aura se pierde la
línea divisoria entre la realidad y la ficción; va más allá de ser una historia
de apariciones y supercherías sino que explora en las obsesiones más profundas
de los seres humanos y el amor.