lunes, 30 de julio de 2012

Cuando la ficción supera la fantasía


Por: Jorge Luis Gallegos Vargas.
Óclesis.

           ¿Qué película es? ¡Adivina! ¿Quieres una pista? Si no adivinas tendrás que cumplir una penitencia. Ahí te va: si conjuntas cine de Hollywood y francés de los años treinta y cine de la nueva ola francesa de los años cincuenta y sesenta, le añades una banda sonora que oscila entre jazz de los treinta y rock de finales de los sesenta, agregas un poco de fantasía con realidad, obtienes... ¿Aún no sabes de qué película se trata?
Los soñadores (The dreamers) dirigida por Bernardo Bertolucci, es una coproducción Italia-Francia-Reino Unido; esta historia se enfrasca en los problemas políticos que aquejaban a Francia y a Europa en 1968. Los padres de los gemelos siameses Isabell y Theo salen de viaje, por lo que invitan a su casa a vivir al estadounidense Mathew. Estos tres jóvenes se entregarán al despertar sexual, a su libre albedrío, a una relación incestuosa y a un juego de emociones que los arrastra a un callejón sin salida.
            Los soñadores es, sin duda alguna, una especie de hilo que se va entretejiendo poco a poco hasta conformar una red, una red de metadiscursos que se convierten en discursos en la medida en la que se hacen partícipes de la trama de la película. Al hablar de metadiscursos me refiero a todas aquellas reminiscencias que se hacen del cine hollywoodense y francés, que conservan su significación y que se resemantizan al incluirse en este nuevo discurso, es decir, todas aquellas películas citadas como La reina Cristina, Sombrero de copa, Asalto frustado, por nombrar sólo algunas, son tomadas por Los soñadores para construirse a sí misma, para explicarse, para justificarse.
Imagen tomada de:
http://foro.argenteam.net/viewtopic.php?t=35100
            Asimismo, este filme juega con la dicotomía realidad-sueño. A simple vista uno se puede percatar de cuándo está en juego la realidad y cuándo se está del otro lado. Theo e Isabelle, representan esa parte del sueño, de lo ireal, de lo imaginario, de lo inventado, lo inverosímil, mientras que Mathew representa al otro ente: la verosimilitud.
Enfrascados en una realidad construida, Theo e Isabelle recurren al cine para evadir su realidad, logrando permear el mundo que los rodea de fantasía.  Ellos hacen de su vida una película... la película es su vida, transformando su cinefilia en una forma de subsistir, en una forma de evadir los problemas en los que se encuentran inmersos, en una forma de hacer que todo de pronto encaje. No obstante, Robin, el padre de los siameses, también representa esa misma parte soñadora: la poesía lo ayuda a crear y recrear un mundo real que es inexistente.
Mathew representa la contraparte: la realidad. Aunque Mathew se involucra de manera directa con los personajes que crean su mundo, él nunca pierde esa cordura; el cine no lo hace enloquecer. Él representa esa parte vouyerista que cada uno de nosotros posee, esa parte de espectador de cualquier obra de arte que se puede involucra con él, pero que no lo rebasa. Aquí quizá quepa hacer una analogía para hacer más explícito este punto: nosotros como espectadores de este filme podemos verlo, analizarlo, sentir y vibrar con él, sin embargo, no podemos hacernos partícipe de él, como un personaje más, porque no los somos. Así pues, Mathew es un personaje que convive con en mundo de Isabelle y Theo, que se involucra, pero que jamás se vuelve parte de él al cien por ciento.
Otro elemento que es de suma importancia dentro de la película y que nos hace situarnos en la realidad y la fantasía es la música. Al intentarnos situarnos en ese mundo ficcionalizado, creado por Isabelle y Theo, podemos apreciar Jazz: música característica de los años treinta; mientras que para situarnos en la realidad escuchamos a Jimmy Hendrix, Janis Joplin, The Doors, quienes además fueron portadores de la revolución sexual de los años sesenta y setenta, recordando que éste es uno de los temas centrales de la obra. Sin embargo, en la música se presenta una situación antitética, tomando como ejemplo la siguiente acción: cuando se presenta el enfrentamiento entre policías y estudiantes en calles parisinas, y que representa la confrontación entre el mundo ficcionalizado y el real, podemos escuchar, si mis conocimientos musicales no fallan, la voz más representativa de París de los años treinta y cuarenta: Edith Piaf, cortando con la lógica presentada en el transcurso del filme. 
Además, no es gratuita que la película se haya rodado en París, ya que para hablar de cine y de una película que se fundamenta en él, es necesario remitirse a la ciudad que lo vio nacer en 1894, con los hermanos Lumière, otorgándole un elemento místico al filme.
            Cuando los sueños se confunden con la realidad, cuando la realidad se confunde con los sueños, es la película Los soñadores de Bertolucci la encargada de fundir y casar ambos elementos para dar como resultado una película de calidad, dejándonos como gran penitencia un buen sabor de boca.      


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